Detrás de cada reportaje hay historias personales que se entremezclan con la cobertura e, incluso, acaban formando parte de ella. “Residir en el limbo: el destierro en los regímenes autoritarios de América Latina” es el ejemplo perfecto de ello.
Por: Diana Cid y Mariana Recamier
Once periodistas pautan una reunión de Zoom para coordinar un proyecto de periodismo colaborativo. Tres de ellos se conectan desde un país ajeno al suyo, son migrantes. Otras dos no se conectan, tienen un interrogatorio policial por ejercer su labor periodística. “En mi último interrogatorio me amenazaron con la cárcel”, comenta alguien en el chat. “Decirles que el tema me afecta mucho porque varios amigos han sido desterrados”, agrega.
Todos hacen silencio. Detrás de cada reportaje hay historias personales que se entremezclan con la cobertura e, incluso, acaban formando parte de ella. “Residir en el limbo: el destierro en los regímenes autoritarios de América Latina” es el ejemplo perfecto de ello.
“Ustedes han sido las personas seleccionadas para encarar el tercer reto periodístico de la 6ta generación de la RedLATAM”. Así fue como un día de principios de marzo supimos que trabajaríamos juntos para sacar adelante una investigación ambiciosa sobre los más de mil casos de destierro que actualmente existen en Latinoamérica.
Una vez llegó ese primer correo, la ansiedad y la ilusión se apoderaron de nosotros, pero pronto entendimos que para poder hacer periodismo colaborativo primero era necesario atravesar un proceso de deconstrucción. La autoría individual pasó a un segundo plano y comenzamos a entendernos como lo que éramos: un sistema de engranajes que sólo avanzaría si trabajábamos juntos.
Alguien hacía entrevistas o investigación documental, otra persona transcribía o resumía libros, una más redactaba y varios editaban. La información era de todos y era tratada con mucho cuidado y respeto.
Los retos
Con un tema tan complejo como el destierro, construir un andamiaje bibliográfico era un paso fundamental. Por ello, nuestra primera tarea fue dividir el equipo para sentar una base teórica contundente. Un grupo se dedicó a analizar las constituciones de 20 países de Latinoamérica. Otro rastreó casos provenientes de los países más afectados. Un tercero investigó fuentes académicas para delimitar qué casos podrían ser considerados como destierro, encierro o exilio forzado.
Creamos un sistema de carpetas para cada país y cada caso de destierro. Así pudimos identificar fácilmente qué se había investigado y qué faltaba por hacer. A la par, nuestros compañeros de Cuba y Nicaragua cumplieron con la labor de mentores, dando luz sobre los casos conocidos e, incluso, contando sus propias experiencias personales con el destierro.
Ahí es cuando entendimos que esta investigación contaba con una dimensión personal inseparable de la redacción. Lo que estábamos contando era también parte de la vida y el dolor de nuestros compañeros. La empatía se convirtió en una herramienta indispensable.
Al igual que en el título de nuestro reportaje, emprender una investigación sobre el destierro fue muy parecido a vivir en el limbo. Con las incertidumbres que nos rodeaban (personal y grupalmente), las diferencias horarias y la delicadeza de los casos que abordamos, tuvimos que enfrentar varios retos que sólo el tiempo nos enseñó a sortear.
En total, nuestro grupo manejaba ocho husos horarios distintos, algunos con hasta diez horas de diferencia entre ellos. Esto, que inicialmente se presentó como una dificultad, pasó a convertirse en nuestra mayor área de oportunidad. Cuando el tiempo apuró, surgió una organización tácita e improvisada, pero eficiente. Mientras de un lado del charco dormían, del otro trabajaban, y viceversa.
Así, siempre teníamos ojos recién despiertos para transcribir, editar o revisar el texto que alguien al otro lado del mundo ya estaba cansado de repasar. El engranaje, entonces, se convirtió en una maquinaria que andaba las 24 horas y que, como nosotros mismos comentamos, nos hizo “procrastinadores pero cumplidores”.
A la cuestión del tiempo se sumaron las circunstancias personales de cada uno de los integrantes del grupo. La premisa con la que iniciamos esta reflexión fue una constante en nuestro trabajo, y es que las historias personales de los periodistas en algunos casos son inseparables de la cobertura.
Así, con persecuciones políticas, mudanzas y problemas migratorios por detrás, los once hicimos un trabajo en el que la vida nunca se detuvo para dejarnos escribir, pero que con empatía y apoyo mutuo pudo salir adelante.
Fue justamente esa cercanía y sensibilidad que tuvimos con el tema lo que dio paso a nuestro tercer gran reto: el de hacer que el reportaje sirviera a las historias de las víctimas de destierro y no al revés. Dedicamos muchas horas a revisar la redacción y las producciones audiovisuales porque sabíamos que las personas entrevistadas estaban en una posición de vulnerabilidad, desamparadas por sus propios países de nacimiento; nos negamos a revictimizarlos.
Aquí fue cuando la mentoría de los periodistas de Nicaragua y Cuba resultó fundamental. Sin sus visiones locales, este proyecto hubiera carecido del contexto necesario, recordándonos una vez más que el periodismo colaborativo y con enfoque transnacional no puede avanzar sin el aporte de los periodistas locales. De nuevo, éramos una maquinaria que sólo se movía si lo hacían todas las piezas de su engranaje.
Las enseñanzas
Todo trabajo periodístico deja alguna enseñanza y toda investigación tiene alguna carencia. Y es que aprender a crear contenido empático, respetuoso e informativo sin temer a la experimentación y la creatividad de los formatos es uno de los principales retos periodísticos que enfrentan muchos medios hoy en día y, sin duda, fue nuestra principal cuenta pendiente en este proyecto.
Usar la empatía como un puente para hacer periodismo fue uno de nuestros aciertos, pero también fue el arma de doble filo que nos hizo contenernos en lugar de innovar. Decidimos quedarnos con formatos que conocíamos: el reportaje, podcast y un video explicativo.
También hizo falta una mejor estrategia para difundir la investigación con el objetivo de que llegara a una audiencia más amplia e incluso hacer partícipe a esa audiencia para generar nuevos diálogos. Pudimos organizar, por ejemplo, charlas en línea con personas desterradas y especialistas. No descartamos seguir trabajando en el tema.
Tras cinco semanas de investigación, aprendimos a ver el mundo no sólo a través de los ojos de quienes fueron desterrados, sino de todos aquellos compañeros que han tenido que vivir el destierro como un malestar familiar.
Para un migrante o un perseguido político hablar de exilio es arrancar la bandita de una herida que sigue abierta, pero como bien dijo una de nuestras compañeras “nos llevamos toda la humanidad que hubo dentro de esta cobertura” y la experiencia de que es posible hacer, parafraseando una pieza de la artista visual chilena Antonia Alarcón, periodismo donde la amistad (o mínimo la empatía) sea primordial.
Diseño de portada: Rocío Rojas