Rodovaldo Suárez es de los pocos ciegos a los que no les gustan las gafas. Prefiere que la luz del sol y la brisa impacten en su rostro para orientarse mejor cuando transita por las calles de La Habana.
Desde noviembre de 2001, canta de manera ilegal al lado de la famosa Bodeguita del Medio. Carece del aval de músico o de artista costumbrista necesario para presentarse en bares u hoteles, “debido a la discriminación hacia los discapacitados y las trabas impuestas por las instituciones musicales cubanas”, advierte.
Con el dinero recibido de quienes aprecian su arte -principalmente turistas-, ha sostenido por años su hogar, a su esposa ama de casa e hijos.
Actualmente, lleva ocho meses sin trabajar por la pandemia de covid-19. En reiteradas ocasiones, ha asistido al Departamento de Seguridad Social y a la Asociación de Ciegos en busca de ayuda. “Nadie ha venido”, comenta. “Hemos sobrevivido por mis ahorros, pero ya casi se agotan”.
La situación le desespera. Su familia no tiene culpa de la desprotección gubernamental. Afina su guitarra y su voz con la mascarilla puesta, porque en breve saldrá a ganarse la vida aunque apenas haya personas con posibilidades de premiarle monetariamente su arte.