Lo imaginaba en una torre con amenities, pero vive en un edificio viejo, de estilo clásico, sin seguridad. En su departamento, las luces están bajísimas y hay música electrónica francesa. Acaba de levantarse de la siesta. Duerme en dos partes: unas tres o cuatro horas de noche, antes de hacer su programa matinal en la radio, y un par de horas más antes de conducir Intratables, su show político en la televisión.
Santiago del Moro es un muchacho de pueblo, nacido en Tres Algarrobos, al que siempre le atrajeron las luces de discoteca y los calzones Calvin Klein que usaban los titanes de Jugate conmigo. Tiene lo que quiere: familia, trabajo y fama. Es un híbrido de facciones rígidas, un cyborg de cera programado para calibrar el rating en directo, para sintetizar verdades ramplonas (“los argentinos estamos cansados de que nos mientan”), para detectar y triturar lo que no rinde. No importa si alguien está por develar el origen del universo en cámara: si lo hace sin swing, él lo saca de la pista. Su batalla diaria es con el tiempo.