Fotografía de Florencia Zurita

En Tucumán y en verano, los niños tenían prohibido salir a las calles a la hora de la siesta. Pero Romina Rodríguez se escapaba para jugar al fútbol: era su travesura preferida a los nueve años y es su vocación ahora, dos décadas después.

Romina es la capitana del equipo femenino de San Martín, donde juega de lateral o de volante o de delantera; siempre por la derecha y con el arco contrario como meta. Corre rápido, gambetea y le pega fuerte a la pelota.

Hace goles: en 2011 fueron 23 en diez partidos. Para entonces ya había regresado de Buenos Aires, de jugar en San Lorenzo y en la selección argentina. También de la primera Copa Libertadores de fútbol femenino. Pero se sintió sola y volvió con su familia. La recibieron el calor y los prejuicios de siempre. “Una escucha por ahí que el fútbol no es para mujeres. Que la mujer tiene que estar en la casa y cocinar. Para mí que no es así; si es un deporte que te gusta, ¿por qué no hacerlo? Yo no le llevo el apunte a las cosas que dicen. Yo hago lo que a mí me gusta”, dice con bronca. Romina tiene el cuerpo magro, los ojos negros y una sonrisa grandota que se estira en las comisuras de sus labios. Romina sueña y no duerme la siesta.