¿Cómo las ciudades del interior del noreste de Brasil están recibiendo y cuidando a los refugiados indígenas que luchan contra la xenofobia?
Texto: Evandro Almeida Jr
Desde 2016 el cacique Epifanio Moreno, su familia y su grupo abandonaron el Delta Amacuro, en el norte de Venezuela, y desde entonces sus vidas nunca han sido las mismas. Debido a una creciente crisis política y económica, miles de indígenas Warao venezolanos perdieron decenas de derechos y ayudas estatales de la noche a la mañana. La única salida que conocían era migrar. ¿Pero a dónde? La frontera más cercana que conocían estaba separada por mar entre Venezuela y el país caribeño Trinidad y Tobago; o por tierra en Guyana. Pero en ambos países se habla inglés. No eran una buena alternativa. La solución fue ir al Sur. Largos viajes los llevaron a la Amazonía brasileña y desde allí iniciaron un nuevo viaje, en un nuevo país.
Hay más de 6 mil km desde Venezuela hasta donde se encuentran hoy, en João Pessoa, Paraíba (PB), uno de los estados más pobres de Brasil. El grupo de Epifanio está formado por 40 personas que comparten refugio. La mitad son niños, la mayoría nacidos en Brasil. La ciudad se convirtió en su hogar. Es uno de los pocos lugares en los que se han quedado más tiempo; al menos durante un año.
Antes de llegar allí, durante al menos cuatro años, emigraron de ciudad en ciudad y de Estado en Estado, siempre en grupos, durmiendo en las calles, en estaciones de autobuses o refugios improvisados. Epifanio, tenía nueve hijos, ahora solo ocho. Uno de ellos murió de hambre durante la migración. Esta es una postal de las situaciones dolorosas que viven a diario quienes migran y huyen de su país.
Con la voz ahogada y rodeado de otros niños pequeños, el jefe recuerda los momentos de dolor: “Mi hijo murió de hambre porque nos era muy difícil conseguir comida en el norte de Brasil. La gente simplemente dejó de ayudar. Teníamos mucha hambre”.
Como líder, incluso en otras comunidades Warao en Venezuela, Epifanio es uno de los pocos que habla español con fluidez. Vivió en Caracas y lleva consigo el liderazgo en la búsqueda de mejores condiciones para su comunidad. Aprendió portugués a la fuerza y es el vínculo entre los brasileños y su grupo.
En busca de mejores condiciones, se dirigieron al este de Brasil. Entraron por el noreste, por Maranhão hasta llegar a la costa de João Pessoa, en Paraíba, en febrero de 2020. El grupo de Epifanio, que llevaba al menos cuatro años en el país, conoció a otro grupo de Warao, también en la misma situación, y juntos se instalaron en la ciudad.
Con precios de alquiler más asequibles como un tercio del valor de otra capital del nordeste, se fueron a vivir a las afueras de la ciudad. En un lugar llamado Vila do Lula. Allí había una gran casa de vecindad, según relatos del lugar, que hace recordar mucho al libro de Aluísio Azevedo. Allí vivían en condiciones precarias, en habitaciones estrechas y sin espacio de convivencia, algo muy importante para la cultura Warao. Salieron de la casa para hacer “coleta” (pedir dinero en la calle). Lo que en Brasil puede verse como una mendicidad, es algo cultural; arraigada en décadas de precariedad, desde antes de contar con ayudas gubernamentales en el país de origen.
Al igual que el resto de Brasil, la periferia trajo consigo la violencia. Los Warao no estaban muy conscientes de esto. De un pueblo pescador que vivía en el bosque, la realidad en la que están ahora inmersos es totalmente diferente; con intercambio de disparos, muertos y presencia del narcotráfico. Hasta que la noticia de los refugiados indígenas venezolanos en la ciudad llegó a través de una trabajadora social, la secretaría municipal pidió al Ministerio Público Federal que pensaran en conjunto en alternativas para recibir a estos refugiados y sacarlos de ese entorno.
“Vila do Lula era un lugar muy diferente para ellos. No se sentían muy cómodos con su entorno. Aunque tenían libertad para entrar y salir cuando quisieran y hacer lo que quisieran, seguía estando en una situación de extrema vulnerabilidad”, explica Rita Santos, profesora del Programa de Posgrado en Antropología de la Universidad Federal de Paraíba. Ella ha acompañado a los Warao desde su llegada al Estado.
Echando raíces
Para entender por qué llevan más tiempo en la capital de Paraíba, es necesario conocer los problemas que enfrentan en este camino. La vulnerabilidad es algo que siempre está tratando de alcanzarlos. Los informes de familias sin hogar en otros Estados conmocionaron al Ministerio Público. Las consejeras tutoras amenazaron con quitarle a los niños a sus propias madres. Algunos eran recién nacidos en Brasil, otros no. Por eso se volvió necesario enviar una recomendación para que cesara esa indefensión.
Durante los cruces migratorios, las madres que rara vez viajaban solas recibieron propuestas de brasileños para comprar a sus hijos. Algunos, incluso, fueron buscados desde que estaban en el vientre de la madre. Informes de fuentes, que optaron por no identificarse, dijeron que en la capital del Estado de Paraíba muchos niños Warao ni siquiera tienen documentos. Esto se debe a que cuando nacen y reciben el Certificado de Nacimiento (DN o DNV) —documento emitido por triplicado por los servicios de salud para los partos que tienen lugar en Brasil, ya sea en establecimientos de salud o en hogares—, al registrar a los niños se les negó la ciudadanía porque, según ellos, los documentos de los padres fueron borrados o estaban en “mal estado”. Convirtiendo a los niños en no ciudadanos.
Con el conocimiento de este contexto, dejar a los Warao y, especialmente, a los niños en condiciones más dignas fue algo que preocupó a los agentes estatales. Además de encargarse de regularizar la documentación.
La respuesta para albergarlos vino a través de una conversación con el Ministerio Público Federal (MPF), que ayudó a mediar con las secretarías de Estado y capital sobre la mejor forma de acogerlos. “No podíamos dejarlos en Vila do Lula. Además del riesgo de violencia, no estaban recibiendo ningún tipo de asistencia del Estado que permite la ley. No solo porque son indígenas, sino porque viven en Brasil. No lo sabían”, dice el fiscal José Godoy del MPF-PB.
