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Conversamos con Irma Pineda Santiago, la mujer zapoteca de México que usa sus versos en lengua indígena para visibilizar problemas sociales. Además de poeta, es traductora, profesora, ensayista y representa a los pueblos indígenas de la región en la ONU.


 

Irma no solía comportarse como otras niñas de su edad. Su cuarto cumpleaños fue distinto: no lo festejó y nadie, ni siquiera ella misma, lo recordó. Semanas antes, el 11 de julio de 1978, su padre, quien fue de los cofundadores de un frente que lucha por derechos de campesinos y obreros, fue víctima de desaparición forzada a manos de militares frente a testigos en la ciudad de Juchitán de Zaragoza, en el estado mexicano de Oaxaca.

Después de lo que sucedió, ella se asemejaba a una figura triste y se aislaba del mundo en las páginas de sus libros, cuenta. Era “muy flaquita”, de cabello “lacio escurrido” y también anémica, pues comía muy poco.

Pero el callar de Irma Pineda Santiago, del pueblo indígena zapoteca —binnizá— de México, no perduró. Pineda escribe poemas en zapoteco —diidxazá— cuyas letras utiliza para visibilizar temas sociales como la violencia, el proceso de migración y donde también habla del amor y la naturaleza.

Narra que, cuando era pequeña, su madre le leía cuentos. Su padre, a su vez, le leía poemas de autores españoles de la Generación del 27, ubicados en un contexto de lucha social. Cuando desapareció, ella entró en una búsqueda de esa voz paterna que, desde entonces, estuvo ausente.

Pineda comenzó a escribirle poemas al cielo y a otros elementos.

“Por eso son los poemas con los que inicié: los poemas a la naturaleza, a la luna, al cielo, la idea de lo infinito y lo misterioso, porque así me resultaba después la figura del desaparecido”, dice. “No solo era un padre, sino lo misterioso, lo inasible, lo extraño e infinito que puede ser la figura de un desaparecido”.

Pineda también es traductora, ensayista y es profesora de la Universidad Pedagógica Nacional. En 2019 fue electa en el Foro Permanente de las Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas para representar de 2020 a 2022 las voces de dichos pueblos de Latinoamérica y el Caribe.

Cuando lee sus versos en zapoteco, una voz suave, pero fuerte, que fluye como el potente viento del Istmo de Tehuantepec —su tierra— emerge, a diferencia del tono más grueso de cuando lee las traducciones en español.

Este es su mundo de los poemas en la lengua diidxazá.

 

 

¿De dónde vienen sus ganas y pasión por las letras?

Yo tuve un gran privilegio, que es el que mis padres son profesores y eso hacía que ellos me leyeran. Entonces cuando yo era muy pequeña, de las cosas más bonitas que yo recuerdo de mi mamá y de mi papá es que me leían. Sobre todo mi mamá, cuentos, y el que me leía más poemas era mi papá. Entonces creo que ese sonido de su voz alimentando mis oídos con la musicalidad de la poesía se volvió algo muy fuerte para mí emocionalmente y por eso también me gusta hacer más poemas que otras cosas como cuentos u otras narraciones.

Eso, por un lado, lo vinculo mucho a esta parte del amor, a esta parte del cuidado y el ritmo. El amor vinculado a ese ritmo de la poesía.

¿Todo lo que escribe fue porque lo llegó a vivir? ¿Cómo llegan a sus letras temas como el migrante?

Fíjate que sí, de cierta manera me tocó vivir varias cosas. A lo mejor no absolutamente todo, pero sí hubo algo que viví que me hizo detonar en esos temas, y después lo que hago —para varios de mis libros lo he hecho— es que sobre el tema entrevisto gente, converso con gente que vivió un proceso que yo necesito conocer más a fondo, o gente que sabe de lo que yo quiero hablar.

Por ejemplo, para el libro de migrantes, que es el de La nostalgia no se marcha como el agua de los ríos, la idea me nació porque una vez por el trabajo me mandaron a Baja California, a los campos agrícolas, y ahí la mayor parte de la gente que trabaja son migrantes. Aunque sean migrantes temporales, pero van viviendo situaciones del proceso de migración, y me empezaron a contar historias. Y había historias tremendas que me conmovían y me hacían llorar, entonces cuando yo vuelvo a Juchitán, dije; “tengo que escribir algo sobre esto”, porque me di cuenta que también en el Istmo la gente ya estaba migrando para irse o a los campos agrícolas o a Estados Unidos a trabajar como muchos paisanos allá.

Su padre fue víctima de desaparición forzada y habla sobre lo difícil que es explicarle eso a un niño en uno de sus poemas, en “Cándida”. ¿Cómo se lo explicaron a usted y de qué forma eso define cómo escribe?

