Nicanor sirve las empanadas de marisco con esas manos inútiles para casi todo, y confirma que ancianos y niños se parecen: vuelven a la torpeza de los años iniciales, como si la vida fuera un desaprendizaje para regresar al punto de inicio. Nicanor Parra, el niño viejo, actúa su rol rebeldón, tiránico, revoltoso y, a veces, dulce de niño camarada.

De un estante de su estudio toma el libro de ensayos de Roberto Bolaño, Entre paréntesis, y con el encanto de un abuelo niño, pasa de hoja en hoja ensalivando el dedo índice hasta dar con el párrafo deseado. La página, 332: “Nicanor Parra por encima de todos, incluido Pablo Neruda y Vicente Huidobro y Gabriela Mistral”. El brillo de sus ojos me recordó el de un niño cuando muestra a sus amigos el juguete más preciado, gozoso de la expresión envidiosa de los otros.

Los papeles se voltearon: la mirada feliz, la sonrisa de un niño con arrugas que había sido mencionado por Bolaño para colocarlo en lo más alto de la poesía chilena. Leyó en voz alta y acompañó la lectura con el dedo para asegurarse de que yo siguiera las palabras del autor y para que, si me quedaba alguna duda, viera lo que ahí estaba escrito por el narrador chileno. Sentenció: “También Bolaño regresó, pero por la puerta trasera”.