Se creó así un grupo de trabajo de bienvenida para recibirlos. Todo esto en un período pre-pandémico. Al principio, todo se organizó a toda prisa, sin mucha consulta con los líderes Warao. ¿Dejarlos en albergues juntos o en alquileres familiares? ¿Cuál es el barrio ideal? ¿Les dará la bienvenida la población? Estas fueron algunas de las preguntas que surgieron.
Las alternativas que quedaron fueron el resultado de conversaciones y mediaciones de la Asociación Arquidiocesana (ASA) del MPF-PB y el Observatorio de Antropología de la UFPB, todos alineados con las secretarías estatales y municipales de João Pessoa.
Se firmó una alianza con ASA para el mantenimiento y cuidado de tres albergues, proporcionando también alimentos. Otro refugio ASA solo proporciona alimentos, el resto lo proporciona el departamento de asistencia social de João Pessoa
Los refugios en los que viven los Warao son impactantes a primera vista. Lo único de lo que ASA no es responsable es de mantener el sitio; que es extremadamente insalubre. En una escuela en desuso en la capital es donde vive un grupo de 20 Warao. Cuatro son niños. Este refugio pertenece al líder Rafael, quien estaba en un “viaje de coleta” durante mi visita. El techo se parece más a una cascada cuando llueve. El patio se inunda y los indígenas pasan la noche secando el piso. A menudo en vano. Conversando con indígenas que viven allí y que no quisieron identificarse, manifestaron que les preocupa que en cualquier momento se les caiga el techo sobre la cabeza. A los niños constantemente les moquea la nariz debido a este ambiente húmedo y helado.
La Pastoral do Imigrante elaboró un documento que se envió al MPF-PB para resaltar estos problemas. Según el abogado de la entidad, José Godoy, ya se ha hablado con el grupo para que puedan llevar a cabo una reforma. Sin embargo, los Warao no quieren irse, pues temen no poder regresar al vecindario.
“Están muy acostumbrados al barrio. Se llevan bien con sus vecinos y tienen una buena relación con la comunidad. Ha sido una tarea difícil convencerlos de que salgan y hagan una reforma. Tienen miedo y no quieren que los trasladen a otros lugares”. Incluso hay un conflicto con la reforma que justifica la aprehensión de este grupo para que abandone el barrio. La escuela está a cargo de la Secretaría de Educación del Estado y los indígenas son atendidos por la Secretaría Municipal de Asistencia Social. Este doble cuidado, a la vista de los Warao que viven allí, es sacarlos del refugio.
¿Refugios o casas?
Y esta vida en albergues es algo que todavía es difícil de entender tanto para los indígenas como para los brasileños. Ya sean vecinos o brinden asistencia. Hoy, 30 familias de indígenas venezolanos de la etnia Warao son atendidas por ASA. En total son 121 personas: 59 adultos, 5 bebés, 37 niños y 20 jóvenes y adolescentes. Pero esos números cambian todos los meses. La migración es tan constante en algunos núcleos familiares que es difícil realizar el conteo incluso para quienes los ayudan. Esto ocurre en la gran mayoría de los casos debido a la caída de la colección de “coleta”. Simplemente se mudan a otra ciudad o Estado, se quedan tres meses y regresan al refugio. Estos flujos no son controlados en absoluto. El generar más dinero es la causa de la movilidad. Aunque la mayoría de estos Waraos reciben Bolsa Familia (ayuda del gobierno federal en combate a la extrema pobreza) y Ayuda de Emergencia (plan creado durante la pandemia para evitar la falta de alimentación y pérdida de renta de familias brasileñas), y algunos más reciben (principalmente las mujeres con hijos) una tarjeta de ayuda humanitaria de la Unión Europea por valor de $500 reales (100 USD), y la comida no falta; pues reciben 400 kg de pollo a la semana y otros 120 kg de Tambaqui (pescado que traen de Pará) y que les gusta comer, hay quienes se van por la “coleta”
La vida en un refugio es muy ruidosa, que cuesta trabajo hablar. En un solo espacio llegan a vivir 14 personas de dos familias. El ambiente es el mismo en todos los refugios visitados: húmedo, con restos de comida por toda la casa, latas de cerveza, botellas de pet y sobras de snacks infantiles en cada rincón. X, que es padre de tres hijos, dice que tiene muchas ratas en su refugio. Y estas condiciones son las que marcan las tensiones entre los Waraos y los lugareños. “Muchos vecinos vinieron a quejarse de sus fiestas y sobre todo de su higiene. En un albergue incluso arrojaron sobras de comida en el patio del vecino porque la ventana de la cocina estaba frente a él. Y había una papelera a un lado. El vecino estaba extremadamente enojado. Además, esto puede atraer ratas, cucarachas y escorpiones, incluso en sus patios traseros ”, dice Maria Goretti, responsable de los Warao en ASA.
Según Sebastián Roa, asociado Senior de Protección y Soluciones Indígenas en ACNUR, esta percepción de limpieza es algo que debe entenderse. “La gente necesita ponerse en su lugar, es fácil que los vecinos se quejen, pero son personas de otras tierras, realidades… No te mueves de la noche a la mañana. Son procesos. ¿Y si la gente de Paraíba viviera en medio del bosque, en una choza rodeada de ríos y tuviera que pescar, habiendo vivido toda su vida en la ciudad? ¿Cómo sería para ellos? Se necesita empatía”.
Según Rita, los Warao entienden las malas palabras de los brasileños. Según ellos, son las “malas palabras” que a menudo también se pronuncian hacia los niños. “Esta xenofobia es recurrente y aumenta no solo porque son indígenas, sino también porque son refugiados”. Goretti también agrega que “la población apenas comprende sus prácticas y la solución que encuentran es maldecirlos”.
Salud y Educación
La cacica Minerva no oculta en su tímida sonrisa que todavía siente un profundo dolor. Su hija Alexandrina murió hace un par de meses por una infección generalizada. Estaba embarazada y sú bebé sobrevivió. El pequeño Alexandre está al cuidado de su abuela materna y su padre Yohny. La atención prenatal es un desafío.
