Caribay Benavides es una ilustradora que crea universos a partir de la nostalgia que implica ser un artista venezolana migrante, pero también crea gracias a su capacidad para sorprenderse a diario y descubrir cada detalle de Buenos Aires, la ciudad en la que vive desde hace ocho años.
Cuando era niña, Caribay Benavides (Mérida, Venezuela, 1989) participaba en talleres de expresión artística en un lugar mágico del estado Mérida, en la región andina de Venezuela, llamado La Hechicera. Allí, al pie de una montaña, aprendió a pegar distintas imágenes sobre un lienzo, esa técnica a la que llaman collage. Fue la primera vez que vio que la gente reaccionaba a lo que ella podía hacer con sus manos.
Luego, en la adolescencia, su casa fue el taller de muchísimos proyectos. “Crecí en casa con mi mamá y mis abuelos maternos, en Mérida. Madre soltera y trabajadora, abuelos pacientes y consentidores, siempre diciendo que si a cualquier locura que inventara”.
En su página web explica a qué se dedica con formalidad: “Estudió diseño gráfico y se dedica a la ilustración, explorando y desarrollando un estilo personal que hace referencia a las tendencias de moda actual, experiencias personales y la añoranza por la naturaleza de su lugar de origen”.
Pero hay mucho más de ella de lo que muestra en su portal o, incluso, en las redes sociales. A Caribay le gusta pasear en bici, descubrir barrios nuevos, ir al cine y hacer fotografías. Y esto último resulta gracioso porque ella siempre insiste en que no se siente cómoda posando frente a una cámara. En su cuenta de Instagram abundan los colores, las plantas, las mujeres, pero no está nunca su cara. Aunque sí sus manos pintando.
Cuando le pregunté qué pasiones tiene, me respondió: hacer. Así, a secas. No me sorprendió, porque entrevistarla fue un reto de paciencia, porque está haciendo tanto que no puede atender todo tan rápido. Siempre está haciendo. Haciendo, creando, ilustrando e inspirando. Porque sus obras dan la sensación de que todo se puede lograr, de alguna forma que solo el arte entiende.
Es serena. Su cara, de piel blanca, luce tranquila en su marco de pelo liso negro que llega a los hombros. Cuando explica quién es y cómo se involucró con el arte, es espontánea y risueña y cuenta que siempre estuvo rodeada de gente creativa. El arte forma parte de su vida desde que tiene memoria. Y sí, estudió Diseño Gráfico en la Universidad de Los Andes (ULA), pero el gran impulso fue emigrar a Argentina.
El arte de Caribay Benavides muestra la naturaleza de Mérida, su ciudad natal, y la vida cotidiana de Buenos Aires. Foto: Catalina Bartolomé
Llegó a Buenos Aires hace ocho años y poder decir que ahora se dedica por completo a la ilustración le ha costado un camino largo, con desvíos y dudas. “Creo que poder vivir enteramente de esto es un gran logro, sobre todo en un rubro en el que se romantiza al artista que hace ‘por amor al arte’. Poder pagarme las cuentas, comprarme las herramientas que siempre soñé, viajar y vivir gracias a que personas confían en mi trabajo, es algo que agradezco constantemente”.
Ser una artista migrante significa ser desconocida, cuenta, pero descubrir a una gran comunidad artística, conocer a gente que admira y relacionarse con personas que tienen éxito haciendo lo que les apasiona le ayudaron a darse cuenta de cómo quería que las cosas fueran para ella.
Buenos Aires, además de ser ahora su hogar, es, en gran medida, su inspiración. Tiene la curiosidad típica de quien llega a un lugar nuevo y quiere saborear, oler, tocar, ver y registrar cada detalle. Sobre todo, registrar.
“Una de las cosas que más me inspira es la cotidianidad. Soy una persona muy sensible ante las emociones y las reacciones de las personas, así que suelo registrar mucho lo que hago, lo que escucho y lo que pienso. Creo que hay mucho material en el día a día para trabajar”.
Caribay (re)descubre a diario la ciudad y no pierde la capacidad de asombro; quizás es esa misma capacidad de asombro que tenía la Caribay niña que hacía collages al pie de una montaña en su ciudad natal, esa a la que sigue anhelando. A esa Caribay niña a la que le dice constantemente que va por buen camino.
