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Gilberto Esparza juega con el arte y la biotecnología; investiga la tecnología como posibilidad para plantear preguntas y soluciones a los impactos de la huella humana sobre la vida en la tierra.


 

Antes de presentar un examen final en su clase de dibujo, Gilberto Esparza (Aguascalientes, 1975) habló con su profesor para pedirle que lo dejara crear un trabajo libre, aleatorio e improvisado. El profesor aceptó. 

Gilberto apareció con un marco de madera del tamaño del lienzo y un carrito chocón de pila, que sostenía un pincel con tinta gracias a un alambre. El carrito de juguete comenzó a recorrer el papel que descansaba sobre el piso. Dibujando. Gilberto cruzó los brazos y dio un paso hacia atrás. 

El profesor soltó una carcajada. 

Gilberto no reprobó.

Un par de años antes, a principios de los noventa, a Gilberto Esparza no lo admitieron en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” en la Ciudad de México, así que se mudó a Guanajuato para estudiar arte. Ahora inventa organismos que se vuelven parásitos en grandes ciudades o se camuflan en lugares contaminados para limpiarlos utilizando sus propias bacterias. 

Con sus proyectos, que mezclan arte, robótica y biotecnología, ha ganado premios internacionales como el Prix Ars Electronica en Austria y el Premio VIDA, dos veces, que otorga Fundación Telefónica. 

Desde su casa en San Miguel de Allende, Gilberto Esparza narra las taxonomías de sus parásitos urbanos, explica qué significado tiene la palabra “vida” para un pepenador tecnológico y habla sobre la importancia de las comunidades bacterianas. 

¿Cómo nació el primer organismo que creaste?

Ya había hecho algunos experimentos chiquitos con cosas simples, desde que me acuerdo me gustaba desarmar aparatos o carritos y hacer otros juguetes con eso, aunque en un rollo más de la ciencia ficción. Pero cuando estudié artes, como a la mitad de la carrera empecé a mezclar tecnología con arte. Mi formación fue en la Universidad de Guanajuato y cuando yo estudiaba no había casi nada de arte contemporáneo, era más tradicional, entonces no sabía que había ese tipo de posibilidades, así que empecé a explorar desde la intuición y empecé a descubrir el mundo del arte con la ciencia. Cuando estaba empezando tampoco había tanto, al menos institucionalmente, ese tipo de intereses, entonces fui tocando puertas, reuniéndome con gente que sabía de electrónica, fui aprendiendo poco a poco, y el primer proyecto más formal fue Parásitos Urbanos, ya con los primeros robots como tal, autónomos, que interactúan con un entorno cambiante. Ahí trabajé en colaboración con un ingeniero y con un programador: yo hacía todo lo mecánico y la parte de programación ellos lo hacían, yo les explicaba cómo quería que se movieran, cuál era su relación con su entorno; iba al lugar y escuchaba, veía, decía, por ejemplo: “Mira, este bicho que aproveche la misma luz de las lámparas para que genere sus sonidos”, en el caso de las Marañas.

¿Cómo clasificas a tus parásitos urbanos?

Invité a un biólogo que hizo su tesis en caracterización de una especie, le propuse que hiciéramos el ejercicio de caracterizar a los parásitos, que pudiéramos tener una descripción taxonómica. Estuvo bien divertido el ejercicio porque los tratábamos más como seres que como unas máquinas, entonces las preguntas que hacía él como biólogo eran, por ejemplo: ¿cuál es su hábitat?, ¿cómo se alimenta? Hablábamos de su metabolismo, y a partir de todas esas características, él propuso que tuvieran un nombre científico. Era divertido también verlo en el espacio de exhibición, tener un insectario con las descripciones taxonómicas de cada especie.

¿Cómo es la vida de un pepenador tecnológico?

