“No soy pandillero”, dice Miguel, 22 años y cara de no haber roto un plato. Lo dice en el Juzgado de Paz de su pueblo, en El Salvador, el único país del mundo en el que las palabras pandillero y terrorista son sinónimos.
“Jamás me he metido en problemas”, dice Miguel, pero un fiscal quiere que se pudra no menos de 344 años en la cárcel por los asesinatos de 11 trabajadores, la más cruel de las masacres en el más violento de los países.
“No tengo enemigos… yo no tengo enemigos”, dice Miguel, aturdido y apestoso tras seis días y seis noches en bartolinas.
“Ni sé por qué me tienen vinculado”, dice Miguel, un joven enamoradizo, familiar, culé, que hasta que el Estado lo acusó de ser un asesino desalmado, cada mañana llevaba a su sobrina Michelle al kínder y luego atendía su negocio de cócteles de conchas.
Lo confunden con el ‘Slipy de la Santa María’, marero de la pandilla 18. Y en una sociedad tan descompuesta, con una institucionalidad raquítica y fétida, quizá hasta termine siéndolo.
Actualización: la noche del 15 de julio de 2016, Miguel Ángel Deras Martínez recuperó su libertad luego que el Estado salvadoreño lo mantuviera encarcelado por 59 días, acusado de una masacre que no cometió.
Miguel, un joven al que el Estado llamó terrorista. Vía El Faro.