¿Cómo supiste que querías vivir de esto?
De niña cuando me preguntaban qué quería ser cuando grande y yo decía que quería ser pintora, tenía la imagen de ese pintor con boina pintando un bastidor en París ja, ja, ja. Creo que siempre supe que quería vivir haciendo algo creativo. ¡Cómo vivir de esto ha sido un constante aprendizaje!
Si pudieras conocer a un o una artista, ¿quién sería y por qué?
¡Oh, hay tanta gente que quisiera conocer! Me gustaría haber estado en el grupo de artistas e ilustradores de los 90, cuandose desarrolla el documental Beautiful Losers, donde está Margaret Kilgaleh, quien es una de mis artistas favoritas. Esta gente vivió una época muy hostil para el arte pop, callejero e irreverente, y lograron hacerse lugar en las mejores galerías del mundo; cada vez que veo ese documental pienso que me hubiese encantado estar ahí con ellos aprendiendo y rayando paredes también ja, ja, ja.
Si pudieras escoger una empresa o proyecto en el que trabajar, ¿cuál sería?
Hay miles de cosas que me gustaría hacer, me gusta mucho la idea de ilustrar algo para Kielhs (marca especializada en el cuidado de la piel y el cabello) que tienen packagings increíbles, pero también quisiera poder hacer algo para festivales de música, algo más accesible para la gente.
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¿Qué estabas buscando cuando saliste de Venezuela?
Yo me vine a hacer las pasantías de la universidad, venía por tres meses y se convirtieron en ocho con un pasaje de vuelta a Venezuela para alistar papeles y regresar. Mi plan era disfrutar un poco la vida porteña que tanto me ha interesado desde que de niña leí mi primer libro de Mafalda y la ciudad terminó por enamorarme por completo. Al darme cuenta de que había muchas más oportunidades de independencia acá y que las cosas en Venezuela no eran las más favorecedoras para la ilustración independiente, la decisión fue casi que obvia.
¿Cómo ha sido ser una ilustradora migrante?
Si bien la migración te pone muchos retos, creo que también te da una perspectiva más fresca del lugar en donde estás, que los locales. A mí todo me parece curioso de los argentinos y cuando lo digo o ilustro, genera mucha simpatía de parte del público de acá. Porque para muchos el sifón de soda (botella reutilizable), por ejemplo, es algo normal de su vida, pero para mí es la cosa más increíble del mundo ja, ja, ja. Y así con un montón de cosas.
También tener la nostalgia respirándote en la oreja constantemente te da la oportunidad de mirar las cosas con una profundidad particular que a mí me gusta mucho.
¿Crees que el arte puede cambiar el mundo?
Sí, creo que el arte ha cambiado el mundo. Si fuera algo más accesible a todo el mundo, si hubiese más educación al respecto, creo que lo cambiaría por completo.
¿Cuál es tu sueño más loco?
Volver a Venezuela y armar un festival de arte popular.
¿En qué galería o museo te gustaría tener una exposición algún día?
¡Hum! La verdad el circuito de museos o galerías no es algo de lo que conozca mucho, o no sé si me interesa tanto estar en una galería. Yo sueño con tener murales gigantes pintados en las calles del mundo, algo que pueda ser visto por el snob más snob de todos pero también por el que está barriendo la calle.
¿Cómo definirías lo que haces como artista?
Creo que lo que hago es mostrar la forma en la que veo el mundo; también cuento mucho de mí y mis miedos. Creo que lo que hago es contar.
Tu arte muestra muchísima naturaleza, ¿disfrutas de ella? ¿Cuáles son tus plantas favoritas?
Sí, amo la naturaleza y cómo afecta el modo de vida. Al ser de Mérida, la naturaleza siempre fue algo que daba por sentado, estuvo siempre ahí y al mudarme me di cuenta de lo mucho que la necesitaba para no morir de estrés. Mis plantas favoritas son los árboles. Acá en Argentina hay cipreses y me parece que son impresionantes y cautivadores.
Si no fueras ilustradora, ¿qué serías?
Siempre digo que sería peluquera ja, ja, ja. Pero últimamente, cuando he estado en contacto con la naturaleza, pienso que me hubiese gustado estudiar algo de botánica.
Ilustración de portada: Alma Ríos