Oswaldo Avendaño es un migrante venezolano que decidió crear el proyecto independiente ShoSoyDeVenezuela con dos objetivos : retratar las emociones de sus paisanos y mantenerse en el ejercicio del periodismo. Lo que inició como un blog se convirtió en carteles con tecnología QR para que los interesados se adentraran en las historias de los 179 mil 200 refugiados y migrantes venezolanos que residen en Argentina.
Cuando pensamos en un migrante, nuestra visión comienza a dibujarse desde distintas perspectivas: como aquella persona que sale de su país; como la personas reflejada en los paper o reportes de organizaciones que prestan asistencia para estas comunidades; o como aquel ser humano que está cruzando la frontera, saltando un camión o atravesando un río.
Si pasamos por algún kiosko que vende periódicos y revistas, quizá veamos algún titular que se refiera a la migración, acompañado de una fotografía triste, en la que no se puede notar el rostro o las emociones que implican para las personas estar en otro país.
Oswaldo Avendaño, (Guatire,Venezuela, 1990) de 31años, periodista y migrante venezolano residenciado en Buenos Aires, decidió que la mejor manera de mostrar las emociones que acompañan a sus paisanos es mediante fotografías en blanco y negro.
Un día se preparó y comenzó a darle forma al proyecto que tenía en mente. “¿Qué nombre ponerle?”, se preguntó. Entonces, pensó que el voseo de los argentinos es muy marcado y para hacer una fusión entre ambos países decidió llamarlo ShoSoyDeVenezuela.
Con la llegada de la pandemia no se quedó quieto, así que diseñó varios carteles con código QR. Los pegó en las paredes de las avenidas más concurridas, para que captaran la atención de los transeúntes y, al escanearlos, los llevara a la historia de un migrante.
Oswaldo, al igual que yo, es periodista y, como muchos de quienes dejamos nuestro país de origen, las ganas de ejercer nuestra profesión en otras latitudes están latentes. Cuando se estableció en la capital argentina encontró un empleo que no tenía nada que ver con la carrera. Conforme fue pasando el tiempo ahorró unos pesos y compró una cámara fotográfica. Desde entonces vio que eso era una herramienta con la que podía mantenerse de forma independiente haciendo periodismo.
Actualmente trabaja como User Experience en Mercado Libre. Para conocer más del nacimiento de ShoSoyDeVenezuela, conversamos un rato.
¿Por qué decidiste crear este proyecto?
#ShoSoyDeVenezuela nace como necesidad propia para contribuir con la visibilización de la migración venezolana en Argentina. Llegué a Argentina en noviembre de 2017. En 2018 me dediqué a establecerme formalmente. El trabajo formal que tenía no era en periodismo. En 2019 pude comprarme por primera vez una cámara fotográfica y seguía preguntándome qué podía hacer para informar de otra forma la realidad de los migrantes venezolanos en Argentina: ¿Qué puedo hacer desde donde estoy para ayudar a informar, si no estoy en un medio de comunicación?
Adicionalmente, no estaba ejerciendo periodismo, así que lo vi como una forma de mantenerme de forma independiente. Así nació #ShoSoyDeVenezuela en marzo de 2019: como una iniciativa de fotoperiodismo independiente para ponerle rostro a la migración venezolana en Argentina.
Oswaldo Avendaño creó ShoSoyDeVenezuela para retratar las emociones de los migrantes venezolanos en Argentina y mantenerse en el ejercicio del periodismo. Foto: Oswaldo Avendaño.
¿Por qué decidiste ponerle la palabra “Sho” al proyecto?
Una de las formas como podemos identificar a los argentinos es por el uso del “Sho”. El voseo propio del acento argentino y el uso del sonido del “sh” para algunas palabras, de acuerdo con la Real Academia Española en Argentina, es del dialecto porteño.
Los acentos y formas de hablar forman parte de la cultura de un país, eso es indiscutible. Los movimientos migratorios, no solo el venezolano, sino los de otras partes del mundo, nos han enseñado que transforman la cultura del país receptor. Los migrantes se nutren de la cultura del país que los recibe y viceversa.
Eso ocurre en Argentina. Los venezolanos que llegamos adoptamos elementos culturales de este país y hemos visto que los argentinos adoptan elementos de nuestra cultura cuando se los presentamos: pueden ser desde gastronómicos —como los tequeños, jeje— o el uso de palabras —aquí todos los argentinos nos reconocen por chamo o pana.
Quería que esa combinación, esa transformación cultural, estuviera plasmada desde el título. El “sho” del nombre del proyecto es una analogía a la transformación cultural que ambas partes de la migración estamos viviendo.
Todos los retratos son en blanco y negro, ¿por qué esto?