“Muchas veces no nos dicen que están embarazadas, es algo natural. Nos enteramos cuando hay atención médica o la barriga ya está grande. Esto dificulta el control de su salud”, explica Maria Goretti. Minerva dice que su hija recibió poca atención médica mientras estaba embarazada. Y dijo que su hija viajaba mucho. Viajó tanto que los bebés nacieron en otro estado y se fueron a João Pessoa con unos días de vida. “Este viaje constante, sumado a la falta de atención médica, fue algo que dañó y debilitó aún más su salud. Desafortunadamente, ella y su pequeño murieron”, dice Rita.
Hay poca gente para que el ayuntamiento los acompañe. El MPF ya ha solicitado un equipo de atención específico para ellos, ya que con los Warao es necesario generar confianza. Cuando los entrevisté ni siquiera me miraron, solo a quienes los conocían desde hacía mucho tiempo. El reportero era invisible allí. Pero es cultural. Y eso es algo que el abogado Godoy lucha por lograr. “No sé por qué el ayuntamiento es tan lento para establecer agentes para ellos. Hay cuatro refugios, tres de ellos muy próximos entre sí. Esta relación es importante para que busquen centros de salud cuando se sientan mal como cualquier otra persona que vive en Brasil. Esta falta de relación incluso interfiere con la salud de los niños.
Como alternativa a la ayuda al ayuntamiento, una iniciativa de la Universidad Unipê en la capital tiene como objetivo ayudar con los formularios de registro de los agentes de salud para monitorear mejor la salud de las familias y de cada niño y adulto. Los estudiantes de medicina de octavo período hacen este trabajo. “Es algo positivo porque nuestros estudiantes conocen otras realidades y nosotros ayudamos con estos trámites y cuidados iniciales”, dice Polyana Montenegro Silva, coordinadora del curso de extensión médica de la universidad.
Aun así, la cacica Minerva busca fuerzas para empezar de nuevo. “Nuestra travesía aquí siempre ha sido muy dura. Y la capital es un buen lugar. Incluso con algunas personas mal diciéndonos. Recibimos ayuda y casi no nos falta nada. Queremos quedarnos, queremos trabajar y tener nuestra vida aquí. Queremos aprender portugués, que los niños estudien, esto es importante para toda la comunidad”.
Durante el día los niños no tienen actividades ni clases. Su ocio es dentro del refugio con otros niños o haciendo manualidades con sus madres. En otro albergue en una casa grande administrada por la cacica Minerva Pérez, encontré a los adultos dibujando en una actividad del Observatorio de Antropología de la UFPB. “Están escribiendo un libro para contar sus realidades a través de dibujos”, dice Rita. Pero todos los niños estaban bailando, haciendo una fiesta, algunos dibujando con los lápices restantes.
En los refugios es común que los niños caminen desnudos, como si estuvieran en su entorno natural. Por las imágenes les pedí que les pusieran ropa para no exponerles. En todos los refugios es así. En la capital, la educación es una lucha que los que cuidan a los Warao están tratando de ganar. Debido a la pandemia, las clases presenciales todavía están prohibidas para la escuela primaria y la guardería. Solo sucedieron de forma remota. Pero para los niños que solo se comunican en su lengua materna y ni siquiera hablan español o portugués, solo se optó por la inscripción.
Para intentar llenar este vacío, el Observatorio UFPB está ayudando a los Warao a aprender sobre nuevos materiales para la producción de su oficio. Esto se debe a que la paja de Buriti que utilizan normalmente no se encuentra en Paraíba. Solo en la región norte del país. En este proceso de aprendizaje, los niños ganan espacio en un proyecto coordinado por la maestra Rita Santos.
“Debido a estos desplazamientos, especialmente ubicados en regiones periféricas, los indígenas no tenían suficiente espacio para poder construir sus artesanías. Esto perjudica a los niños que han perdido el contacto con la práctica. Mostrarles la importancia de su cultura y que es hermosa y que deben tenerla con ellos es algo que les estamos trayendo”.
En este momento de la pandemia, sólo los adultos tienen clases. Y ocurren cada 15 días dos veces por semana, coordinados por la Associação Sal da Terra. Maria José, Zezinha, es la coordinadora pedagógica de la asociación y cuenta cómo se imparten las clases. “Nos era casi imposible pensar en un aula dentro de los refugios. Y entendemos que tenemos que intentar acercarles lo más posible el entorno escolar. Ya hemos utilizado la calle como espacio. La diferencia fue una maestra que incluso en estas condiciones no dejó de enseñar. La población está muy prejuiciada, darles clases es una alternativa que encontramos para insertarlos. Incluso con algunos que no quieren tomar clases y otros que emigran …”. Y quien piensa que el español fue un problema: “Nuestro objetivo siempre ha sido educar a través del idioma portugués, hablar, escribir. La relación amorosa fue nuestro diferencial para ser bienvenidos”.
***
Este informe fue apoyado por el programa ‘Early Childhood Reporting Fellowship: Inequality and Covid-19 in Brazil, Venezuela and Colombia’ del Dart Center / Columbia University.
Conheça como vivem dezenas de crianças e suas famílias num dos estados mais pobres do Brasil e o que o setor público local, ONGs e associações está fazendo para ajudar.
Texto: Evandro Almeida Jr
Desde 2016 que o cacique Epifânio Moreno, sua família e seu grupo saíram do Delta Amacuro, no norte da Venezuela, a vida deles nunca mais foi a mesma. Devido a uma crise política e econômica que foi crescendo causada pela morte do presidente Hugo Chávez (2013) milhares de indígenas Warao venezuelanos perderam de um dia para o outro dezenas de direitos e ajudas do Estado. A única saída que conheciam era migrar. Mas para onde? A fronteira mais próxima que conheciam era separada pelo mar entre a Venezuela e o país caribenho Trinidad e Tobago ou por terra na Guiana. Mas em ambos países fala-se inglês… Não era uma boa alternativa — o português tem mais palavras similares ao espanhol que o inglês, o que facilitou a comunicação . A solução foi descer ao sul mesmo. Jornadas longas os levaram a Amazônia brasileira e dali iniciava uma nova jornada, em um novo país.
Foram mais de 6 mil km da Venezuela até onde se encontram hoje, em João Pessoa, na Paraíba (PB). O grupo de Epifânio é formado por 40 pessoas que dividem um abrigo na capital. Metade delas são crianças, nascidas, em sua maioria, no Brasil. A cidade tornou-se lar. É um dos poucos lugares que ficaram por mais tempo. Estão há 1 ano.
