Era un dolor similar al provocado por la artritis. Así describe Refugio Morales Cruz, mujer náhuatl de 37 años, lo que sentía en su cuerpo cuando empacó y dejó su trabajo como empleada doméstica en una residencia del municipio San Pedro Garza García, en México.
En abril, cuando se intensificaron las restricciones por la pandemia de covid-19, su patrona le pidió quedarse con ellos y no regresar a su casa. Refugio, originaria de San Luis Potosí, de tez morena y cabello negro, no quería dejar el empleo con el que sostenía a sus tres hijos. Pero baja la voz y entrecierra sus ojos tristes cuando dice que no podía con aquel trabajo que le exigía 16 horas al día sin descansos.
“Lo sentía hasta el alma. Era tanto cansancio que dije: ‘hasta aquí”.
Según el Inegi, en México hay más de 9 millones de mujeres como Refugio, jefas de familia de cuyos ingresos dependen millones de menores. Cuando volvió a casa en abril, llegó con poco dinero, pues conforme le pagaban lo enviaba a sus hijos. Por ser el sostén de su hogar, ahora lleva dos empleos: uno de servicio doméstico y otro como traductora del náhuatl al castellano.