A Pixie Stardust le gusta el dolor. Provocarlo y sentirlo. Se gana la vida a través de una pantalla: es camgirl, y le encanta que aparezcan clientes sumisos en busca de sesiones de dominación. Disfruta verlos hacerse cosas en el cuerpo como echarse cera caliente, atarse, sufrir, y se ríe de ellos en sus caras. “Tal vez sea un poco sádica”, dice, divertida.
Pixie, por los duendes, Stardust, por el disco de Bowie: tiene la voz suave y sonríe grande al hablar. Dice que antes no aceptaba su cuerpo, pero que ahora lo moldea a su gusto con tinturas, aros y tatuajes: ya tiene casi treinta dibujos en la piel. Es bajista en Strap On Brigade, una banda queercore, y le gustan las caricaturas y los animé. Con Steven Universe, la serie de Cartoon Network, llora en cada capítulo que ve.
En esta mañana de invierno, Pixie tomó una chocolatada y salió a recorrer la ciudad en bicicleta. Su mochila suena como sonajero: está llena de piercings, como su cara. Además de tenerlos, ella se dedica a hacerlos. Hoy por la tarde, prenderá la cámara y se pondrá a improvisar con lo que encuentre en la habitación. “Como cuando eras chica y te probabas ropa. Es como un juego en realidad”, dice. Una hebillita en forma de ananá le sujeta un mechón de pelo rubio, casi blanco, desteñido.