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Kenia cruzó la frontera mexicana embarazada, no recibió ningún tipo de atención prenatal, al sentir que su bebé estaba por nacer acudió al Hospital General de Tapachula, donde la hicieron esperar, sin la intervención de una doctora, su pequeño no hubiera nacido. Añora el tiempo en el que vivía en Honduras, pero su hijo en brazos la motiva a sacar fuerzas para trabajar y ofrecerle un mejor futuro.


 

Texto: Perla Miranda y Astrid Rivera

Estoy cansada, muy cansada
de caminar en un desierto poblado sin gota de agua,
de estar vacía de un mundo lleno de cosas,
de coser para que luego todo se rasgue,

de cargar piedras sin ningún sentido.
Yo ya no quiero caminar, ni estar, ni coser, mucho menos cargar penas;
sólo quiero llegar al the american dream
vaciar mis sueños a ese otro lado del río.
Ir hacia ese gran sueño, no importa si es un espejismo.

Fabiola Morales Gasca

Kenia tenía apenas tres meses de embarazo cuando tuvo que huir de Honduras, lo último que recuerda es a ella hincada en la sala de su casa, a lado, en la misma posición la abuela de su esposo quien minutos antes brincó por una ventana para escapar de pandilleros que querían matarlo con los ojos cerrados, orando porque no jalaran el gatillo del arma que apuntaba a su cabeza.

“Salí huyendo, a mi esposo lo querían matar, apenas se saltó por una ventana y entraron por su abuela y por mí, nos hincaron, nos amenazaron con pistolas, me dijeron que no iban a descansar hasta encontrarlo, ya estaba embarazada, por eso después de la amenaza lo seguí, huimos rapidito, no nos quedó de otra”, cuenta.

Mientras abre la puerta a personas que entran y salen de un cajero automático ubicado en el centro de Tapachula, con la esperanza de que le den propina por su labor, Kenia recuerda que en 2018 llegó junto a su esposo a la ciudad fronteriza, en su andar no tuvo oportunidad de ir a controles prenatales, ni de hacerse un ultrasonido para saber en qué condiciones se desarrollaba su bebé.

“Llegamos los tres a Tapachula, mi niño en la panza. Venimos en puros buses, nos quedamos sin dinero en Guatemala, ahí empezamos a pedir y pedir hasta que juntamos los pasajes y cruzamos a Tapachula. Llegué sin ropa, sin zapatos, todas mis cosas tiré, todas las cosas, las pocas que pudimos cargar las perdimos y estamos aquí, luchando y pidiendo dinero para poder sobrevivir porque no tenemos un trabajo yo no puedo trabajar por el bebé y él no consigue”.

Tiene 22 años y seis meses de vivir en La Perla del Soconusco, con un brazo carga a Liam Fernando, de un mes de nacido, constantemente acomoda sobre su hombro derecho un pañal de tela con el que seca el sudor de la frente. Por unos minutos se aleja de su “trabajo” y toma asiento en una jardinera afuera de una tienda de conveniencia para darle de comer al niño.

“Ahorita estamos bien, pero nos trataron muy mal en el Hospital General de Tapachula, el niño casi se me muere, una doctora me checó y dijo que tenía dos de dilatación, al siguiente turno un doctor me dijo que seguía igual, ahí estuve tres horas en una camilla, hasta que me sentí muy mal, fui por otro doctor pero me dijo que no me iba a revisar a cada rato”.

El Hospital General de Tapachula fue inaugurado el 17 de agosto de 2018 por el entonces presidente Enrique Peña Nieto; el secretario de Salud, José Narro Robles; el secretario de Desarrollo social, Eviel Pérez Magaña, y el entonces gobernador Manuel Velasco Coello; cuenta con 120 camas y 34 especialidades.

“Este hospital permitirá hacerle justicia social a la Frontera Sur de México, darle lo que en justicia merece al ser la puerta grande en nuestro país, a la puerta grande de Centroamérica”, afirmó Manuel Velasco en ese entonces.

Para Kenia, la realidad fue distinta. Al llegar a Tapachula, ella y su esposo encontraron trabajo en una finca cafetalera, ahí pasó la mayoría de su embarazo, hasta que un día sintió “dolores que iban y venían”, buscó a su esposo y emprendieron un viaje de más de dos horas para llegar a la unidad médica. 

Por su condición de embarazada le dieron acceso al hospital, pero aún así pasó más de cinco horas en una camilla, esperando que revisaran su dilatación, hasta que una doctora que no era quien la atendía le brindó atención y detectó que la mujer estaba a punto de parir.

“Caminé agarrada de sillas y pared, me acosté en una camilla, una doctora me encontró y me dijo que me quedaría internada porque ya tenía 10 de dilatación, mi bebé estaba a punto de nacer, no me pasaron a una cama, mi niño nació ahí en el pasillo, ya todo moradito”.