Antes de chegarem lá, por pelo menos 4 anos ficaram migrando de cidade em cidade e estado por estado em grupos dormindo nas ruas, rodoviárias ou abrigos improvisados. Epifânio, que teve 9 filhos, hoje tem apenas 8. Um deles morreu de fome durante a migração. São as dores com as quais quem migra e foge de seu país convive diariamente. Com a voz embargada e cercado por outros filhos pequenos, o cacique lembra dos momentos de dor. “Meu filho morreu de fome porque era muito difícil conseguirmos comida no norte do Brasil. As pessoas simplesmente pararam de ajudar. Sentíamos muita fome”.
Como líder até mesmo em outras comunidades Warao na Venezuela, Epifânio é um dos poucos que fala fluentemente espanhol. Morou em Caracas e carrega consigo a liderança na busca de melhores condições para sua comunidade. Aprendeu português na marra e é o elo entre os brasileiros e seu grupo.
Em busca de condições melhores foram indo para o leste do Brasil. Entraram no nordeste pelo Maranhão até chegarem na litorânea João Pessoa, na Paraíba, em fevereiro de 2020. O grupo de Epifânio, que já estava há pelo menos 4 anos no país, encontrou com outro grupo de Warao também na mesma situação e juntos se estabeleceram na cidade.
Com os preços de aluguéis mais acessíveis, eles foram morar na periferia da cidade. Num lugar chamado Vila do Lula. Ali era um grande cortiço, segundo relatos dos moradores do lugar, que muito lembra o livro de Aluísio Azevedo. Ali eles viviam em condições precárias em quartos apertados e sem espaço de convivência — algo muito importante para a cultura Warao. Eles saíam de casa para fazer “coleta” — pedir dinheiro na rua. O que no Brasil pode se encaixar como mendicância, para eles é algo cultural. Arraigado em décadas de precariedade antes de terem auxílios governamentais no país de origem.
Não muito diferente do resto do Brasil, a periferia trazia consigo a violência. Os Warao não tinham muita noção disso. De um povo da pesca que vivia na floresta, a realidade na qual estavam imersos era algo totalmente diferente. Com troca de tiros, mortes e presença do tráfico de drogas. Até que a notícia de que refugiados venezuelanos indígenas estavam na cidade chegou por meio de uma assistente social. A secretaria municipal informou ao Ministério Público Federal para que pensassem juntos alternativas para acolher esses refugiados e tirá-los desse ambiente.
“A vila do Lula era um lugar bem estranho para eles. Não se sentiam muito confortáveis com o ambiente. Mesmo tendo liberdade de ir e vir a hora que quisessem e fazer o que bem entendessem, ainda era uma situação de extrema vulnerabilidade”, explica Rita Santos, professora do Programa de Pós-Graduação de Antropologia da Universidade Federal da Paraíba. Ela acompanha os Warao desde sua chegada ao estado.
Criando raízes
Para entender porque estão há mais tempo na capital paraibana é preciso saber quais problemas foram enfrentados nesse caminho.
A vulnerabilidade é algo que sempre está tentando alcançá-los. Passa pelas pessoas também. Relatos de famílias que viviam em situação de rua em outros estados causaram choque ao Ministério Público. Conselheiras tutelares ameaçavam tomar as crianças das próprias mães. Algumas, recém-nascidas no Brasil, outras, sequer eram brasileiras. Foi necessária a criação de uma cartilha para que essa violência ilegal cessasse.
Durante as travessias, mães, que poucas vezes viajavam sozinhas sem seus maridos, recebiam propostas de compra de seus filhos por parte de brasileiros . Alguns inclusive ainda no ventre da mãe já eram desejados. Relatos de fontes que preferiram não se identificar na capital paraibana afirmam que muitas crianças Warao sequer têm documentos. Isso porque ao nascerem e receberem a Declaração de Nascido Vivo (DN ou DNV) — documento emitido em três vias pelos serviços de saúde para os partos ocorridos no Brasil, seja em estabelecimentos de saúde ou em domicílios — na hora de registrar as crianças em cartórios lhe eram negadas a cidadania; porque, segundo eles, os documentos dos pais estavam rasurados ou em “más-condições”. Tornando crianças apátridas, ou seja, não-cidadãos.
Sabendo desse contexto, deixar os Warao e principalmente as crianças em condições mais dignas era algo que preocupava os agentes do estado. Além de regularizar as documentações. Sobre os documentos, ainda ocorre em João Pessoa a falta de registro por parte dos cartórios. Então uma alternativa foi tomada. “Antes esses questionamentos vinham direto a mim no MPF, mas agora já acionam o Conselho Tutelar, que aciona a Defensoria Pública e aí com a determinação em mãos, o registro é feito”, explica o procurador José Godoy.
A resposta para abrigá-los veio por conversa com o Ministério Público Federal (MPF) que ajudou a mediar junto a secretarias do estado e da capital como melhor acolhê-los. “Não podíamos deixá-los na Vila do Lula. Além do risco da violência, não estavam tendo nenhum tipo de atendimento do estado que lhes é permitido por lei. Não só por serem indígenas, mas por viverem no Brasil. Eles não sabiam disso (que tinham direitos)”, conta o procurador José Godoy do MPF-PB.
Uma força tarefa de acolhida foi montada para recebê-los. Isso tudo num período pré-pandemia. A princípio tudo foi montado às pressas, sem muita consulta com as lideranças Warao. O que foi bem na atitude, teve que ser aprimorado com o passar dos meses. Deixá-los em abrigos todos juntos ou aluguéis por família? Qual o bairro ideal? A população irá recebê-los bem? Foram algumas das perguntas que vieram à tona.
As alternativas que se mantêm foram fruto de conversas e mediações da Associação Arquidiocesana (ASA) do MPF-PB e do Observatório de Antropologia da UFPB, todos alinhados com as secretarias estadual da Paraíba e municipal de João Pessoa.
Uma parceria foi firmada com a ASA para manutenção e cuidado de três abrigos fornecendo também alimentação. Num outro abrigo, a ASA apenas disponibiliza comida, o restante é por conta da secretaria de assistência social de JP.
