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Marcela Turati

Ilustración: Alma Ríos

Marcela Turati, periodista mexicana, conversó sobre su ejercicio periodístico.

Es común ver a Marcela Turati (México, 1974) tomando notas, ya sea en una libreta o en su móvil. Turati suele buscar la mirada de sus interlocutores. De pronto guarda silencio antes de lanzar una pregunta para confirmar un apunte, para indagar o comentar algo. Así la he visto en distintas ocasiones. Marcela parece estar reporteando siempre.

Marcela es una de las periodistas mexicanas más destacadas de las últimas generaciones. Su nombre es conocido en distintos territorios del país y en el mundo por haber cubierto temas relacionados a los derechos humanos y a la violencia que ha enfrentado México; por haber fundado junto a otras colegas la Red Periodistas a Pie —pionera en la organización colectiva de reporteras y reporteros del país—; por haber fundado Quinto Elemento Lab junto a los periodistas Alejandra Xanic e Ignacio Rodríguez Reyna.

Los textos de Marcela en el diario Reforma y la revista Proceso son puertas y ventanas para asomarse a lo que ha ocurrido en México los últimos años, muestra de ello también lo es su libro Fuego Cruzado: las víctimas atrapadas en la guerra del narco (Grijalbo, 2010).

Por ello, por su trabajo, la Universidad de Columbia, Estados Unidos, anunció que Marcela es una de las periodistas que será reconocida con el premio de Periodismo Maria Moors Cabot 2019. Uno de los premios más prestigiosos a que puede acceder un periodista.

Para conocer más sobre su ejercicio periodístico y las cosas con las que sueña, conversamos con ella.

Recuerdas el momento exacto en que decidiste ser periodista, ¿cómo fue?

Recuerdo cuatro momentos. Uno, cuando en la universidad escribí en el periódico universitario una nota sobre una temporada donde se sufría hambre en la Sierra Tarahumara [al norte de México], y se hizo una colecta con víveres para la sierra. En ese momento me di cuenta del poder que tiene la prensa y la palabra, que puede mover a gente para que transforme cosas. Yo me había inscrito en la carrera de Comunicación con la idea de ser locutora de radio (quería tener un programa de radio nocturno para evitar que la gente se suicide), pero cuando me tocó tomar las clases de periodismo me enamoré de la profesión. Tuve muy buenos maestros: Roberto Zamarripa, Raymundo Riva Palacio, Carlos Marín y Claudia Fernández. Riva Palacio en ese momento dirigía investigaciones especiales en Reforma, Zamarripa era cronista en ese medio, Marín era un brillante reportero de Proceso, Fernández acababa de publicar el libro El Tigre Azcárraga [sobre el empresario detrás del emporio Televisa]. Me recuerdo escuchando las historias de Riva Palacio contando sus coberturas de guerras como las centroamericanas, mi corazón saltaba, yo quería hacer lo mismo, quería presenciar la historia. Esos años descubrí a Kapuscinski y a Alma Guillermoprieto. Me leía y releía sus libros. Luego, cuando me tocó el momento de hacer mi servicio social, lo hice al sur de Veracruz [en el golfo de México] para apoyar a comunicadores populares indígenas; esos meses me di cuenta que yo necesito ver cambios rápidos, que soy impaciente, que no podría ser como los defensores de derechos humanos que se quedan años a vivir en una comunidad para transformarla, y que el periodismo terco y los seguimientos sistemáticos te permiten lograr cambios de distinta profundidad y a otra velocidad.

Si no fueras periodistas, ¿a qué te dedicarías?

Creo que sería psicóloga, que de alguna manera lo soy, o misionera. Siempre me debatí entre ser misionera y psicóloga. Hoy mi sueño es ser periodista y sanadora.

¿Qué estabas haciendo cuando recibiste la noticia del Moors Cabot? ¿Cómo te sentiste?

Estaba escribiendo algo cuando recibí un correo del Cabot que me pedía que me comunicara a Nueva York. Estaba en el agobio del deadline así que no pude llamar y se me pasó el día. Al día siguiente recibí otro mensaje, llamé y me dijeron. Fue emocionante.

