¿Cómo las ciudades del interior del noreste de Brasil están recibiendo y cuidando a los refugiados indígenas que luchan contra la xenofobia?
Texto: Evandro Almeida Jr
Moya, tiene nueve años, y su sobrino Emerson Zapata, un bebé de siete meses (julio de 2021), son los únicos niños Warao en un refugio en Campina Grande. La ciudad está a una hora y media en auto de la capital, es la segunda ciudad más importante y poblada del estado de Paraíba con 500 mil habitantes. Selena perdió a su padre hace un par de meses. La muerte no tuvo que ver con covid-19, sino por causas naturales. Que si hubiera habido un seguimiento médico se podría haber evitado.
Enfermedades comunes como la diabetes pueden matar, si una persona no se somete al tratamiento, no come adecuadamente y experimenta condiciones extremas de estrés y fatiga, todo lo que experimenta un refugiado. Fue todo esto lo que acabó provocando la muerte de José Moya, el padre de Selena.
La niña de nueve años tiene depresión. Por falta de actividades y las escuelas suspendidas por la pandemia, pasa todo el día en su celular. Viva el duelo a diario. Su padre murió en el refugio donde viven. La habitación en la que solía quedarse con su familia está cerrada. Hay cruces rojas pintadas en el exterior y su nombre estampado en la puerta. Nadie entra ahí. Creen que su espíritu todavía habita ese lugar. Selena lo ve a diario. Pero ella maneja este dolor a su manera. “Tiene un sentido del humor realmente genial. Ella sabe cómo manejarlo. Esto es común para ellos como pueblo. Que es lo que hace que lidiar con algo de dolor. Ellos solos, son personas ‘desconsoladas’, dejaron su tierra. De ahí traen esas pérdidas para acá”, dice Raif Nóbrega Vidal, psicólogo del Departamento de Bienestar Social de Campina Grande (Semas).
La custodia fue compartida entre su hermana Josefina y su hermano José Pérez, ambos mayores de edad, quienes la cuidan a partir de ahora.
Emerson es brasileño e hijo de Josefina con Enriquer Zapata. La mayor parte del tiempo se sentaba en una hamaca o en el regazo de su abuela, usando una máscara de tela como mordedor. Sus padres se conocieron durante la travesía en Brasil y viven en Campina desde enero de 2020. A pesar de que ve a sus compatriotas mudarse de la ciudad o el estado, el deseo de Enriquer es quedarse allí. “Me gusta la ciudad, puedo trabajar aquí y recibimos ayuda. Tenemos asistencia. En otros estados que pasamos, teníamos que pagar, para comer también. Nada vino de la ayuda, tuvimos que pedir dinero para comprar incluso leche para los niños”.
También ayuda a criar a Selena y dice que ya advirtió a los trabajadores humanitarios sobre su comportamiento alimentario, que según él ha cambiado desde que murió su padre. “Ella solo come mangos y bebe Coca-Cola, nada más. No quiere comer nada más, eso es todo. Ya advertí a los equipos y están tratando de ayudar”. Enriquer también trae a colación un punto que los nativos del refugio tienen en común: “a veces el refugio carece de comida”.
Misión de apoyo
Como en João Pessoa, Campina Grande tuvo que ser ágil para crear un plan de acogida. Barreras como el idioma y la comprensión de las costumbres fueron dañinas al principio. Sin embargo, llegó la ayuda. Al principio había pocas familias y algunas no se llevaban bien. Lo que se resolvió cuando el ayuntamiento los reunió en un solo refugio. Fue necesario alquilar viviendas particulares para algunas familias, mientras que otras se quedaron en albergues. La situación Warao en la ciudad al principio fue muy acogedora. Según informes de residentes de la ciudad que no quisieron identificarse, recibieron muchas donaciones. En los faros durante la “coleta” recibieron hasta 400 reales (80 USD) en un solo día. La gente de Campinas se solidarizó con ellos. Hasta que empezaron a ver algunas situaciones inusuales.
