La violencia y el desempleo desterraron a Angélica de Honduras, instalada en la ciudad fronteriza de Tapachula, supo que estaba embarazada, a pesar de que su hija nació en México acceder a los servicios de salud se ha convertido en una lucha constante que la madre está dispuesta a dar.
Texto: Perla Miranda y Astrid Rivera
Nadie se sienta menos. Nadie maldiga a nadie. Nadie desdeñe a nadie.
La cumbre espiritual del hombre ha sido el retorno al abrazo de las cosas humildes.
Alfonso Guillén Zelaya
Angélica se sienta en el suelo unos minutos. Sobre la banqueta deja la bolsa floreada que carga a modo de pañalera, junto con el folder de papeles que sostiene en las manos. Toma a su bebe, le acomoda el gorro y su sábana de color rosa.
Se limpia con un pañuelo desechable el sudor, se saca las valerinas plásticas negras, para estirar un poco los pies. Lleva más de cuatro horas en la fila para hacer su solicitud de refugio ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), pese haber llegado poco antes de las siete de la mañana aún está a 500 metros de la entrada de las instalaciones de esa institución ubicada al poniente de Tapachula, Chiapas.
No es ni medio día, pero el bochorno ya es sofocante. Las personas formadas tratan de ahuyentar el calor abanicándose con la mano o con los papeles que llevan para solicitar refugio. Angélica trata de calmar a su bebé, le da palmadas suaves en la espalda, hace una larga pausa antes de relatar cómo salió de su país.
Tenía 18 años cuando dejó su natal Honduras, se fue porque su esposo la convenció de migrar a Estados Unidos para perseguir mejores oportunidades. La violencia y el desempleo hacen difícil la vida en su país; tres meses después de la partida de su esposo ella lo alcanzó. Llegó a México en abril de 2019 como parte de la novena caravana migrante, en la que concurrieron alrededor de mil hondureños.
—Fue muy difícil, muy cansado, le tuve que pagar a un oficial en la frontera de Guatemala para que me dejara pasar. Pero allá no hay cómo salir adelante, las pandillas te quitan lo poco que tienes y no hay mucho trabajo.
Meses después de asentarse en Tapachula, ciudad en la frontera sur de México, se enteró que estaba embarazada. Intentó recibir atención médica, pero en el Centro de Salud de Tapachula, el de la 5 de febrero, cómo le llaman a esa unidad médica por la zona, debido a que es el nombre de la colonia en la que se ubica. Le negaron la atención.
Primero, le pidieron unos documentos para acreditar su identidad, luego le preguntaron si estaba afiliada al Seguro Popular, el cual era un esquema mediante el cual toda la población podía acceder a los servicios de salud, pero el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, lo eliminó el 1 de enero de 2020 y lo transformó en el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi).
—Como no tenía seguro no me quisieron atender en el centro de salud, así que ya no regresé.
Durante todo su embarazo no recibió atención médica, sólo se hizo un ultrasonido en un laboratorio particular, por el que pagó 240 pesos lo que equivale a 12 dólares. Ese estudio le reveló que su bebé sería una niña.
El resto de su embarazo avanzaba sin sobresaltos, sin embargo una caída le generó fuertes dolores que la hicieron acudir de emergencia al Hospital General de Tapachula. En ese momento tenía siete meses de gestación, la caída fue tan severa que le adelantó el parto. El 8 de enero de 2020 nació su hija Natalí.
—Les dije que me había caído. Me caí y se me adelantó el parto, me pusieron unas inyecciones, y me vino rápido.
A ratos pausa su relato para cambiar de posición a Natalí, la arrulla de varias maneras para calmar su llanto. Después de muchos intentos cede y se queda dormida.
Angélica se siente afortunada porque su bebe no nació con ninguna complicación por ser prematura; sin embargo a la pequeña no le realizaron la prueba del Tamiz Neonatal, la cual todas las unidades médicas públicas de México están obligadas a tomar de manera gratuita, con el fin de detectar padecimientos congénitos.
Esta prueba debe realizarse entre el tercer y el quinto día del nacimiento del bebé, aunque se puede hacer hasta los 30 días de vida, indica el Instituto Méxicano del Seguro Social (IMSS).