Entre el llanto de su hijo, la joven escuchó a la doctora que la ayudó, discutir con la profesional de la salud que le indicó que tenía dos centímetros de dilatación.

“Le dijo que tenía muchas cesáreas y que mi parto fue normal, que hacerme esperar para que tuviera una cesárea estaba mal, desde el principio me dijo que me iba a abrir porque no dilataba, pero era mentira, por eso me puse pilas, casi me arrastré pero llegué a la camilla donde me encontró la doctora y gracias a eso mi bebé nació a tiempo, en una camilla donde estuve incómoda, pero nació bien”.

El maltrato en el Hospital General previo a su parto no fue el primero que Kenia sufrió por parte del sector salud de la ciudad fronteriza, durante su cuarto mes de embarazo, casi 30 días después de instalarse en Tapachula, se acercó a un Centro de Salud para llevar un control prenatal, pero este le fue negado por no contar con la constancia de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) que prueba que inició su trámite para solicitar el estatus de refugiado.

“No estuve en tratamiento prenatal, no estuve en control del bebé, lo busqué, fui a un hospital pero me dijeron que cuando hice los trámites todavía no tenía un lugar fijo para vivir, pero porque dormíamos en la calle, no teníamos donde quedarnos, no me quisieron atender en el Hospital General porque era de especialidades y tampoco en el Centro de Salud 5 de febrero, entonces así pasé mi embarazo cinco meses, a la buena de Dios”.

La joven hondureña considera un milagro que una doctora se preocupara por ella durante su parto y que además abogara porque a su hijo, Liam Fernando, se le realizara el tamiz neonatal y le aplicaran las vacunas requeridas para un recién nacido.

“Sí le hicieron el tamiz, me lo checaron bien, la doctora pidió que lo revisaran, luego me dijo que tenía que ir a un centro de salud para que lo vacunaran, yo espero no tener que llevar a mi hijo a un hospital en donde me lo traten mal y encontrar personas como esa doctora que me ayudó”.

Para poder dormir bajo un techo, la pareja debe juntar 180 pesos diarios, aproximadamente 9 dólares. Fernando su esposo limpia parabrisas en los cruceros y ella abre y cierra la puerta de un cajero automático.

“Si juntamos los 180 pesos nos quedamos en un hotel el del Recuerdo—.  Todos los días salimos a pedir y si no alcanzamos a juntar, no nos queda ni para comer, solo para pagar el hotel, a veces solo la mitad y le decimos al señor que nos espere al otro día, nos espera porque sabe que ahí estamos todos los días pagando el cuarto, nos esforzamos desde bien tempranito porque el niño no puede dormir en la calle, no aguanta el sereno”.

Debido a que Kenia y su esposo a veces no pueden costear la habitación en la que duermen, han pasado noches en el Parque Miguel Hidalgo, lo que provocó en la mujer un fuerte resfriado que se complicó y afectó sus pulmones, por tercera ocasión buscó apoyo del sector salud, pero la atención le fue negada.

“Mi marido buscó una ambulancia, tardó como tres horas y cuando me llevaron al hospital general, una doctora me preguntó mi nombre, pero yo no podía ni hablar, mi esposo contestó y la doctora me empezó a golpear, me dijo que no me hiciera pendeja, que hablara, que no me hiciera la tonta y que entonces no me podían atender, no me dieron medicamento ni nada, nos regresamos caminando al parque”.

Kenia y Fernando sueñan con cruzar a Estados Unidos, pero no tratarán de hacerlo al menos hasta que Liam tenga dos años, ahora, la madre de familia anhela encontrar un empleo y poder darle una mejor calidad de vida a su hijo.

“Cada que paso frente a un restaurante me acuerdo de mi vida en Honduras, allá trabajaba en un comedor, quiero hacer lo mismo acá, pero con el bebé nadie me contrata y no lo puedo dejar, aquí la gente me malmira porque pido dinero, pero también hay los que me dejan que si la fruta, o la leche, y yo lo agradezco al cielo, porque toda ayuda suma”.

Los diez minutos que Kenia tomó de descanso fueron suficientes para dormir a Liam, con ambos brazos los arrulla y se prepara para continuar con su labor, entre clientes que entran y salen del banco, la joven morena solo pide al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador que no maltrate a los migrantes.

“Somos seres humanos también, los niños que vienen son unos bebés, no tienen la culpa de nada, de la pobreza, del mierdero que hay en sus países, los migrantes como nosotros huimos y queremos para nuestros hijos algo mejor, nuestra meta era Estados Unidos, pero ojalá la vida nos trate bien aquí”, alcanzó a decir antes de que una trabajadora al interior de la sucursal le hiciera señas de que no podía estar ahí.

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