Fotografía: Laura Seco Pacheco

Wimar Verdecia se despierta en la mañana luego de una noche de insomnio, pesadillas y sueños entrecortados y comienza a dibujar. Aún no se ha levantado de la cama, pero toma el iPad y se entrega completamente al mundo de imágenes que habita en su mente.

Primero las líneas. Luego un poco de color. Más adelante unas sombras. Y más color. Está obsesionado con perfeccionar su técnica.

—Por mí nadie daba un quilo y mírame ahora –dice cada vez que su confianza da un traspiés y le recuerda que nació en un campo olvidado de Cuba. 

Lleva 20 años repitiendo su rutina obsesiva, descubriéndose en el arte  y viviendo gracias a él. Primero fueron los cómics; luego, el humor gráfico; más adelante, la ilustración editorial; ahora, inunda la habitación con el olor embriagante del acrílico en los óleos. 

Wimar ha pasado 20 de sus 35 años buscando algo: ¿fama? ¿éxito? ¿dinero? ¿reconocimiento? ¿cambiar el mundo? Ni él mismo sabe. Pero continúa absorto en su búsqueda implacable. Empujando la piedra de Sísifo en cada dibujo, para dejarla caer con el siguiente. 

—Los artistas debemos tener aspiraciones más grandes que nosotros, solo así logramos trascender.