Os abrigos nos quais os Warao vivem chocam à primeira vista. O único que a ASA não é responsável pela manutenção é de uma extrema insalubridade. É uma escola desativada da capital onde vive um grupo de 20 Warao. Quatro são crianças. Esse abrigo é do líder Rafael, que estava em “viagem de coleta” durante minha visita. O teto lembra mais uma cachoeira quando chove. O pátio inunda e os indígenas passam a noite secando o chão. Muitas vezes em vão. Conversando com indígenas que vivem ali, e que não quiseram se identificar, eles se preocupam que a qualquer momento pode cair o telhado sobre a cabeça deles. As crianças estão constantemente com coriza devido a esse ambiente úmido e gelado.
Um documento foi escrito pela Pastoral do Imigrante e enviado ao MPF-PB para evidenciar esses problemas. Segundo o procurador da entidade José Godoy, já foi conversado com o grupo para poderem fazer uma reforma. No entanto, os Warao não querem sair, pois temem não poderem voltar ao bairro.
“Eles estão muito acostumados com o bairro. Se dão bem com os vizinhos e têm boa relação com a comunidade. Está sendo uma tarefa difícil convencê-los de sair para fazermos uma reforma. Eles têm medo, e não tiro a razão de que sejam deslocados para outros locais”. Há um embate inclusive da reforma que justifica a apreensão desse grupo em sair do bairro. A escola é de responsabilidade da secretaria estadual de Educação e os indígenas são cuidados pela secretaria municipal de Assistência Social. Esse cuidado duplo,na visão dos Warao que vivem ali, é pra tirar eles do abrigo.
Abrigos ou casas?
Hoje, 30 famílias de venezuelanos indígenas da etnia warao são atendidas pela ASA. Ao todo são 121 pessoas: 59 adultos, 5 bebês, 37 crianças e 20 jovens e adolescentes. Mas esses números mudam a cada mês. É que a migração é tão constante de alguns núcleos familiares que fica difícil até para quem os ajuda saber direito. Isso se dá na grande maioria dos casos pela queda na arrecadação da “coleta”. Eles simplesmente se mudam para outra cidade ou outro estado, ficam três meses e voltam ao abrigo.
Esses fluxos não são nada controláveis. O dinheiro é a causa. Mesmo que a maioria desses Warao recebam Bolsa Família e Auxílio Emergencial. Alguns além: recebem um cartão de ajuda humanitária da União Europeia no valor de R$ 500. E apenas mulheres com filhos têm direito de receber. Não é suficiente… Comida não falta. Só de frango são 400 kg por semana e mais 120 kg de Tambaqui — peixe trazido do Pará que eles gostam de comer.
A vida nos abrigos é de um som alto que é preciso desligá-lo para poder conversar. Quase todas as crianças andam nuas. O ambiente é igual em todos os abrigos visitados. Úmido e em nossa concepção brasileira de limpeza, muito sujo. É resto de comida por toda a casa. Latas de cerveja, garrafas pet e restos de lanches das crianças em cada cantinho. Gregório, que é pai de três crianças, diz que tem muito rato no abrigo dele. Maria Goretti, assistente que me acompanhou nas visitas disse para eu explicar ao Gregório o porquê disso. Já que o portugues é a única língua que ela fala e ele não entende as vezes. Isso se deu dentro de um grande quarto onde viviam 14 pessoas de duas famílias. Uma estava em Montes Claros (MG) e outra em Santarém (PA). Havia três meses que tinham partido. Mesmo assim a sujeira ali permaneceu. Mesmo de bota eu escorregava no chão a ponto de ter que sair para não me machucar.
O lixo como conhecemos é algo que estamos aprendendo a lidar. Colocar num ambiente específico para descartar não entrou ainda na cabeça deles. É como se ainda estivessem na floresta onde podiam jogar um resto de osso e algum animal ou a própria terra absorvesse. Mas na cidade não é assim. O solo é de concreto, a comida apodrece e ratos fazem a festa. E essa prática é passada às crianças…
O telhado é constantemente limpo porque jogam o lixo ali em cima. Algo que irrita vizinhos. “Muitos vizinhos vieram reclamar das festas deles e principalmente da higiene. Num abrigo já chegaram a jogar restos de comida no quintal do vizinho porque a janela da cozinha era de frente. E tinha uma lixeira do lado. O vizinho ficou extremamente bravo. Além de que isso pode chamar ratos, baratas e escorpiões inclusive no quintal deles”, relata Maria Goretti, responsável da ASA pelos Warao.
Segundo Sebastian Roa, associado Sênior de Proteção e Soluções Indígenas da Acnur, essa percepção de limpeza é algo que precisa ser compreendido. “As pessoas precisam se colocar no lugar delas, é fácil os vizinhos reclamarem, mas eles são povos de outras terras, realidades… Não se muda da noite para o dia. São processos. E se os paraibanos fossem morar no meio da floresta, numa cabana cercada por rios e tendo que pescar tendo vivido toda a sua vida na cidade? Como seriam para eles? É necessário empatia.”
De acordo com Rita, os Warao entendem os palavrões brasileiros. Segundo eles são as “palavras más” que muitas vezes são proferidas proferida também em direção às crianças “Essa xenofobia é recorrente e aumenta não só por eles serem indígenas, mas também por serem refugiados”. Goretti também acrescenta que “a população dificilmente entende as práticas deles e a saída que encontram é xingá-los”.
Saúde e Educação
A cacica Minerva não esconde em seu sorriso tímido que ainda sente uma dor profunda. Sua filha Alexandrina morreu há um par de meses atrás devido a uma infecção generalizada. Ela estava grávida mas o pequeno Alexandre* sobreviveu e está aos cuidados da avó materna e de seu pai Yohny. O pré-natal é um desafio. “Muitas vezes elas não falam pra nós que estão grávidas, é algo natural. Descobrimos quando há um atendimento médico ou a barriga já está grande. Isso atrapalha o acompanhamento da saúde deles”, explica Maria Goretti. Minerva diz que a filha teve poucos atendimentos médicos enquanto estava grávida. E disse que ela viajava muito. Viajava tanto que os bebês nasceram em outro estado e foram para João Pessoa com poucos dias de vida. “Essa viagem constante atrelada com a falta de acompanhamento médico foi algo que prejudicou e fragilizou a saúde dela ainda mais. Infelizmente faleceram ela e o filhinho”, conta Rita.
