Fotografía: Karla Crespo

Mauricio Ponce sonríe siempre. Tiene ojos azabaches, la cara afeitada y no puede estar quieto. Toma café, va de un lado a otro, pero cuando habla, lo hace bajito. 

Cuenta que tenía poco menos de 12 años cuando empezó como librero. Compraba libros a diario, leía algunos y luego los vendía a sus compañeros de clase. Con el tiempo fundó dos librerías y adquirió más de 100 mil obras de segunda mano.

Pero fue también a esa edad, a los 12 años, cuando Mauricio fumó su primer porro de marihuana. La mitad del dinero que juntaba vendiendo libros lo usaba para comprar drogas. Quiso dejarlo, pero no podía. Se internó en diez clínicas de rehabilitación. 

No tiene muchos recuerdos de esa época o finge no tenerlos. Solo asegura que nunca dejó de comprar y leer libros. Y que con ellos ha logrado superar todo. Su única adicción ahora son los libros.

“¿Acaso les puedo pedir más? Son todo para mí, la fuerza que necesito para seguir sobre este mundo”, dice en un intento de explicar y justificar el amor que siente por los ejemplares que lo rodean.

A sus 62 años, son su única compañía.