Si pudieras regresar el tiempo, ¿cambiarías algo en tu carrera periodística?

Me hubiera obstinado en cubrir al Zapatismo. Siempre he sentido que llegué tarde y que me faltó profundizar, porque el alzamiento ocurrió cuando estudiaba en la universidad y mi papá me prohibió ir a Chiapas. Después, ya como reportera, me acerqué muchas veces a Chiapas cuando trabajaba en Reforma, pero siempre tenía que regresar a la Ciudad de México, aunque soñaba con ser corresponsal en San Cristóbal [ciudad chiapaneca]. Otra cosa que hubiera cambiado fue cuando renuncié a Reforma y me dediqué a viajar por Latinoamérica, aunque mandaba reportajes a la redacción no me los publicaban; hoy pienso que podría haberlos enviado a otros medios. En vez de eso dejé de escribir, me sentía confundida porque no me publicaban. Pensaba que si me mantenía fiel a Reforma cuando retornara a México iban a contratarme de nuevo. Y sí, regresé dos años después (viajé como mochilera durante 2004 y 2005, estudié narrativa, masaje, biodanza), y cuando me ofrecieron regresar yo ya tenía otros planes. También cambiaría la inseguridad que siempre he sentido hacia lo que escribo, hacia mi manera de narrar, hacia el resultado obtenido. Muchos años me pregunté por qué me premiaban y me sentía una impostora, como si hubiera engañado a todos. Todavía algunas veces me vuelve ese síndrome, pero ya no me malviajo.

¿Cuáles son los retos que enfrenta el periodismo mexicano?

Los retos del periodismo mexicano son muchos y variados: los brutales recortes en la mayoría de los medios de comunicación, la precarización laboral de los periodistas, la inequidad de salarios, la desigualdad en las redacciones, el modelo de negocio de muchas empresas basado en ganancias y no en la calidad de información que ha hecho que el ciudadano desconfíe de la prensa, el chip oficialista implantado desde la época del PRI, la falta de transparencia en la asignación y contratación de publicidad oficial que sigue castigando al periodismo crítico, la sistemática descalificación al periodismo de investigación desde la tribuna del poder, la crisis del modelo de los medios tradicionales que asfixia a la prensa a nivel mundial…. y sobre todo, la violencia contra quienes hacen periodismo en México, la facilidad de silenciamiento a la prensa a causa de la total impunidad. En México sale muy barato silenciar a un periodista porque la impunidad está garantizada. Y la falta de investigación y castigo a los ataques contra la prensa se convierte en una invitación para que otros repitan ese patrón porque saben que no habrá consecuencias.

¿Cuál es la última película que te hizo reír a carcajadas?

Cuando tomo vuelos largos me gusta reírme con películas bobas. Me reí mucho con una llamada Abracadabra sobre un macho al que, tras una fallida sesión de hipnosis, lo posee un hombre dulce. Entonces es una pelea entre ambas personalidades. Es una bobada.

¿Cómo defines al dolor y a la violencia? ¿Cómo se lidia con esto en el ejercicio periodístico?

No sé si tengo definición a estos que son los temas que más toco en mi trabajo periodístico. Me viene a la mente pensar que la violencia es esa anomalía permanente en la que vivimos, no es normal, muchas veces es planeada por otros, puede llegar a ser negocio, solo sé que no hay que acostumbrarnos ni dejarnos atrapar por ella. Y el dolor del que escribo llega a ser causado por esa violencia impuesta por otros a la fuerza, alimentado por la impunidad y la corrupción, y que amputa miles de vidas en México, pero no necesariamente las aniquila. Y en esa rendija cabe la esperanza, entra lo posible, las brasas entre las cenizas.