Los Warao se encontraron con dinero en la región central de la ciudad y pidieron un taxi para ir al albergue en el barrio de Jeremías, en las afueras de la ciudad. Esto molestó mucho a la población de la ciudad e incluso a sus vecinos. Y no se detuvo ahí. La comida que el departamento de asistencia social donaba a los indígenas solía colocarse en la acera del refugio porque no era la comida a la que estaban acostumbrados.
Según Sebastián Roa, Asociado Senior de Protección y Soluciones Indígenas en ACNUR, esto es común. “Los actores locales ayudan amablemente y donan alimentos. Sin embargo, esto sucede a menudo sin hablar con los líderes para saber qué es lo que realmente consumen. Si no comen tal cosa, es muy poco probable que hablen. Descartan lo que, a los ojos de la población, puede causar fricciones, por falta de comunicación entre los asistentes y la sociedad”.
Como resultado, creció la xenofobia. Vinculada al prejuicio y la falta de comprensión de la presencia Warao en la ciudad, afectando en gran medida su integración. Haciendo que algunos migren.
Una hipótesis de Semas para esta migración es que incluso con la ayuda y asistencia de la secretaría y las ONG asociadas, los Warao continúan migrando a lugares que pueden tener una mejor coleta. “Cambian si se dan cuenta de que la población dejó de ayudar o se acostumbró a su presencia. Observamos que cuanto más tiempo permanecen en un lugar y reciben ayuda, la población se da cuenta y deja de darles dinero. Ellos (los ciudadanos) entienden que si el gobierno de la ciudad proporciona una canasta básica de alimentos y albergue, es suficiente”, informa Uélma Alexandre do Nascimento, directora de Protección Social Especial para Complejidad Media y Alta.
La coleta persiste porque algunos artículos no se entregan mediante asistencia. Como pañales para bebés o incluso caramelos, refrescos o cerveza, que suelen beber en sus fiestas.
El efecto de esto es que en 2021, 86 indígenas venezolanos han pasado por el único refugio de la ciudad. De ellos, 43 adultos, 10 bebés (uno nacido en un refugio de parto natural), 23 niños y 10 adolescentes. Hoy solo quedan ocho indígenas. Y este flujo permanece allí, en ciudades cercanas, un máximo de seis horas de viaje entre ellas. “El flujo de migración se da en la propia región, es decir, aunque son otros estados, son puntos muy próximos entre sí por lo que cada familia se queda en un lugar y es más fácil que se reúnan también”, explica Rita Santos, profesora del Programa de Posgrado en Antropología de la Universidad Federal de Paraíba.
Planificar y volver a planificar
Al darse cuenta de esta migración, la secretaría reevaluó sus caminos e incluyó a los Warao en todos los posibles proyectos de asistencia. “Sin embargo, la pandemia incluso ha obstaculizado su integración con la población en estos proyectos, que en gran parte son presenciales”, explica Thaís de Lima e Silva, quien es la coordinadora del equipo de seguimiento del migrante venezolano Warao en la ciudad. Todos los Warao que pasaban por la ciudad y tenían hijos estaban matriculados en el departamento de educación, estaban matriculados en CADÚnico y en servicios de transferencia de ingresos como Bolsa Família y Ayuda de Emergencia.
“La migración se interpone, los trabajadores sociales van en busca de niños para seguimiento y cuando lo ven, ya han migrado. Incluso planificamos, pero se van ”, dice Samara Nóbrega de Almeida, abogada de Semas.
