Fotografía: Milena Arce

Rosario Martínez, de 48 años, es una mujer de pocas palabras que trabaja mucho. No es muy partidaria de las fotografías. Lejos de retratar los momentos con sus hijas, prefiere vivirlos y guardarlos en su memoria.

Durante los meses más críticos de la pandemia en El Salvador, trabajó en el departamento de Santa Ana cuidando a un bebé, a una señora mayor, realizando las labores domésticas y las compras de alimentos. La necesidad de sus empleadores incrementó durante la cuarentena. Mientras ellos trabajaban en su despacho desde temprano, ella era su esperanza para las faenas del hogar y la atención de cada uno.

“Tanto yo tenía necesidad de ellos como ellos de mí”, dice. “No fue tan fácil”. 

Rosario era el único sustento de su hogar, ya que su esposo perdió el trabajo. El cansancio pasó a segundo plano. Ser empleada doméstica en tiempos de pandemia le impedía estar con su familia: debía quedarse a dormir en casa de sus empleadores.

A veces recuerda cómo ha sido su vida en el servicio doméstico desde su adolescencia. Ahora que trabaja en un lugar cercano a su hogar, agradece a Dios por tener más tiempo para los suyos.