Falta braço para a prefeitura acompanhar a todos. O MPF já solicitou uma equipe específica de cuidados a eles, pois com os Warao é necessário criar confiança. Ao entrevistá-los, nem sequer olhavam para mim, só para aqueles que os conheciam há mais tempo. O repórter era invisível ali. Mas é cultural. E isso é algo que o procurador Godoy luta para conseguir. “Eu não sei porque a prefeitura empaca tanto para separar agentes para eles. São quatro abrigos, três deles muito próximos um do outro. Essa relação é importante para que eles busquem os postos de saúde quando estão mal como qualquer pessoa que more no Brasil. Essa falta de relação atrapalha até mesmo na saúde das crianças.
Numa alternativa de ajudar a prefeitura, uma iniciativa da universidade Unipê na capital visa auxiliar em fichas cadastrais para agentes de saúde acompanharem melhor a saúde das famílias e de cada criança e adulto. Os alunos de medicina do 8º período fazem esse trabalho. “É algo positivo porque nossos alunos conhecem outras realidades e ajudamos no braço mesmo nessas papeladas e atendimentos iniciais”, conta Polyana Montenegro Silva, coordenadora do curso de extensão de medicina da universidade.
Mesmo assim, a cacica Minerva busca forças para recomeçar. “Sempre foi muito dura nossa travessia aqui. E a capital é um lugar bom. Mesmo com algumas pessoas xingando a gente. Recebemos ajuda e dificilmente nos falta algo. Nós queremos ficar, queremos trabalhar e ter nossa vida aqui. Queremos aprender o português, que as crianças estudem, isso é importante para toda a comunidade.”
Durante o dia as crianças não têm atividades nem aulas. Seu lazer é dentro do abrigo com outras crianças ou fazendo artesanato com suas mães. Em outro abrigo num grande casarão gerido pela cacica Minerva Perez cheguei a encontrar os adultos desenhando numa atividade do Observatório de Antropologia da UFPB. “É que estão escrevendo um livro para contar suas realidades por meio de desenhos”, conta Rita. Mas a molecada toda estava dançando, fazendo a festa, algumas poucas desenhando com os lápis que sobravam.
É comum nos abrigos as crianças andarem nuas, como se estivessem em seu ambiente natural. Devido às imagens pedi que colocassem roupas nelas para não expô-las. Em todos os abrigos é assim. Na capital, a educação é uma luta que quem cuida dos Warao tenta vencer. Devido à pandemia, aulas presenciais ainda são proibidas para ensino fundamental e creche. Aconteceram apenas de forma remota. Mas para crianças que só se comunicam na língua materna e nem sequer falam espanhol ou português foi preferido apenas a matrícula – a alfabetização é preferível, aos olhos dos pesquisadores, acontecer de forma presencial.
Para tentar suprir esse vácuo, o Observatório da UFPB está ajudando os Warao a conhecerem novos materiais para produção de seu artesanato. Isso porque a palha do Buriti que usam normalmente não é encontrada na Paraíba. Apenas na região norte do país. Nesse aprendizado as crianças ganham espaço num projeto coordenado pela professora Rita Santos. “Devido a esses deslocamentos especialmente situados em regiões periféricas, os indígenas não tinham espaço suficiente para poder construir seus artesanatos. Isso prejudica as próprias crianças que perderam o convívio com a prática. Mostrar para elas a importância de sua cultura e que ela é bonita e que deve tê-la consigo é algo que estamos trazendo para elas”.
Neste momento de pandemia apenas adultos têm aulas propriamente ditas. E acontecem a cada 15 dias duas vezes por semana com coordenação da Associação Sal da Terra. Maria José, a Zezinha, é coordenadora pedagógica da associação, ela relata como dão as classes. “Era quase que impossível pensarmos numa sala de aula dentro dos abrigos. E temos o entendimento que temos que buscar tornar aquilo o mais próximo possível do ambiente escolar. Já chegamos a usar a rua como espaço. O diferencial foi uma professora que encontramos que mesmo nessas condições não desistiu de dar aulas. A população é muito preconceituosa, dar aula a elas é uma alternativa que encontramos para inseri-las. Mesmo com alguns não querendo ter aulas, outros saindo para migrar…” E quem pensa que o espanhol foi problema: “Nosso objetivo sempre foi educar pela língua portuguesa, falar, escrever. A relação de amorosidade foi nosso diferencial para serem acolhidos.”
***
Esta reportagem recebeu apoio do programa ‘Early Childhood Reporting Fellowship: Desigualdade e Covid-19 no Brasil, Venezuela e Colômbia’, do Dart Center/Columbia University.
Know how dozens of kids and their families live in one of the poorest states in Brazil, and what the local public division, NGOs and unions are doing to help.
By Evandro Almeida Jr
Since the native Chief Epifânio Moreno, his family and his group left the Delta Amacuro, in the north of Venezuela in 2016, their life hasn’t been the same. Due a political and economical crisis growth caused by the death of the former president Hugo Chávez (2013), thousands of Warao venezuelans lost dozens of rights and help from the Government overnight.
The only way out they knew was to migrate. But where to? The closest border they knew was by water, between Venezuela and Trinidad and Tobago, or by land in Guyana. But both countries have English as their main language… It wasn’t a good alternative — Portuguese is more similar to Spanish than to English, which made the communication easier.
The solution was to go south then. Long journeys brought them to the Brazilian Amazon and there an adventure in a whole new country began.
There are over 6000 km (4000 miles) from Venezuela to where they are nowadays, in João Pessoa, Paraíba. Epifânio’s group is composed of 40 people who share a shelter in the capital. Half of them are children, mostly born in Brazil. The city is now home. It’s one of the few places they stayed for a long time, a year now.
Before they got there, for 4 years, they went from city to city, state to state, sleeping in groups on the street, bus stations or improvised shelters. Epifânio, who had 9 kids, today has only 8. One of them died from hunger during the migration. Those that migrate and run away from their country go through this kind of pain daily.
With a trembling voice and surrounded by other small children, the Chief remembers the moments of pain. “My son died from hunger because it was really difficult for us to get food in the north of Brazil. People just stopped helping. We were very hungry.”