¿Cómo lidiar con esto desde el periodismo? Primero teniendo claro que nuestro dolor como periodistas que cubrimos ese tema no se compara nunca con el de las víctimas, con quienes sufrieron directamente la agresión o tuvieron una pérdida. Podemos escribir sobre ello, expresarlo de distintas maneras, pero conscientes de que lo que nos pasa no es la historia periodística. Aunque tampoco podemos decir que el periodista tiene vetado expresar su dolor porque en México vivimos en la anomalía […] como varios de los asesinados o desaparecidos son colegas cercanos, amigos o referentes nuestros, eso de alguna manera convierte a muchos periodistas también en víctimas, en sufrientes de esas pérdidas, en sobrevivientes, o nos hace sentir que estamos en un campo minado, en constante riesgo, y eso tiene sus efectos (siempre recuerdo cuando los periodistas michoacanos se declararon ante la Fiscalía víctimas de la desaparición de Salvador Adame, en 2017, porque su desaparición afectaba a todo el gremio).

[…] No existe una fórmula para lidiar con el dolor, así empiezo el taller que doy a periodistas y donde precisamente reflexionamos sobre ese tema, pero entre todos exploramos cómo lo afronta cada quien y, sobre todo, los recursos interiores que cada persona tiene para la resiliencia y para no dejar que esa cobertura te carcoma el alma. Creo que vivirlo en comunidad ayuda y entender que —como enseñan los expertos en el enfoque psicosocial— nuestras reacciones y síntomas son normales ante las situaciones anormales que nos está tocando vivir, y también que hay un entramado diseñado para hacer que nos quedemos entrampados en la desesperanza y la impotencia. Entonces el mejor antídoto es contrarrestar esa impotencia en comunidad, entender esas lógicas y mediante una pedagogía de la esperanza y un trabajo constante y apoyo mutuo, evitar que haga nido en nuestro ser.

¿Qué consejo le darías a una joven que inicia su carrera periodística?

Que confíe más en ella. Que desarrolle una voz propia, que siga sus intuiciones, que rompa reglas, que empiece a hablar en voz alta y en público hasta que le deje de temblar la voz, que defienda sus derechos y su trabajo, que confíe en la calidad de su trabajo y en su instinto. Que no se deje cortar las alas por las reglas impuestas en la redacción o en la sociedad o donde sea. Que encuentre cómplices y busque esa comunidad de mujeres que son una red de soporte para navegar por esta profesión. Y, a la vez, que trabaje, pero que no caiga en la autoexplotación, que tenga jardines secretos y cultive placeres y se detenga a oler las flores, que viaje, haga pausas, y lea y ame. Que no se culpe por querer tener una familia y seguir siendo periodista, o por no querer tenerla. Que ayude a otros que necesitan ayuda, que sea humilde, que no crea que lo sabe todo, que comparta lo que aprendió, que prenda las alarmas si algún día siente que ya no tiene nada que aprender. Que se trate con ternura y se reconozca el camino andado.

¿A qué mujeres periodistas recomiendas seguir la pista?

Me gustaría primero compartir los nombres de las mujeres periodistas cuyos libros he leído y releído como Nellie Campobello, Elena Poniatowska, Alma Guillermoprieto, o internacionales como Svetlana Alexievich y todo su trabajo tomando testimonios. También las maestras que constantemente abren camino como la chilena Mónica González Mújica y la colombiana María Teresa Ronderos. Podría mencionar a muchas colegas mexicanas contemporáneas, pero mi sugerencia es seguir la pista a las mujeres periodistas de todo México que han creado colectivos o redes de periodistas para proteger a periodistas amenazados, para capacitar a jóvenes, para investigar a profundidad. Son varias, están por todo el país. Son excelentes periodistas, valientes, comprometidas, generosas, que están salvando el periodismo en las regiones silenciadas. A ellas hay que seguirlas. Ellas llevan luz a donde se intentó implantar la oscuridad.

¿Qué canción te emociona bailar?

Mi canción obligada en el karaoke: “Amor de mis amores”.

#EntrevistasLATAM, conversaciones a partir de 10 preguntas con personas que están transformando la región.


Texto: Lizbeth Hernández

Ilustración: Alma Ríos

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