Cuidado exclusivo
¿Y recuerdas la queja de Enriquer? “A veces el refugio carece de comida”. Esta falta de alimentos se debe en realidad a que no reciben como otros grupos de ciudades vecinas, como João Pessoa, que llevan canastas de alimentos semanales. En Campina, las cestas se envían cada 15 días y se trabajan según las necesidades de cada familia. Esto se discutió con el cacique Argenis, quien en ese momento era responsable del albergue y la nutricionista Janine Chaves de Castro. Enriquer recibe la mitad de una canasta de alimentos que contiene:
MEDIA CESTA ESTÁNDAR:
ALIMENTOS | CANTIDADES |
AZÚCAR | 1 KG |
ARROZ | 2 KG |
GALLETA SALADA | 1 PAQUETE |
CAFÉ | 1 PAQUETE |
CUSCUZ | 2 PAQUETES |
FÓRMULA INFANTIL | 1 PAQUETE |
HARINA | 1 KG |
FIDEOS | 1 PAQUETE |
MARGARINA | 1 BOTE DE 250G |
ACEITE | 1 FRASCO |
SAL | 1 KG POR MÊS |
Durante el informe, no encontré comida en los estantes ni en las habitaciones, donde generalmente también la guardan. Y durante la entrevista, tanto José Pérez como Enriquer Zapata dijeron que se habían quedado sin comida. Otros indígenas mayores se cubrieron la boca con las manos, lo que indica la falta de comida. “Pensamos que con ustedes viniendo hoy aquí iban a traer comida. Aquí no tenemos nada”, dice Zapata.
Sin embargo, se me advierte que incluso con comida en la mesa, los Warao todavía dicen que falta. “Sienten que siempre falta comida. Evaluamos con los líderes la cantidad ideal de comida, pero nunca es suficiente. Hoy enviamos cestas separadas, pero antes era colectivo. Se distribuyeron y organizaron. Sin embargo, empezaron a querer más el uno del otro y tuvimos que separar. Es un instinto de alguien que ha tenido mucha hambre”, dice Uélma.
A diferencia de otras personas que son atendidas por Semas en la ciudad, los Warao reciben, además de las canastas, proteína animal, como sardinas y un pollo entero.
En educación, los profesores estaban más dispuestos a recibir a estos estudiantes. “Hubo una resistencia previa que se cambió, porque no entendían la cultura. Más de mil profesores se capacitaron y se discutió varias veces sobre cómo integrar a estos niños e insertarlos de la mejor manera en la vuelta a la escuela”, explica la abogada.
Josy Oliveira es maestra de escuela pública. El departamento de educación le informó que recibiría a un estudiante Warao para que impartiera una clase remota. Incluso sin haberlo conocido, Josy hizo una actividad lúdica para romper la barrera del idioma. Pero la migración una vez más descarriló los planes. “Realicé bloques de actividades adaptadas, de coordinación motora para el niño y se los entregué al encargado de educación que derivó a la familia. Como el niño no habla nuestro idioma, esta era una alternativa”. Sin embargo, a pesar de que sabía que el estudiante hizo la actividad, nunca la recibió. No hubo retorno. La única información es que sería “transferido”. En otras palabras, se fue de la ciudad.
En la asistencia sanitaria no hay periodicidad de seguimiento. Solo aparece cuando hay “demanda”; es decir, si un indígena se enferma o se siente mal, se avisa a la secretaría que informa a la UBS más cercana y se dirige a ella un equipo (con médico, enfermeras y asistente social). Se busca constantemente que un equipo de soporte se quede con ellos, pero casi nunca se atiende.
Samara Nóbrega agrega que solo con el alivio de la pandemia podrán hacer aún más por ellos e intentar insertarlos en el municipio. “Aún queda mucho por hacer, pero hicimos lo principal, que fue entablar un diálogo con ellos, que se abrieran con nosotros … Este es nuestro mayor logro, habiendo creado este vínculo y con la pandemia disminuyendo, incluyéndolos en la sociedad”.
***
Este informe fue apoyado por el programa ‘Early Childhood Reporting Fellowship: Inequality and Covid-19 in Brazil, Venezuela and Colombia’ del Dart Center / Columbia University.
Entenda como cidades do interior do nordeste brasileiro estão recebendo e cuidando de refugiados indígenas combatendo a xenofobia.