As a leader also at other Warao communities in Venezuela, Epifânio is one of the few who speaks Spanish fluently. He has lived in Caracas and takes with him the leadership on the search for better conditions for his community. He had to learn Portuguese and now is the bond between Brazilians and his group.
Searching for better conditions they went to the East. They got to the Northeast through Maranhão State, and in February 2020, arrived in the coast city João Pessoa, in Paraíba. Epifânio’s group, who were in the country for at least 4 years, found another Warao group in the same situation as them, and together they settled in the city.
With affordable rents, they went to live in the outskirts of the city, in a place called Vila do Lula. There was a big tenement, that according to some residents, was very similar to the one from Aluísio Azevedo’s book (The Tenement/O Cortiço). The life there was very precarious, they lived in small rooms and with no living space — something very important to their culture.
They would leave the house to do the “gathering” — to ask for money on the streets. Which can be considered as begging in Brazil, but for them it’s cultural, ingrained in decades of poverty before they had support from the Government in their native country.
Not unlike the rest of Brazil, there’s a lot of violence in the outskirts. However, the Warao didn’t know that. Being a fishing people who lived in the forests, the new reality they were in was very different: guns shooting, deaths, drug trafficking.
Until one day the news of indigenous venezuelans refugees living in the city went public through a social worker. The city secretariat informed the Public Federal Ministry, so together they could think of alternatives to foster these refugees and take them out of this environment.
“Vila do Lula was a very strange place for them. They didn’t feel much comfortable with the environment. Even with the freedom to come and go and do as they pleased, it was still a situation of extreme vulnerability”, says Rita Santos, professor of the UFPB’s Anthropology Postgraduate Program. She has assisted the Warao people since their arrival in the state.
Taking roots
To understand why they’ve stayed longer in Paraíba’s capital, it’s necessary to know which problems were faced down this road.
The vulnerability is always on to them and people go through it too. Reports from families who lived on the streets in other states shocked the Public Ministry. Tutor counselors threatened to take the children away from their own mothers. Some were brazilians newborns, others weren’t even brazilians. It was necessary to make a booklet so the illegal violence would end.
During the crossing, mothers, who almost never were without their husbands, would receive offers from Brazilians to buy their kids. Some were still in the womb even and were already desired.
Reports from sources who preferred to not identify themselves, say that a lot of Warao kids don’t even have documents. The reason is that after they are born and get the Born Alive Declaration (DN or DNV) — a document issued in three copies by the health care programs for births delivered in Brazil, whether at home or at hospitals — and go register the kids at the city halls, the citizenship was denied.
Since, according to them, the parents’ documents were erased or in “bad conditions”. Which makes the children, people without land, non-citizens.
Knowing this scenario, giving the Warao, especially the children, better conditions, was the agents of state’s concern, besides regularising their documentation. In João Pessoa, there’s still a lack of registration by the city halls, so an initiative was taken. “These matters would come straight to me before, but now they call the Guardianship Council, who call the Public Defenders’ office and with the order in hand, the registry is done”, explains the prosecutor José Godoy.
The answer on how to shelter them came from a conversation with the Public Federal Ministry (MPF), that along with the State Secretariats discussed what was the best option to welcome them. “We couldn’t leave them at Vila do Lula. Besides the violence risk, they weren’t having any type of assistance from the State, which is their right by law. Not only because they’re natives, but because they live in Brazil. They didn’t know that (that they had rights)”, says the prosecutor José Godoy from the Public Federal Ministry from Paraíba.
A supportive task force was set up to welcome them. All of this before the pandemic. At first everything was set up quickly, without consulting the Warao leaders. It was a nice attitude, but it had to be improved with time. Leaving them in shelters together or rentals for each family? Which is the ideal neighbourhood? Will the population welcome them? Those were questions that came up then.
The current alternatives were the result of many conversations and intervention from the Archdiocese Association (ASA) from the Public Federal Ministry of Paraíba and from the UFPB’s Anthropology Observatory. All of them aligned with the State and the city’s Secretariats.
A partnership with ASA was created, for the maintenance and care of three shelters, also providing the food. ASA only gives food to another shelter, the rest is responsibility of João Pessoa’s social care secretariat.
The shelters in which the Warao live are shocking at first sight. The only one ASA is not responsible for the maintenance, is extremely unhealthy. It’s a deactivated school in the capital where a group of 20 Warao lives. Four are children. This shelter belongs to the leader Rafael, who was away “gathering” during my visit.The ceiling is more like a waterfall when it rains. The yard floods and the natives spend the night drying the floor. A lot of times in vain. Talking to some of them who didn’t want to be identified, it was said that they were worried the ceiling was going to fall off on their heads. The children constantly have running noses due to this humid and cold environment.
A document was written by the Immigrant Pastoral and sent to the MPF of Paraíba, in order to reveal these problems. According to the entity prosecutor, José Godoy, there was a talk with the group to do a renovation. However, the Warao don’t want to leave, because they fear they won’t be able to come back to the neighbourhood.
“They are very used to this neighbourhood. They get along with the neighbors and have a nice relationship with the community. It has been a difficult task to convince them to leave so we can do a renovation. They’re scared, but reallocating them is necessary.” There’s another conflict involving the remodeling, that justifies the group’s fear of leaving the neighbourhood. The school is under the responsibility of the State Education Secretariat and the indigenous are taken care of by the city Social Care Secretariat. In the Warao’s vision, this double care is to remove them from the shelter.
Shelters or houses?
Nowadays, 30 families of Warao venezuelans are supported by ASA. 121 people overall: 59 adults, 5 babies, 37 children and 20 young adults and teens. But these numbers change each month. The migration is so constant for some families that it’s difficult to track them even for those who help. This usually happens due to the drop in the amount of the “gathering”. They simply move away to another city or state, stay there for three months and then come back to the shelter.
These flows aren’t controllable at all. The reason is money, even though the majority of the Warao receive Bolsa Família and Emergency Aid. Some even have a card of humanitarian aid from the European Union, worth R$500 (U$100). And only women with kids have the right to have it. It’s not enough…But there is food. It’s 400 kg (900 lbs) of chicken per week and over 120 kg (265 lbs) of Tambaqui — a fish they like to eat, brought in from Pará.