Los pepenadores, en general, son un anticuerpo que ayuda a limpiar un poquito todo lo que estamos haciendo. Toda la gente que se dedica de manera informal a recolectar materiales para que eso se pueda reciclar, desde una necesidad y no tanto desde una postura o una conciencia que tenga que ver con el medio ambiente, es una forma de supervivencia, y de ahí salió la idea de hacer primero también estos Parásitos Urbanos que son los “pepenadorcitos”. Mi idea era hablar de estos parásitos en un orden evolutivo: primero los organismos muy simples, como la mosquita y los pepenadores que son básicamente un motor con mecanismos de alambre, poniéndolos en donde inicia toda esta vida artificial, que es en los residuos de basura tecnológica. Me iba a los tiraderos, a zonas y calles, por ejemplo en el centro de la Ciudad de México, donde hay desechos tecnológicos: monitores rotos, piezas. De ahí “pepeno” materiales que luego me sirven para los robots, y en este ejercicio hago estos robotcitos, haciendo eso mismo, como si estuvieran surgiendo de la propia basura. Y hablando de los desechos tecnológicos, el proyecto de los Parásitos reflexiona acerca del mal uso que hacemos de los residuos, del obsoletismo programado, que es una estrategia tramposa de las empresas que se dedican a la tecnología, y también es el proyecto en el que empiezo a preocuparme y a mirar sobre todo los temas que tienen que ver con medio ambiente, con nuestra relación que tenemos con el planeta. 

Foto tomada del Facebook de Gilberto Esparza.

Foto tomada del Facebook de Gilberto Esparza.

¿Qué necesita una de tus “plantas autofotosintéticas” para sobrevivir?

El proyecto de Plantas Autofotosintéticas utiliza aguas residuales. Lo que quería lograr con ese proyecto era una especie de instalación en la que a partir de la muerte de los ríos, a partir de un agua que está en un desequilibrio bacteriano y que representa un foco de infección para los humanos, mostrar que ese residuo puede convertirse en algo que produce vida, que produce un ecosistema en equilibrio. Todo lo que sucede ahí, toda la parte “tecnológica”, digamos, que tiene la pieza para limpiar el agua y transformarla en agua limpia, y en producir energía, tiene que ver con la propia capacidad que tiene la naturaleza de hacerlo. Quien genera energía son las propias bacterias cuando se están alimentando de los residuos orgánicos, liberan electrones, entonces lo que hago es simplemente cosechar esa energía y utilizarla para que prendan unos leds y esa luz haga que las plantas que viven en un ecosistema en equilibrio puedan hacer fotosíntesis. Es buscar estrategias en una colaboración con distintas especies que van haciendo ciertas tareas, y en esa relación hay una simbiosis, entonces es una reflexión acerca de cómo podemos buscar una relación simbiótica con nuestro entorno, con el agua, así como lo saben hacer las bacterias y todos los organismos que conviven en ese sistema. Al final lo importante es observar a la naturaleza para aprender cómo relacionarnos. Ya lo sabíamos, pero en algún momento se fue perdiendo ese conocimiento, cada vez estamos rompiendo más los vínculos, y al romperlos nos volvemos vulnerables. Lo que está pasando ahorita tiene que ver con eso, con esa vulnerabilidad en la que estamos, esa desconexión, nuestros sistemas inmunes están débiles porque al final el problema no es el virus, el virus es un reflejo, es un síntoma de esa debilidad que tenemos que tiene que ver con el tipo y la calidad de los alimentos, la toxicidad que hay en nuestro entorno. 

Mis proyectos buscan una reflexión de cómo reconectar y sí es a través de la tecnología como yo lo expreso, porque son los lenguajes actuales, son las cosas con que actualmente contamos. Y sí, la tecnología es un vehículo, sobre todo por la intención y la aplicación que le damos. 

¿En qué proyecto trabajas ahora?