Texto: Evandro Almeida Jr
Moya, de 9 anos, e seu sobrinho Emerson Zapata, um bebê de 7 meses (julho de 2021), são as únicas crianças warao num abrigo em Campina Grande. A cidade fica a uma hora e meia de carro da capital – é a segunda mais importante e populosa do estado da Paraíba com 500 mil habitantes. Selena perdeu o pai há um par de meses. A morte não teve a ver com a Covid-19 e sim de causas naturais. Que se houvesse acompanhamento médico, poderia ter sido evitada.
Doenças comuns como diabetes podem matar se a pessoa deixar de fazer tratamento, não se alimentar direito e passar por condições extremas de estresse e cansaço — tudo que vive um refugiado. Foi tudo isso que acabou causando a morte de José Moya.
A menina de 9 anos tem depressão… Por falta de atividades e as escolas suspensas devido à pandemia passa o dia inteiro no celular. Vive o luto diariamente. O pai dela faleceu no abrigo em que vivem. O quarto em que ficava com sua família está fechado. Há cruzes vermelhas pintadas do lado de fora e seu nome estampado na porta. Ninguém entra ali. Acreditam que o espírito dele ainda habita aquele local. Selena vê aquilo diariamente. Mas lida com essa dor do jeito dela. “Ela tem um senso de humor muito legal. Sabe lidar com isso. Isso é algo comum deles como povo. Que é o que faz lidar com alguns lutos. Eles por si só, são pessoas “enlutadas”, deixaram a terra deles. Eles trazem essas perdas de lá para cá”, conta Raif Nóbrega Vidal, psicólogo da secretaria de assistência social de Campina Grande (Semas).
A guarda ficou compartilhada entre sua irmã Josefina e seu irmão José Perez, ambos maiores de idade. Eles que cuidam dela a partir de agora.
Emerson (7 meses) é brasileiro e filho de Josefina com Enriquer Zapata. Ficou a maior parte do tempo sentado numa rede ou no colo da avó, usando uma máscara de pano como mordedor. Seus pais se conheceram durante a travessia no Brasil e vivem em Campina desde janeiro de 2020. Mesmo vendo seus compatriotas mudando de cidade ou estado, o desejo de Enriquer é permanecer ali. “Eu gosto da cidade, aqui consigo trabalhar e recebemos ajuda. Temos assistência… Em outros estados que passamos para se abrigar tínhamos que pagar, para comer também. Nada vinha de ajuda, tínhamos que pedir dinheiro para comprar até leite para as crianças”.
Ele também ajuda na criação de Selena e diz que já avisou as equipes de assistência sobre o comportamento alimentar dela que segundo ele mudou desde que o pai morreu. “Ela só come manga e bebe Coca-Cola, nada mais. Não quer comer mais nada só isso. Já avisei as equipes e estão tentando ajudar.” Enriquer também traz um ponto que os indígenas do abrigo trazem em comum: “às vezes falta comida no abrigo.”
Missão de apoio
Assim como em João Pessoa, Campina Grande teve que “se virar nos 30” para criar um plano de acolhida. Barreiras como o idioma e a compreensão de costumes foram prejudiciais nesse início. No entanto, a resposta veio. No início eram poucas famílias e algumas delas não se bicavam. O que só foi percebido quando a prefeitura os colocou juntos num só abrigo. Foi necessário alugar residências privadas para algumas famílias, enquanto outras ficavam nos abrigos. A situação dos Warao na cidade a princípio foi bem acolhedora. Segundo relatos de moradores da cidade que não quiseram se identificar, eles recebiam muita doação. Nos faróis durante a “coleta” chegavam a receber até 400 reais num único dia. O povo campinense se solidarizou com eles. Até começarem a ver umas situações um pouco inusitadas.
Os Warao se vendo com dinheiro na região central da cidade pediam táxi para se deslocarem até o abrigo no bairro de Jeremias, periferia da cidade. Isso incomodou e muito a população da cidade e inclusive seus vizinhos. E não parou por aí… Alimentos que eram doados pela secretaria de assistência social aos indígenas eram muitas vezes colocados na calçada do abrigo porque não eram alimentos que eles estavam acostumados a comer.