Híjoles, es una parte muy dura. En el 78, como te decía, mi padre estaba en los movimientos sociales y en ese año viene el ejército, lo desaparece, y desde entonces no hemos sabido nada. Y pues han sido años muy muy duros, sobre todo los iniciales, porque pues implicó acostumbrarse a vivir con esta ausencia. Implicó hacerse a la idea de que no había certezas de nada, porque eso es lo terrible de la desaparición forzada. Cuando alguien muere, pues tú cierras un círculo y sabes que está muerto y sabes dónde está su cuerpo y dónde está su tumba. Cuando tenemos un desaparecido nunca sabemos. Pero tampoco sabemos si está vivo, si está muerto, si lo mataron, ¿dónde lo dejaron? Si está vivo, ¿dónde lo dejaron? Entonces son muchas preguntas que siempre están en la cabeza y uno tiene que aprender a ir viviendo con esas preguntas.

Pero, pues en algún momento, también me pregunté cómo habría sido para mi madre, y por eso es que le hago ese poema que se llama Cándida, porque de tantas preguntas que hay, no siempre se pueden responder, y nace ese poema como tratando de entender los procesos también que pasó mi madre para buscar las palabras adecuadas de cómo explicarnos a nosotros qué estaba pasando, cómo entender la desaparición forzada.

Al principio fue muy complejo porque nosotros imaginábamos que mi papá estaba en una cárcel. Lo imaginábamos como prisionero. No entendíamos la palabra desaparición, y menos desaparición forzada. Entonces, era algo así que teníamos en la imaginación, en la cabeza, como alguien prisionero, como alguien encerrado en algún lado. Y ya después, con los años vamos entendiendo un poco más lo que significa esa palabra.

Y claro que esto ha marcado buena parte de mi trabajo. Pues el mismo hecho de haberme acercado a la poesía creo que no habría ocurrido si no fuera por la idea de mi padre. Incluso, subjetivamente, creo que me sigue gustando la poesía porque es como lo revinculo y lo recuerdo de este modo. Siempre, como su voz en la poesía, y es a lo que subjetivamente yo busco acercarme a través de ella; leerla o escribirla.

¿En qué difiere el escribir en zapoteco a escribir en español? ¿El poema se construye inicialmente en zapoteco?

Generalmente para mí es más fácil crear primero en zapoteco y luego traducir al español, porque el lenguaje zapoteco es de imagen. Entonces, cuando tú piensas algo en zapoteco, en realidad lo estás pensando a partir de una imagen.

El pensar en zapoteco me da, de una vez, las imágenes y para mí es más fácil crear desde ese idioma. Luego traduzco, y lo que tiene también el zapoteco es que es polisemántico. Una palabra en zapoteco puede darnos diferentes formas de traducción al español. Entonces, me gusta jugar a veces con las traducciones.

La palabra que uso de ejemplo, porque me gusta mucho, la palabra “me gusta”. Nosotros, en zapoteco, usamos una palabra que es riuladxe’, pero riuladxe’ no es solo “me gusta”.

Se compone de distintas partes: “riuu” es “entra”, “ladxe’” es “mis entrañas, mi hígado, mi corazón”. Entonces, cuando tú dices “me gusta esa muchacha o me gusta ese muchacho”, desde el zapoteco en realidad lo que tú estás diciendo es “entra en mi corazón, entra en mis entrañas esa persona, esa muchacha, ese muchacho”.

¿Qué le motiva de ser profesora? ¿Ve en su alumnado a jóvenes promesas? 

Me encanta a mí la posibilidad de convivir con los jóvenes, pero también de sembrar algo. A mí me encanta dar clases, entonces les busco material, les busco lecturas, les llevo hasta poesía, aunque mis clases no son de literatura. Tienen más que ver con educación, con historia. Pero trato de buscarles cosas que pueden, no solo servirles,  disfrutar también.

Y me gusta la posibilidad de convivir con ellos porque a mí los jóvenes siempre me revitalizan. Me dan mucha energía, por un lado. Por otro lado, pues me enseñan cosas nuevas, me actualizan, y a mí me da la oportunidad de sembrar algo: me encanta que años después me escriben o me los encuentro y hay alguna referencia que recuerdan que yo les haya compartido y que les ayudó en algo, un asunto emocional, un asunto de aprendizaje, algo formal de la escuela, eso me gusta mucho, esta interacción de humanos a humanos.

Varios de los chicos que han ido a mis talleres ahora están haciendo muy buen trabajo. Por ejemplo, Elvis Guerra, quien tomó talleres conmigo y ha revisado los poemas conmigo, igual otro joven, Dalton Pineda, también ha trabajado conmigo sus poemas y está publicando de manera bilingüe. Otro muchacho, Rodrigo López, así hay varios. Eso es muy padre.