KORA-LLYSIS es un proyecto que va naciendo, llevo un año apenas; por ejemplo, con Plantas Nómadas tardé cinco años, porque son proyectos de mucha investigación, de fondeo, de ir avanzando poco a poco en un proceso que es complejo, que involucra a muchas personas y muchos saberes. Para el proyecto de los corales estoy trabajando con asociaciones civiles en Cozumel, en Quintana Roo, aprendiendo con los biólogos la problemática que existe con el tema del coral, y entendiendo la importancia y la emergencia que hay para evitar que se sigan muriendo. Hasta ahorita va casi el 50% de toda la población mundial de corales que ha muerto, y esto sucedió en cuatro décadas, justo en el momento en que estamos acelerando el proceso de calentamiento global, por una parte. Por otra parte, lo que más los afectan son todos los nutrientes y residuos que caen al mar por las aguas negras que se descargan, las aguas que no se tratan. También toda la contaminación de los combustibles fósiles; el dióxido de carbono se mezcla con el agua, se precipita, cae en el mar, y entonces hace que la composición del agua cambie, hace un ambiente ácido, y eso afecta al crecimiento de los corales, ellos necesitan un entorno más alcalino. A partir de todo eso, con el proyecto KORA-LLYSIS, estamos buscando que las piezas que vamos a sumergir en el agua atiendan a varios de estos fenómenos que afectan al coral. Por ejemplo, para ayudarlo a que pueda crecer, aunque haya un poco de acidez en el agua, implementamos en las estructuras que vamos a sumergir una pequeña carga eléctrica para que haya una electrólisis. La electrólisis ocurre cuando metes dos electrodos, positivo y negativo, al agua, y hay una precipitación de los minerales disueltos en el agua. Entonces, cuando metes un pequeño voltaje a la estructura, los corales que están creciendo tienen energía (generada a partir de aletas de cerámica que se activan con las mismas corrientes marinas) que les ayuda en sus procesos de biomineralización, para que ellos puedan construir sus estructuras de carbonato de calcio y crecer, así ya no necesitan utilizar tanta energía propia, ya tienen ese apoyo. También vamos a usar esas estructuras para tener un cosechador de energía que alimente sensores que miden el PH, la temperatura y varias cosas, esos datos van a estar disponibles para que los investigadores o cualquier interesado pueda tener acceso a esa información que está generando el bicho. También vamos a acelerar la colonización, porque una vez que metes una estructura bajo el mar, en este caso, hecha de cerámica, empieza a ser colonizado por corales pero también por algas, en una competencia, así que vamos a meter unas bocinas especiales para el mar, para que funcionen bajo del agua, y vamos mandar unas frecuencias de sonido que atraen a los peces y a los animales herbívoros, para que se acerquen a la estructura, se coman a las plantas, las algas que crecen, y darle oportunidad a los corales de crecer. Esos sonidos atraen también a peces para que puedan apropiarse y habitar ese arrecife.

Ahí vamos, hemos estado haciendo pruebas de armado, como vivo en San Miguel de Allende estamos muy lejos del mar, así que hemos hecho prácticas de buceo y de armado de estructuras bajo el agua en bio albercas en San Miguel de Allende, y estas prácticas las hemos hecho abiertas al público. Ya hicimos una activación: primero di una charla abierta al público, invitamos a los niños a que armaran las estructuras, luego nosotros con los trajes de buzo estuvimos haciendo las instalaciones bajo el agua, y es bonita esa parte porque para las personas que no están enteradas, porque no es su contexto, es una manera de concientizarlas, porque al final todos estamos participando en ese deterioro. 

Foto tomada del Facebook de Gilberto Esparza.

Foto tomada del Facebook de Gilberto Esparza.

¿En qué libro de ciencia ficción te gustaría vivir?

¡Qué chido! En éste. En el actual. Creo que lo que sucede en la vida real es más impresionante que lo que se ha escrito en ciencia ficción, estamos viviendo eso, el futuro nos está alcanzando y estamos reaccionando, estamos pendientes de esos cambios y buscando la manera de poner nuestro granito de arena para proyectar un futuro diferente a ese que nos puede dar miedo. Está en nosotros, realmente, hacia donde queremos proyectar ese futuro.  

¿Cuál es el robot de ficción que desearías haber inventado?

Wall-E. 