De acordo com Sebastian Roa, associado Sênior de Proteção e Soluções Indígenas da Acnur, isso é comum de acontecer. “Os atores locais ajudam de forma solícita e doam alimentos. No entanto, muitas vezes isso ocorre sem conversar com as lideranças para saber o que eles realmente consomem. Se eles não comem tal coisa, muito dificilmente vão falar. Eles descartam o que aos olhos da população pode causar, por falta de comunicação entre assistentes e sociedade, atritos”.
Por conta disso, cresceu uma xenofobia contra eles. Atrelada ao preconceito e falta de entendimento da presença Warao no município afeta e muito a integração deles. Fazendo com que alguns migrassem.
Uma hipótese da Semas para essa migração é que mesmo tendo ajuda e auxílio por parte da secretaria e ONGs parceiras, os warao seguem migrando para locais que possam ter uma melhor coleta. “Eles mudam se percebem que a população deixou de ajudar ou se acostumou com a presença deles. Observamos que quanto mais tempo eles ficam num local e recebem ajuda a população percebe isso e deixa de dar dinheiro para eles. Eles (cidadãos) entendem que se a prefeitura dá cesta básica e abrigo, já é suficiente”, relata Uélma Alexandre do Nascimento, diretora de Proteção Social Especial de Média e Alta Complexidade.
A coleta persiste porque alguns itens não são entregues por meio de assistência. Como fraldas aos bebês ou até mesmo doces, refrigerantes ou cervejas – que costumam beber em suas festas.
O efeito disso é que só esse ano no único abrigo da cidade passaram 86 indígenas venezuelanos. Destes, 43 adultos, 10 bebês (um nascido no abrigo de parto natural), 23 crianças e 10 adolescentes. Hoje restam apenas 8 indígenas. E esse fluxo permanece ali, em cidades próximas, a no máximo 6 horas de viagem entre elas. “O fluxo de migração acontece na própria região, ou seja, mesmo sendo outros estados, são pontos próximos então cada família fica num lugar e fica mais fácil de se encontrarem também”, explica Rita Santos, professora do Programa de Pós-Graduação de Antropologia da Universidade Federal da Paraíba.
Planejar e replanejar
Percebendo essa migração a secretaria reavaliou seus caminhos e inseriu os warao em todos os projetos possíveis de assistência. “No entanto, a pandemia tem atrapalhado inclusive a integração deles com a população nesses projetos que em grande parte são presenciais”, explica Thaís de Lima e Silva que é coordenadora da equipe de acompanhamento ao migrante venezuelano Warao na cidade. Todos os Warao que passaram na cidade tiveram crianças foram matriculadas na secretaria de educação, foram inscritas no CADÚnico e nos serviços de transferências de renda como Bolsa Família e Auxílio Emergencial.
“A migração atrapalha, assistentes sociais vão em busca das crianças para acompanhamento e quando vê já migraram. Até fazemos o planejamento, mas eles saem”, conta Samara Nóbrega de Almeida, advogada da Semas.
Cuidados exclusivos
E lembra da queixa de Enriquer? “Às vezes falta comida no abrigo.” Essa falta de comida na verdade é porque não recebem como outros grupos de cidades vizinhas, como João Pessoa – que leva cestas básicas semanais. Em Campina as cestas são enviadas a cada 15 dias e são trabalhadas de acordo com a necessidade de cada família. Isso foi discutido com o cacique Argenis à época responsável pelo abrigo e a nutricionista Janine Chaves de Castro. Enriquer recebe metade de uma cesta básica que contém:
MEIA CESTA BÁSICA PADRÃO:
ALIMENTOS | QUANTIDADES |
AÇÚCAR | 1 KG |
ARROZ | 2 KG |
BISCOITO SALGADO | 1 PACOTE |
CAFÉ | 1 PACOTES |
CUSCUZ | 2 PACOTES |
FÓRMULA INFANTIL | 1 PACOTE |
FARINHA | 1 KG |
MACARRÃO | 1 PACOTE |
MARGARINA | 1 POTE DE 250G |
ÓLEO | 1 FRASCO |
SAL | 1 KG POR MÊS |
Durante a reportagem, não encontrei comida nas prateleiras ou nos quartos – onde costumam guardar também. E durante a entrevista tanto José Perez como Enriquer Zapata diziam faltar alimento. Outros indígenas mais velhos faziam gestos de mão na boca sinalizando a falta de comida. “Pensamos que com você vindo aqui hoje eles iam trazer alimento. Estamos sem nada aqui”, relata Zapata.
