Tomás Sandoval llora frente a una cámara que lo graba. Su llanto es por miedo, es por desesperación, es por rabia. Hay días que come una sola vez y se acuesta sin cenar y eso, admitirlo, lo quiebra en medio de una transmisión en vivo durante una protesta de pensionados con más de tres meses sin cobrar.
Lo que idealmente entraría a su cuenta bancaria no alcanza ni a 30 dólares al mes y con una hiperinflación que puede llegar a un millón por ciento a fin de año, en Venezuela Tomás está lejos de tener una vejez feliz.
Originario del pueblo de Soapire en el estado Miranda en Venezuela, el anciano de 86 años se declara, orgulloso, como campesino. De pequeño labraba tierra, de adulto pide comida a sus vecinos. Sus cuatro hijos, todos parte de los 3 millones de migrantes venezolanos fuera de su tierra, no aparecen desde hace más de 10 años.
Tomás no sabe en dónde están y en su condición de viudo desde 1995, su única compañía es su hermana Mary. También anciana, también enferma, también con hambre.