Si revisamos la definición de “retrato” que comparte la Real Academia Española, nos encontramos con: “la fotografía de una persona”, “la descripción de la figura o carácter de las cualidades físicas o morales de una persona” y “la combinación de la descripción de los rasgos externos e internos de una persona”.
Entender las razones por las cuales más de 3 millones de venezolanos abandonaron su país resulta una tarea difícil, más no imposible. Para lograrlo se necesita empatía, cercanía y comprensión hacia el otro. Por ello, se escogió el formato fotográfico del retrato para #ShoSoyDeVenezuela como una forma de humanizar, lo más posible, el tema de la migración venezolana en Argentina.
Los retratos del proyecto periodístico muestran emociones que acompañan a los migrantes venezolanos en su día a día: contradicciones, alegría, tristeza, nostalgia, anhelos, sorpresas, indiferencia, seriedad. La migración venezolana responde a muchos factores. La principal es la crisis política, económica y social que vive el país.
Sin importar las razones que tuvieron los migrantes para abandonar su país, en Argentina —y en cualquier otra parte del mundo—, quienes salieron de su terruño conviven con dualidades internas: vivir en un país, pero con el corazón en otro; ser feliz en donde estás, pero triste por lo que ocurre en donde nacieron; comenzar a construir un hogar en una tierra que no esperabas, mientras recuerdan lo que aprendieron en su ciudad de natal.
Allí radica la importancia del blanco y negro. Se trata de una metáfora para caracterizar las dualidades y contradicciones con las que viven los migrantes venezolanos.
¿Por qué el centro del proyecto son fotos y no textos?
Cuando hice la investigación de otros proyectos de migración venezolana, me encontré con que había muchos medios digitales que utilizaban textos. Esos textos, la mayoría, apelaban a la narrativa de la desgracia: las típicas historias escritas de condiciones paupérrimas por las que tuvieron que salir del país.
Creo que el deber y reto que tenemos como periodistas es construir nuevas narrativas con otros enfoques. Los medios están saturados de información sobre la migración venezolana y la narrativa de la desgracia, para bien o para mal, vende y atrae audiencias.
En mi caso quería mostrar desde otra perspectiva la migración venezolana: contar las emociones con las que convivimos diariamente los migrantes, ponerles rostro. Ser migrante no es formar parte de una ola, ni tampoco somos un número de quién decidió salir de su país.
Los retratos ayudan a eso: a humanizar una realidad y a contar historias con otras perspectivas.
Entiendo que el proyecto al inicio fue solo de fotografía, pero después decidiste imprimir carteles con las fotografías y agregarles un código QR. ¿Qué notaste para incluir esto?
En 2019 inició con los seriados de retratos y una pequeña historia, ciertamente. En 2020 tuve que parar por temas personales. Luego en 2021 me sentía preparado y con tiempo para reactivar la iniciativa. Entonces me pregunté: ¿cómo puedo darle la vuelta al proyecto para llegar a más audiencias?
Como estábamos en plena pandemia por el coronavirus, se me prendió el bombillo y dije: bueno, si estamos usando códigos QR para escanear y leer menús en restaurantes y los usamos hasta para pagar… ¿por qué no usar códigos QR para contar historias de migración desde las calles?
Y así hice: diseñé muy artesanalmente, porque no soy diseñador, unos carteles con los códigos QR de cada historia de los participantes y salí a las calles a pegarlos.
¿Cómo ha sido la receptividad de la iniciativa, tanto de la población migrante como local?
Positiva. Después que pego los carteles, me quedo siempre a ver si alguien los escanea y sí. La gente se interesa por conocer historias de migración. Las estadísticas del blog se duplicaron desde que comencé a pegar los carteles en las calles y coinciden con las historias que he ido compartiendo en las calles de Buenos Aires.
No te niego que hay algunos venezolanos que me escriben por redes quejándose, porque siempre hay quien se queja, porque consideran que el nombre del proyecto no debería ser SHO, sino YO. Me tomo el tiempo de explicarles el concepto, pero queda en cada persona si lo entiende o no.
Creo, y esto ya es una postura muy personal, que uno como migrante no puede encerrarse solo en su cultura. Cuando llegas a un país debes aprender cómo se vive allí. Eso es parte de lo que muestra ShoSoyDeVenezuela también: cómo hacemos vida los migrantes venezolanos en Argentina.
Por parte de los argentinos hay buena receptividad también. Les gusta el proyecto, o al menos lo noto cuando veo que se acercan a escanear los carteles o en los comentarios que dejan en la cuenta de Instagram del proyecto.
A través de la tecnología QR, las fotografías de Oswaldo Avendaño permiten a los transeúntes adentrarse en las historias de los 179 mil 200 refugiados y migrantes venezolanos en Argentina. Foto: Oswaldo Avendaño.
¿Cuáles son las emociones que más has retratado?
