Fotografía: César Arroyo Castro para La Voz de Guanacaste

Era junio del 2020 y una embarazada sospechosa de tener coronavirus ingresó al área covid del Hospital de Nicoya, en Costa Rica. Verónica Hernández, enfermera en maternidad, debía asistir la cirugía. Eso le recetó el golpe de angustia más grande desde que inició la pandemia: sería su primer contacto cercano con el nuevo virus.

“Llegó la hora de actuar”, recuerda que pensó. “Ando súper protegida con el equipo”, trató de convencerse. Su pelo estaba enrollado bajo un gorro y su cuerpo oculto en un traje casi espacial que solo dejaba reconocible sus enormes ojos café.

El miedo la inundó. ¿Qué pasaría si llevaba el virus a su casa?

Verónica es parte del equipo de enfermería obstetra que, de vez en cuando, se adentra en el área covid para traer nuevas vidas a la Tierra, en una sala que se convierte en una paradoja: mientras unos ven por primera vez el mundo, otros dan su último suspiro. 

No fue durante aquel junio ni por ella, pero el coronavirus terminó colándose en su familia. “Uno se familiariza un poco en cuanto a los equipos de protección y el manejo diario de los pacientes sospechosos y positivos, pero el miedo… eso nunca desaparece”.