¿Qué planta no querrías jamás tener en tu casa?

Una mata de maíz transgénico. 

¿Qué significa la palabra “vida” para ti?

Híjole. Complicada pregunta. Con quién más resueno en el tema de la definición de vida es con Humberto Maturana, con lo de la autopoiesis. Vida, no sé… Además ahorita y más en el tipo de cosas que hago, cualquier descripción de vida actual no está contemplando muchas cosas, hay fronteras que se han ido recorriendo en la definición de “vida”. Ahorita está en discusión si un virus está vivo o no, en el caso de la Planta Nómada también es bonito cómo hay reflexión sobre hasta qué punto esa nueva especie está viva, yo sí lo veo como vivo porque es un organismo complejo, para que exista colaboran distintas especies que hacen que tenga un proceso metabólico, etc. Y si lo vemos así en esos híbridos —porque al final estos robots son como híbridos entre seres vivos y materia mineral—, si seguimos con esa lógica, podríamos pensar también en la tierra como un ente vivo, incluyendo todo lo que la conforma. Son distintas perspectivas sobre la vida y entre más tengamos una apertura del propio concepto, de qué es lo que define a algo vivo, podríamos incluso encontrar vida en otros planetas, por ejemplo. 

¿Cuál es tu bacteria favorita?

Ahorita la geobacter. Es una bacteria muy común que hay en todos lados, pero sobre todo en aguas residuales, en los ríos. Es una bacteria que siempre está presente, incluso en un río limpio. Aunque en realidad, me encanta no una bacteria individual como esa, me gustan las comunidades bacterianas, porque no es que haya una súper bacteria que hace algo, sino que es una colaboración en una comunidad de bacterias, y cada una hace una parte del trabajo. Por ejemplo en los ríos, estas comunidades bacterianas —que viven en los sedimentos, en la parte profunda del río— se dedican a alimentarse de los componentes orgánicos que caen en un río. En un río limpio, por ejemplo, cuando caen hojas secas, ramitas, algún animalito que se muere, esas bacterias se encargan de procesarlo y reintegrarlo. Cuando los humanos empezamos a tirar contaminantes a los ríos, sobre todo materia orgánica, excremento, jabón, todo eso, estas bacterias tienen muchísimo alimento, así que empiezan a proliferar. Un río contaminado, un río de aguas negras, es realmente un río lleno de vida, pero de una vida que está desequilibrada. Hay una sobrepoblación de bacterias que hace que las condiciones del agua cambien y se mueran los peces, no hay luz para las plantas acuáticas; pero esas bacterias que hacen tanto daño, ahí realmente son el sistema inmunológico del río. Es como cuando te enfermas y tu sistema inmune reacciona provocándote fiebre; en los ríos sucede lo mismo, su reacción es esta sobrepoblación de bacterias que tienen la misión de acabarse toda esa materia orgánica que llegó al río, el problema es que la cantidad de descargas es mayor a la capacidad de las bacterias para limpiarlo, y se mantienen así. En el momento en que se rompen esas descargas, las bacterias empiezan a acabarse todos los contaminantes y a autorregular su población, hasta que vuelve otra vez el río cristalino y con las poquitas bacterias de siempre. Por eso se limpiaron ríos ahora que paramos un poco: la cantidad de residuos fue menor a la capacidad de las bacterias para limpiar. Realmente no necesitamos mil Plantas Nómadas para que limpien nuestra mierda, lo que necesitamos es cambiar nuestra relación con el agua.

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Ilustración: Alma Ríos. 

 

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México (1991). Maestra en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Complutense de Madrid y Maestra en Comunicación por la Universidad Iberoamericana. Fue becaria del programa Prensa y Democracia (PRENDE) y parte del MashUp de periodismo “Balas y Baladas” de 2016. Finalista del Premio de Crónica “Nuevas Plumas” 2017 y becaria del Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico 2018-2019. Escribe sobre cultura y sobre moda. Busca aprender y escribir más sobre temas de género, LGBTTTIQ+ y salud mental.

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