Fotografía: Cortesía de la entrevistada

Nora Marbán es tanatóloga. Su labor es como la de Caronte, pero para los vivos. Ella los guía para que acepten la muerte. “Ver la muerte como parte de la vida me enseñó a disfrutar cada momento”, dice en videollamada.

Durante la pandemia ha tenido que trabajar a distancia: en la computadora y no en un consultorio. Ha tratado con personas que se sienten culpables: hijos, hermanos, parejas que creen ser responsables de que su familiar contrajera el virus por descuido o por no darse cuenta antes.

La incertidumbre también es parte del duelo de sus pacientes. Se preguntan si fue atendido, si sigue vivo, surge el enojo. Algunos de ellos han sobornado funerarias para confirmar que sí es él/ella quien murió por covid-19 y el hospital no los engañó con el cuerpo de otra persona.

Nora interviene para tratar la culpa y la incertidumbre. “Pasan por una negación y cuando ya tocan la realidad es muy fuerte”.

El encierro en la Ciudad de México le causó ansiedad e insomnio. Quería la libertad y felicidad de la naturaleza. Se mudó a Cuernavaca sola con Mafalda, su pug.

“La pandemia nos ha enseñado a estar solos, a estar contigo mismo”.