No entanto me alertam que mesmo com comida na mesa, os Warao ainda dizem que falta. “Eles sentem que sempre falta comida. Nós avaliamos com lideranças a quantidade de comida ideal, mas nunca é o suficiente. Hoje mandamos cestas separadas, mas antes era coletivo. Eles distribuíam e se organizavam. No entanto, começaram a querer mais um do outro e tivemos que separar. É um instinto de quem já passou muita fome”, relata Uélma.
Diferente de outras pessoas que são atendidas pela Semas no município, os Warao recebem além das cestas, proteína animal — como sardinhas e um frango inteiro.
Na educação professores ficaram mais dispostos para receber esses alunos. “Tinha uma resistência anterior que foi mudada, porque não entendiam a cultura. Mais de mil professores passaram por capacitação e foi discutido diversas vezes em como integrar essas crianças e inseri-las da melhor forma no retorno as aulas”, explica a advogada.
Josy Oliveira é professora da rede pública. Ela foi informada pela secretaria de educação que receberia um aluno warao para dar aula remota. Mesmo sem nunca ter conhecido ele, Josy fez uma atividade lúdica para quebrar a barreira da língua. Mas a migração mais uma vez atrapalhou os planos. “Fiz blocos de atividades adaptadas, de coordenação motora para a criança e entreguei à gestora de educação que encaminhou a família. Como a criança não fala nossa língua, essa foi uma alternativa.” Contudo, mesmo ela sabendo que o aluno fez a atividade, nunca recebeu de volta. Não teve retorno. A única informação é a de que ele seria “trasnferido”. Ou seja, saiu da cidade.
Nos cuidados à saúde não há uma periodicidade de acompanhamento. Só surge quando há “demanda”; ou seja, se um indígena estiver doente ou se sentir mal é avisado a secretaria que informa a UBS mais próxima e uma equipe (com médico, enfermeiros e assistente social) vai até eles. É buscado constantemente que uma equipe de apoio fique com eles, porém dificilmente é algo atendido.
Samara Nóbrega agrega que só com a pandemia amenizando, vão poder fazer ainda mais por eles e tentar inseri-los no município. “Ainda há muito que se fazer, mas fizemos o principal que foi criar um diálogo com eles, eles se abrirem com a gente… Essa é nossa maior conquista, ter criado esse laço e com a pandemia baixando, incluir eles na sociedade”.
***
Esta reportagem recebeu apoio do programa ‘Early Childhood Reporting Fellowship: Desigualdade e Covid-19 no Brasil, Venezuela e Colômbia’, do Dart Center/Columbia University.
Understand how countryside cities from the Brazilian northeast are welcoming and taking care of indigenous refugees, fighting against xenophobia.
By Evandro Almeida Jr.
Moya, 9 years old, and her nephew Emerson Zapata, a 7 months old baby (July 2021) are the only Warao children at a shelter in Campina Grande. The city is an hour and a half away by car from the capital — the second most important and populous city in the Paraíba State, with over 500 thousand residents. Selena lost her father a couple of months ago. He didn’t die of Covid-19, but of natural causes, which could have been avoided, had he had medical support.
Ordinary diseases, like diabetes, can kill if the person doesn’t get treatment, or feed properly, or if they go through extreme situations, such as stress and fatigue — everything a refugee experiences. All of that ended up causing José Moya’s death.