Pocos días después de su alumbramiento, Angélica fue al Centro de Salud de la 5 de febrero, ahí le corresponde asistir por la cercanía que tiene con su domicilio y porque es la única que da atención en la zona norte de Tapachula; una vez más le negaron la atención y le dijeron que no le podían hacer la prueba del Tamiz a la menor, porque debía realizarse seis días después del nacimiento, la pequeña Natalí tenía ocho días de nacida.
—Me fui temprano para hacer fila en el centro de salud pero fue lo que me dijeron. Que la prueba del Tamiz tenía que hacerse a los seis días de nacida, que después ya no se podía. Cuando nació no me dijeron nada de cuánto tiempo tenía que pasar para la prueba.
Angélica pensaba no volver más al Centro de Salud, pero cuando la pequeña Natalí tenía apenas 20 días de nacida, presentaba nariz tapada y fiebre, así que tuvo que acudir a esa unidad una vez más.
—Me fui con la niña que estaba enferma, tenía 20 días, con su nariz tapada, fui y me dieron loratadina. Le afectó mucho, le inflamó bastante sus pulmoncitos y la llevé al hospital.
La loratadina es un fármaco utilizado para tratar alergias, pero no debe recetarse para menores de dos años, según establece el Catálogo de Medicamentos Genéricos Intercambiables para farmacias y público en general.
La salud de Natalí se complicó aún más con el medicamento que le recetaron, al ver que su pequeña sólo empeoraba, acudió al Hospital General de Tapachula, ahí le cuestionaron el porqué la menor ingirió loratadina.
—El doctor me dijo que tenía sus pulmoncitos inflamados, le dije que si lo que tenía era gripa. Me la revisó, me dijo que tenía su pulmón inflamado y le dije que lo único que le había dado de tomar fue lo que me dieron en el Centro de Salud, que fue la loratadina, pero ese medicamento es demasiado fuerte para ella, y me dieron la receta para que la fuera a comprar yo a la farmacia.
Natalí no ha presentado más problemas de salud, pero esa no fue la última vez que Angélica se enfrentó al personal del Centro de Salud. Una vez que su hija se recuperó, acudió a que le pusieran la vacuna contra la tuberculosis, la cual se le debió aplicar después de su nacimiento, así como la pentavalente que protege a los menores de difteria, tosferina, tétanos, poliomielitis e infecciones producidas por la influenza tipo B; cuya dosis debe ponerse a los dos meses del nacimiento.
Sin embargo, las enfermeras de dicha unidad médica no aplicaron las vacunas, pues argumentaron que se habían equivocado en la cartilla de la niña y aún no le correspondía la dosis; además de que “no les habían llegado las vacunas”. Pero Natalí ya había cumplido los dos meses que marca el esquema de vacunación para recibir la inmunización.
—Me dijeron que me la habían puesto en otra fecha que no era. Me enojé e insulté a las enfermeras, agarré un trapeador que tenían ahí y se los tiré. Le dije: “No vengo a chantajearla, vengo a vacunarla, y esta gran puta no me quiere atender”.
Angélica alza la voz y manotea al recordar este episodio, frunce el ceño y continúa con el relato.
—Ellas (las enfermeras) se encierran en los consultorios por horas para no atender a las personas. También les empujé la puerta para que me vacunaran a mi niña, pero se pusieron pendejas. Les dije: “Yo no me voy a dejar de nadie”, y me fui.
Desde que se enfermó, la pequeña Natalí no ha recibido atención médica para que la revisen y tenga un control de crecimiento.
—No, ahorita no la he llevado, me dijeron que en unas semanas les llegarían las vacunas, pero cada vez que voy al Centro de Salud me peleo, sino es con la aseadora, es con la enfermera.
Angélica acomoda una vez más a su pequeña, la arrulla para intentar calmarla y con su sábana trata de protegerla de los rayos del sol que conforme avanza la mañana calan con más fuerza.
—El gobierno les paga a ellos para atender bien a las personas, pero, ¿a poco les está pagando para maltratarlas o no darles medicamentos? Porque cuando uno necesita un medicamento, nunca hay, dicen que está suspendido, por eso nos mandan a las farmacias.
La fila avanza, Angélica toma con una mano su bolsa y su folder con papeles, con la otra carga a Natalí, se levanta para que no le roben su lugar. Apenas logra avanzar unos cuantos pasos.
—Parece que estaré aquí todo el día —dice con resignación, se da la vuelta y mira a todas las personas que están delante de ella, alza los hombros y lanza un largo suspiro.