Life at the shelters is so loud, you need to turn off the stereo to have a conversation. Almost every child walks around naked. The environment is the same in every shelter visited. Humid and, for us brazilians, considered very dirty. There’s leftovers all around the house: beer cans, PET bottles and food remains from the kid’s snacks on every corner. Gregório, father of three children, says there are lots of rats at his shelter. Maria Goretti, the assistant who followed me during the visits, asked me to explain to Gregório why that is. Since Portuguese is the only language she speaks and he doesn’t understand sometimes. This happened inside a big room where 14 people from 2 different families lived. One was in the city Montes Claros (MG) and the other in Santarém (PA). It had been three months since they had left, but the dirt stayed there. Even wearing boots, I still slipped sometimes, having to get out so I wouldn’t hurt myself.
Garbage as we know is something we’re learning how to deal with. To throw it somewhere specific hasn’t got inside their heads yet. It’s like they’re still living in the forest, where they could throw away some bone and some animal or the dirt itself would absorb it. But it isn’t like that in the city. The land is made of concrete, the food rots and mices play away. And this practice is passed on to the children…
The roof is constantly being cleaned because they throw garbage up there. Something that annoys the neighbours. “Lots of neighbours have complained about their parties and especially about their hygiene. In one shelter they even threw food leftovers in the neighbor’s backyard, since the kitchen’s window faced that way, and there was a trash can right beside it. The neighbor got extremely pissed. Besides that, it attracts rats, cockroaches and scorpions,” says Maria Goretti, ASA’s responsible for the Warao.
According to Sebastian Roa, Senior associate of Indigenous Protection and Solution of UNHCR, this cleaning concept is something that needs to be learned. “People need to put themselves in their shoes, it’s easy to complain, but they are people from another land, another reality…. It’s not possible to change overnight. It’s a process. What if the city’s residents went to live in the middle of the forest, in a cabin surrounded by rivers, having to fish? How would that be? It’s necessary to have empathy.”
According to Rita, the Warao understand Brazilian swear words. They say it’s the “bad words” that many times are directed to them and even to the children. “This xenophobia is current and increases not only because they’re natives, but also because they’re refugees.” Goretti also says that “the population hardly understands their practices and cursing at them is the only way they deal with it.”
Health and Education
Chief Minerva’s shy smile doesn’t hide the deep pain she still feels. Her daughter Alexandrina died a couple of months ago due to some generalized infection. She was pregnant, but the little Alexandre* survived and is being taken care of by the grandmother and his father Yohny. Prenatal care is a challenge. “Many times they don’t tell us they’re pregnant, it’s natural. We find out when there’s a doctor appointment or the belly is already showing. This impairs their health assistance,” explains Maria Goretti. Minerva said her daughter went to only a few doctor appointments when she was pregnant. And said she travelled a lot. She travelled so much that the babies were born in another state and went to João Pessoa only being a few days old. “This constant travelling and the lack of health care was something that prejudiced and weakened her health even more. Unfortunately she and one of the babies died”, says Rita.
There aren’t enough hands for the state to assist everyone. MPF has required a care team specific for them, because it’s necessary to develop trust with the Warao people. When interviewing them, they wouldn’t even look at me, just at those they knew for a long time already. The reporter was invisible. But it’s cultural. And it’s something the prosecutor Godoy struggles to have. “I don’t know why the city hall takes so long to separate special agents for them. There are four shelters, three of them really close to each other. This relationship is important for them to look for health clinics when they’re feeling sick like any other resident in Brazil. This broken relationship impairs the children’s health too.”
As an alternative to help the city hall, Unipê university, placed in the capital, is doing registration forms for health workers to best monitor the health of the families, and of each child and grown up. The med school’s students in the 8th period do this job. “It’s positive because our students get to know different realities and we help by doing the paperwork and the firsts appointments,” says Polyana Montenegro Silva, coordinator of the university med extension course.
Even so, the Chief Minerva seeks out strength to start over. “Our crossing has always been hard here. And the capital is a nice place. Even with people cursing at us. We get help and hardly ever something is missing. We want to stay, we want to work and have our life here. We want to learn Portuguese, we want the kids to study, this is important for the whole community.”
During the day the children don’t have any activities or classes. Their leisure is inside the shelter with other kids or doing handcrafted work with their mothers. At another shelter, in a big old house, managed by the Chief Minerva Perez, I saw adults drawing during an activity from the UFPB’s Anthropology Observatory. “They are writing a book to tell their reality through drawings,” says Rita. But all the kids were dancing, partying, and some were drawing with the remaining pencils.
At the shelters it is common for the children to walk around naked, like they were in their native environment. Due to the recording, I asked for them to be clothed, in order to not expose them. Every shelter is like that. At the capital, education is a battle those who take care of the Warao try to win. Because of the pandemic, in-person classes are still forbidden for middle school and daycare. They were only online. But for the children who only speak their native language and don’t speak Spanish or Portuguese, it was better to do only the registration — according to the researchers, literacy is better learned in person.
In order to fulfill this void, the UFPB’s Observatory is helping the Warao to find new materials for the handcraft productions. Because the Buriti hay they normally use is not found in Paraíba, just in the north of the country. During this learning, the children have space in a project coordinated by the professor Rita Santos. “Due the travels, especially to the outskirts, there was not enough space for the handcrafts. This is harmful for the kids who lost contact with the practice. To show them the importance of their culture and that it is beautiful and they should carry it with them, is something we’re trying to do.”
During this pandemic, only the adults have proper classes. And they happen twice a week, every 15 days, with the Salt of the Earth Association’s coordinator. Maria José, known as Zezinha, is the Association’s educational coordinator, and she tells us how the classes are. “It was almost impossible to think of a class inside these shelters. And we know we have to make that as close as possible to a learning environment. We even used the street as a space before. What made the difference was a teacher we found, that even in those conditions, never gave up teaching. The population is very prejudiced, teaching classes is an alternative we found to integrate them. Even with some not wanting to have classes and others migrating elsewhere…” And for those who thought the Spanish would be a problem: “Our goal was always to teach through Portuguese, speaking and writing. The loving relationship was the detail for them to be embraced.”
* The name was altered in order to protect the newborn’s integrity.
***
This report was supported by the program ‘Early Childhood Reporting Fellowship: Inequality and Covid-19 in Brazil, Venezuela and Colombia’, from Dart Center/Columbia University.