The 9 year old girl suffers from depression. She spends the whole day on her phone, since, due to the pandemic, the schools were suspended and there are no other activities for her to do. She experiences grief daily. Her father died in the shelter they live in. The room where her family used to stay is now closed. There are red crosses painted outside and his name on the door. Nobody walks in. They believe his spirit still lives there. And Selena sees that everyday, but deals with the pain in her own way. “She has a good sense of humor, and knows how to deal with it. It’s something common for their people. It’s what makes them handle grief. They alone already are mourners, since they left their own land. They bring the losses from there”, says Raif Nóbrega Vida, a psychologist from Campina Grande’s Social Care Secretariat (Semas).
Her sister Josefina and her brother José Perez share her custody, since they’re both legal. They will take care of her from now on.
Emerson, 7 months old, is Brazilian and son of Josefina and Enriquer Zapata. He was most of the time sitting on a hammock or on his grandma’s lap, using a cloth mask as a teether. His parents met during the crossing in Brazil, and they have lived in Capina Grande since January 2020. Even seeing their fellow countrymen moving away, Enriquer’s wish is to stay there. “I like the city, I can work here and we get help. We are assisted… In other states where we passed by looking for shelter, we had to pay to stay and to eat. There was no help, we had to ask for money even for the kids’ milk.”
He also helps to raise Selena and says that he has already warned the assistance teams about her feeding behaviour, which had changed since her father died. “She only eats mango and drinks Coke, nothing else. She wants to eat nothing besides that. I’ve already warned the teams and they’re trying to help.” Enriquer also highlights something the natives at the shelter talk about too: “Sometimes there’s no food here.”
Support Mission
Just like João Pessoa, Campina Grande had to improvise to create a welcoming plan. Barriers such as the language and customs were very damaging in the beginning. However the answer came. In the beginning there were a few families and they didn’t get along. Which was only noticed when the Cityhall put them together in a shelter. It was necessary to rent private houses for some families, while others stayed at the shelters. The Warao’s situation in the city was really welcoming at first. According to the city’s residents, who didn’t want to identify themselves, they received a lot of donations. At the traffic lights, during the “gathering”, they’d reach 400 reais (U$ 80) in a day sometimes. The city’s population sympathized with them. Until they started to face some very particular situations.
In possession of money, the Warao people in downtown would catch cabs to go to the shelter, located in the Jeremias neighbourhood, in the outskirts. That bothered a lot of people, including their neighbours. And there’s more… The food donated by the Social Care Secretariat was put on the shelter’s sidewalk sometimes, because they weren’t what the natives were used to eating.
According to Sebastian Roa, Senior associate of Indigenous Protection and Solutions from UNHCR, that’s very common. “The local actors help willingly and give away food. Although, lots of times this happens without talking to the Warao leadership, in order to know what they really eat. If they don’t eat something, they’ll hardly say it. They throw it away, which can cause conflicts due to the lack of communication between the assistants and the society.”
Because of that, xenophobia grew against them. Associated with prejudice, the lack of understanding the Warao’s presence in the city affects their integration a lot, which makes some of them move away.
An hypothesis Semas has for this migration is that even though they have help and assistance from the secretariat and NGOs partners, the Warao continue to move to places that might present a better “gathering”. “They move if they notice the population has stopped helping or got used to their presence. We realized that the more time they stay somewhere and receive help, the population notices and stops giving them money. The citizens think that if the government gives them shelter and basic food baskets, it’s enough,” says Uélma Alexandre do Nascimento, director of Special Social Protection of Medium and High Complexity.
The gathering remains because some items aren’t donated by assistance. Such as baby diapers or even candies, sodas or beers — which they usually drink at their parties.
The result is that in this year alone, at the only shelter in the city, 86 venezuelan indigenous passed by. Among them, 43 adults, 10 babies (one was delivered naturally at the shelter), 23 children and 10 teenagers. Today there are only 8 natives. And this flow remains in the near cities, 6 hours away tops. “The migration flow happens in the same region, which means, even if they go to different states, it’s not that far, so each family stays in a place and it’s easier for them to see each other”, says Rita Santos, professor of the UFPB’s Anthropology Postgraduate Program.