La nostalgia es la primera. En la mirada de todos los migrantes, cuando haces la pregunta adecuada, puedes ver un atisbo de la nostalgia que sienten al recordar su vida en Venezuela. Cuando hago las fotos voy conversando con los participantes para ir sacando esas emociones. No todos responden con las mismas preguntas, así que es cuestión de ir hablando y tanteando el terreno hasta que el rostro refleja la emoción que busco. La nostalgia siempre está presente y, generalmente, reprimida.
Después alegría. La felicidad de estar en otro país cumpliendo las metas que se propusieron al salir de Venezuela. A pesar de todo lo negativo que pueda implicar ser migrante, la felicidad está latente en los rostros de los migrantes. Esa es una de las emociones que más me gusta reflejar, porque la vida no se resume solamente a que tuviste que salir de tu país y ya. Vivir plenamente implica estar feliz. Afortunadamente es una emoción que sale rápidamente en las fotos.
Miedo. Todos tenemos miedos, pero al ser migrantes se exacerban. Uno de los temores más grande que puede tener un migrante es recibir la noticia de que a un familiar que sigue en Venezuela le haya pasado algo. También está el miedo del día a día en otro país, la incertidumbre de cómo vivir en una nueva tierra, el miedo a tener que regresar. Hay distintos tipos de miedos. Indistintamente de cuál sea, es una emoción latente en los migrantes.
Y por último y no menos importante, satisfacción y autorrealización.
¿Cuál es el futuro del proyecto? ¿Buscar financiamiento?
La verdad no busco financiamiento. La iniciativa es independiente y es una forma mía para seguir haciendo periodismo sin trabajar en un medio, haciendo lo que me gusta (tomar fotos) por una causa que creo justa: visibilizar la migración de la gente de mi país.
Sí me gustaría que el proyecto evolucionara y se convirtiera en una galería de fotos en un Centro Cultural y posteriormente en un libro de retratos.
¿Te gusta que te retraten? ¿Posas para una foto?
La verdad antes me gustaba tomarme muchas fotos, pero con el tiempo desistí y me gusta estar detrás de la cámara. Mi padrino, cuando le comenté del proyecto, me dijo que cuando cerrara todas las historias, mi retrato debería ser el último y él se ofreció a hacerlo. Él es fotógrafo también, me enseñó bastante de lo que sé de fotografía.
No me negaría para una foto, por su puesto. Pero mi zona de confort está detrás, no sé si estoy dispuesto a que alguien explore mis emociones como yo lo hago con los demás.
¿Cuál ha sido la foto más chistosa que has hecho?
Hay una que me encanta de una chica que se llama Adriana Navarro. Estábamos en El Rosedal de Palermo. Ella tiene el cabello liso y es muy enérgica, tiene mucha personalidad. Cuando hicimos las fotos ella me dice: ay, yo soy muy payasa, no me quedo quieta. Movía la cabeza de un lado para otro.
En ese momento me gustó como se veía el movimiento de su cabello y la cara que ponía: tenía los ojos muy abiertos como de sorpresa, la boca abierta también. Al final la foto quedó así: el cabello movido de un lado a otro y el rostro como de sorpresa de haber hecho una travesura, como cuando dices: ¡ups, me descubriste, jaja!
¿Qué ha significado la fotografía para ti?
Una forma de relajarme, de sentirme seguro. La fotografía para mí es otra forma de ver mi entorno. Cuando pongo un ojo para empezar los encuadres, mi vista se agudiza, presto mayor detalles a las cosas.
También es una forma para inmortalizar las cosas que me gustan, tengo carpetas y carpetas de fotos que voy tomando en la calle, y no solo con mi cámara, sino con el celular.
Pero la verdad, la fotografía para mí es eso: libertad y plenitud. Encontrarme en mi espacio seguro
¿Canon o Nikon?
Nikon, pero la cámara no hace al fotógrafo, es una herramienta.
¿A qué migrante te gustaría retratar y por qué?
Me encantaría retratar a los migrantes desplazados de zonas de guerra. Captar esos momentos cuando salen de sus países tratando de encontrar refugio, creo que sería una forma de contribuir con la sensibilización de lo que ocurre en esas zonas.
Yo trabajo con retratos, porque todo lo que sé de fotografía lo aprendí por mi cuenta: no he hecho cursos ni nada por el estilo y sé lo básico que me dieron en una materia de la universidad. Así que buscaría mantenerme especializado en retratos, y bajo esa modalidad me gustaría hacer retratos de migrantes desplazados en zonas de guerra.
También me gustaría retratar la otra cara de la moneda: las personas que reciben a esos migrantes. Como el caso de una foto potente reciente de la migración Ceuta en la que se ve a Luna, una trabajadora de la Cruz Roja, abrazando a un inmigrante Ceuta.
Ilustración de portada: Rocío Rojas