- “La gente cree que matando a un pandillero se va a eliminar el crimen”.
- “Suponiendo que esa fuera la solución, yo no quiero vivir en ese Estado”.
- “Yo sinceramente creo que el país está perdido”.
Tres frases que podrían ser una sola oración y haber salido de la misma boca. Todas se dijeron en la sesión “Herencia del abuso del poder en Centroamérica”, en el Foro Centroamericano de Periodismo de El Faro en El Salvador, cada una de ellas dicha por una persona distinta, y refiriéndose a un país del Triángulo Norte de Centroamérica: Guatemala, El Salvador y Honduras, respectivamente.
En dicho panel, Carlos Menocal, ministro de Gobernación de Guatemala entre 2008 y 2012, habló de cómo una parte de la sociedad ve lenta la acción de la justicia y prefiere ejercerla por su propia mano; Roberto Valencia, periodista de El Faro, lamenta que las ejecuciones extralegales en El Salvador no sean hechos aislados, y Alberto Arce, editor del New York Times en español, define a Honduras como un “narcoestado”.
La herencia del abuso de poder en Centroamérica fue el título del conversatorio, y fue moderado por Jessica Ávalos, periodista del diario salvadoreño La Prensa Gráfica. El Museo de Arte de El Salvador, la sede.
Roberto Valencia va más allá de la posibilidad de que existan ejecuciones extrajudiciales en El Salvador, “he escrito que hay políticas que lindan con el terrorismo de Estado”, dice antes de resumir la masacre de San Blas.
En ese violento episodio investigado por El Faro ocho personas murieron en lo que la policía definió como un enfrentamiento. Pero dos de ellos cayeron claramente producto de una ejecución, de rodillas y con tiros en la cabeza, y seis más muy probablemente fueron asesinadas no en combate, dice Valencia.
“Hay razones para pensar que no es una excepción”, insiste el periodista de El Faro. En 2015 la cifra de muertos en enfrentamientos llegó a 359. De enero al 25 de abril han ocurrido 198 enfrentamientos, de acuerdo con el director de la Policía Nacional Civil. En otras latitudes sería un escándalo mayúsculo, pero en América Latina no, reflexiona.
Alberto Arce por su parte critica que en Honduras está en marcha una cuarta depuración policial, que reproduce los errores de las tres anteriores.
El caso que Arce utiliza para describir la situación de violencia en Honduras, donde fue corresponsal, es el de la cúpula de la Policía Nacional, en el que se demostró la compenetración de altos mandos policiales y el narcotráfico.
El narcotraficante hondureño Winter Blanco quiso tumbarle un cargamento de droga a Emilio Fernández Rosa (…) llamó al general de la policía José Murillo López y le propuso un negocio, si sus agentes conseguían la droga, se la compraría. El funcionario aceptó la oferta, de acuerdo con un texto del New York Times en español del propio Arce.
“El país es un narcoestado, ¿qué mas tiene que hacer un país para ser considerado un narcoestado? (…) yo sinceramente creo que el país esta perdido”, concluye.
Un abordaje de manera integral, depurar a las fuerzas de seguridad y justicia, son ideas que lanza Carlos Menocal desde su experiencia como ministro de Gobernación guatemalteco con el presidente Álvaro Colom.
Uno de los aciertos de Guatemala fue no permitir que Estados Unidos impusiera la agenda en torno a la seguridad. Se incorporaron mecanismos como el programa de protección a testigos, agentes encubiertos, escuchas telefónicas y entregas vigiladas. El nombramiento de Claudia Paz y Paz, experta en derechos humanos, como fiscal general fue un logro más.
Roberto Valencia también hace algunos apuntes sobre la responsabilidad de los medios en torno a la violencia, y recuerda con decepción cómo algunos diarios hacían alarde de la moda de las pandillas en la década de los 90, y cómo las cámaras de televisión dirigieron sus lentes casi con orgullo hacia una pancarta que decía “la MS con la Selecta”, durante un partido entre México y El Salvador disputado en El Cuscatlán.
Alberto Arce trae a la charla un recuerdo similar, cuando El Heraldo de Honduras publicó una fotografía de policías torturando a un pandillero. “No pueden suceder esas cosas si la sociedad no lo permite”, termina.
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