To plan and plan again
Noticing this migration, the secretariat reevaluated their options and inserted the Warao in every possible assistance program. “However, the pandemic has disrupted their integration with the population in these programs, that are mostly in-person”, explains Thaís de Lima e Silva, coordinator of the assistance’s team for Warao venezuelan migrants in the city. Every Warao child in the city was registered in the Education Secretariat, subscribed to CADÚnico and to the income transfering programs, like Bolsa Família and the Emergency Aid.
“The migration gets in the way, social workers go after the kids for the follow up, but then they’re gone. We make plans and everything, but they leave,” says Samara Nóbrega de Almeida, Semas’ attorney.
Exclusive Care
Remember Enriquer’s complaint? “Sometimes there’s no food here.” This actually happens because they don’t receive food like other groups from nearby cities, such as João Pessoa — where basic food baskets are brought in weekly. In Campina Grande, the baskets are sent every 15 days and are set up according to each family’s needs. This has been discussed with the native Chief Argenis, responsible for the shelter at the time, and with the nutritionist Janine Chaves de Castro. Enriquer receives half of a basket containing:
HALF OF A BASIC FOOD BASKET:
FOOD | QUANTITY |
SUGAR | 1 KG (2,2 lbs) |
RICE | 2 KG (4,4 lbs) |
SALTED BISCUITS | 1 BAG |
COFFEE | 1 BAG |
CUSCUS | 2 BAGS |
BABY FORMULA | 1 BAG |
CASSAVA FLOUR | 1 KG (2,2 lbs) |
PASTA | 1 BAG |
MARGARINE | 250g (8,8 oz) |
VEGETAL OIL | 1 BOTTLE |
SALT | 1 KG (2,2 lbs) PER MONTH |
During the story, I didn’t find food on the shelves or in the rooms — where they usually store it too. During the interview José Perez and Enriquer Zapata said there was a food shortage. Other older natives made gestures with their hands on their mouths, signalizing the same. “We thought that with you coming here today, they would bring food. We have nothing in here”, says Zapata.
Nonetheless, even when there is food on the table, the Warao say it’s still not enough for everyone. “They feel like there’s always a food shortage. We evaluate with the leaders how much food is necessary, but it’s never enough. Nowadays the baskets are separated, but before that, it was all collective. They would distribute and organize themselves. But, one started to want more than the other, so we had to separate it. It’s an instinct for those who have struggled with hunger,” says Uélma.
Unlike other people supported by Semas, the Warao receive animal protein, besides the baskets, such as sardines and a whole chicken.
In the education field, professors are more willing to welcome these students now. “They were reluctant before, since they didn’t understand the culture, but that changed. Over a thousand of professors went through some sort of training, and it has been discussed several times how to integrate those children and how to insert them properly in the school environment, when the classes return” says the attorney.
Josy Oliveira is a teacher at a public school. She’s been informed by the Education Secretariat that she would welcome a Warao student during remote classes. Even though she never met him, Josy did a playful activity in order to break the language barrier. But again, the migration got in the way of her plans. “I had made groups of modified activities for motor coordination for the kid and gave it to the education director, who sent it to the family. Since the kid doesn’t speak our language, that was an alternative.” However, even though she knows the student did the activity, she never got any feedback. He never came back. The only information was that he would be “transferred”. Which means, he left town.
About healthcare, there’s no regular follow-up. It only appears when there’s need, which means, if a native is sick or not feeling well, the Secretariat warns the closest public health center and a team (doctors, nurses and social workers) goes to them. They constantly ask for a support team to stay with them, but it’s a request hardly ever taken.
Samara Nóbrega adds that only when the pandemic presents a better scenario, they’ll be able to do more for them and try to insert them in the city. “There’s still a lot to do, but we did the main thing, which was to have a dialogue with them, so they would open up… To have developed this bond is our biggest accomplishment, and when the pandemic’s scenario is better, we want to include them in the society.”
***
This report was supported by the program ‘Early Childhood Reporting Fellowship: Inequality and Covid-19 in Brazil, Venezuela and Colombia’, from Dart Center/Columbia University.