¿Cree que la gente mexicana deba de hacer más por aprender la lengua de la “gente nube” (diidxazá = palabra nube = zapoteco)?

No la tiene que aprender toda la gente de fuera, pero sí me parece importante que los que somos de acá, de la región, pues sí pudiéramos esforzarnos un poco más para aprenderla. Y yo le digo eso a los jóvenes, sobre todo cuando me dicen “es que mi mamá no me enseñó” o “mi papá no me enseñó”, les digo: “pero pueden tomar los cursos, pueden preguntarles”. Si de grandes aprendemos otros idiomas, o sea uno a los 30 o 40 años puede decir “ahora quiero aprender francés o inglés” y se pone a estudiarlo. No importa cuántos años tengamos, podemos aprender la lengua si nos acercamos a la gente la sabe hablar.

¿Cuál es el peor enemigo en México para los pueblos indígenas?

La discriminación. Yo insisto en eso. Porque de ahí se deriva todo lo demás. Seguimos siendo discriminados como pueblos indígenas; las personas indígenas seguimos siendo discriminadas, y eso hace que se nos afecte de muchos modos. Desde el no permitirte acceder a ciertos espacios, desde tener condiciones inequitativas para el trabajo, para la escuela, para las oportunidades de desarrollo, hasta una cosa muy grave que está ocurriendo que es el despojo a los pueblos, de sus recursos naturales, de su territorio, de su pensamiento, de sus creaciones.

En una palabra, ¿para usted qué es la poesía?

¡Uy! (Ríe).

Amor. Amor. Definitivamente. Te digo que me recuerda al amor de mi familia, pero me recuerda a la posibilidad de la no violencia. Por eso pienso en la poesía como el sinónimo del amor. Además, que bueno, he usado poemas para conquistar, para enamorarme, para enamorar.

¿Qué otros poetas son referentes del zapoteco?

Sí, claro. Antes de mí, alguien muy importante. Es un poeta de principios del siglo, es de 1909, Pancho Nácar. También otros, Gabriel López Chiñas; una generación más tarde, Macario Matus, Víctor de la Cruz, que son quienes han aportado mucho a la literatura zapoteca.

¿Qué características del Istmo de Tehuantepec la inspiran a seguir creando sus piezas?

Híjoles, pues yo creo que todo. La vida cotidiana, las alegrías, las fiestas, pero también muchas tradiciones en torno a la tristeza, la muerte. La muerte, por ejemplo, es una cosa que a mí me encanta como los procesos rituales que hay en torno a la muerte. Muchas cosas que están muy vivas todavía: la solidaridad entre la gente, sobre todo los rituales, eso me fascina, siempre me atrae mucho.

Ahora también trabajé un libro que espero pronto salga publicado sobre la violencia hacia mujeres, que de repente también en el istmo se empezó a incrementar. Y bueno pues también quiero hablar de eso, quiero contar historias, porque de repente la gente a mi alrededor me empieza a decir a contar —como saben que escribo, que recojo estas historias— vienen y me cuentan muchas cosas, y digo bueno pues también tengo que corresponder a lo que ellos esperan. Muchas mujeres me han contado sus historias y quieren que eso yo lo convierta en un poema y que haga libros con eso y que salgan estas historias.

Ya no es solo lo que me inspira, sino también de repente una necesidad social de contar o de hablar de algunos temas.

Si alguien va al Istmo de Tehuantepec, ¿qué es lo primero que debe hacer?

Ser abierto y ser sensible. Además de comer la comida de aquí, que es muy rica, sobre todo los caldos hechos a base de maíz, los molitos de maíz; aparte de comer, yo creo que una cosa que es básica a cualquier lugar que uno vaya es estar abierto a todas las posibilidades, no tener prejuicios sobre un lugar, sobre la gente o sobre la cultura y llegar con amplia apertura de conocer, de aprender, de impregnarse del trato de la gente.

El Istmo no es un lugar físicamente bonito, no es que llegues y digas “qué arquitectura” y menos después del 2017 que el sismo nos dejó muy muy dañados y destruyó nuestras casas más bonitas, las más tradicionales, entonces no es un poblado que tú llegues y digas “ay qué bello ese lugar”.

Es mágico, lo que es importante, lo que se disfruta es la convivencia con la gente, las fiestas, los rituales, para todo hacemos ritual: para la vida, para la muerte para la boda, para todo. Se disfruta mucho eso.

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Ilustración de portada: Alma Ríos.

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México (1998). Hace periodismo para visibilizar lo invisible y cambiar su entorno.

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