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Ricardo Guerra de la Peña es un joven escritor mexicano que no teme hablar de la salud mental. Su depresión y ansiedad, así como su herencia familiar, marcan su obra y su proyecto más reciente, “El Inconcluso”,  su primera novela con la que quiere construirse a partir de cero.


 

Ricardo Guerra de la Peña (México, 1992) ha sustituido los sedantes por TikTok. Hace 10 años matarse le parecía lo más viable. Ahora, ha descubierto que una alternativa es destruir su pasado familiar con la pluma, para construirse como él quiere.

A los seis años escribió su primera canción y a los siete su primer cuento. Desde entonces nunca ha dejado de hacerlo. En la adolescencia perdió a su padre, se volvió adicto al alcohol y a medicamentos para la ansiedad y la depresión, estuvo en rehab. Lleva más de cinco años sin tomar.

En esta etapa de su vida se está dedicando a concluir ciclos que tenía inconclusos: decidió lavar las corbatas con el olor de su padre.

El escritor, cabello y anteojos de Lennon en 1969, se encerró en un departamento de Mérida, Yucatán, durante la pandemia para dedicarse a la escritura de su primera novela El Inconcluso, en la que explora la vida de su abuela Lilia Carrillo, pintora de la generación de La Ruptura, y su vínculo con ella, a pesar de que nunca la conoció. 

Decidió contar esa historia porque su familia paterna se la negó debido a la mala relación de su abuelo, el filósofo Ricardo Guerra, con su abuela Lilia. Ricardo advierte que los males también son heredados de generación en generación y que debe conocerlos para no replicarlos.

Durante estos meses ha usado Forest, una app de productividad que simula plantar árboles, lo cual le ha ayudado para concentrarse en su proyecto. Así, este último año Ricardo se ha dedicado a cumplir las tres metas de la vida millennial: plantar un árbol virtual, escribir un libro de autoficción y tener un gathijo.

¿Por qué decides escribir El Inconcluso, sobre tu abuela Lilia Carrillo?

Mi abuelo tiene fama de no ser un ejemplo de pareja, es famoso por cosas padres que hizo pero también por haber tenido esta relación bastante tormentosa con Rosario Castellanos. Mi abuela pudo salirse a tiempo de esa relación tóxica, tuvo dos hijos con él, pero en un viaje a París se fue a estudiar, conoció a Manuel Felguérez y se enamoró.

Por eso le tenía mucho coraje mi abuelo y su familia. Nunca hablaban de ella, pero tenían sus cuadros en el comedor, incluyendo “El Inconcluso” en la cabecera.

Quería escribir un libro desde hace siete años, pero en ese momento no tenía una idea muy brillante. El escarbar para atrás me dio lo que tenía para contar y también las ganas de conocer a mi abuela. Una parte de mí presentía que quizás a ella sí me parecía. Y era una revancha por el hecho de que me la habían ocultado por tanto tiempo.

¿Cómo te encuentras con tu relación familiar y con esta novela?

Cuando empecé la novela sí empecé con la hipótesis de que las historias de las familias se repiten. Tendemos a repetir los problemas de mis antepasados: he tenido problemas de ansiedad, de depresión.

Fue hasta clavarme, en las entrevistas, en conocer más a mi papá, porque él falleció cuando yo tenía 13 años, que entendí a Lilia y entendí las carencias, lo entendí a él y me entendí a mí mismo. Me sorprendió la conexión entre generaciones y las cosas que se heredan, aparentemente invisibles. De mi familia paterna, de la familia de Lilia, heredé que todo el mundo se muere de infarto y que mi bisabuelo falleció a la misma edad que mi papá de un infarto fulminante.

Y si mi papá se hubiera echado este clavado para conocer de dónde venía, quizás no habría fumado ni [se habría] descuidado. Y que quizás si yo no me hubiera metido para atrás continuaría fumando y descuidandome.

Las cosas se van heredando porque no se hablan.

Sé que me voy a meter en problemas con mi familia, quiero decirlo todo, que todo explote, que todo valga madres, para que ya después de que todo se destruya y valga madres, volver a construir y a construirme para lo que quiero yo y no estos mandatos familiares que uno va heredando.

¿Cómo te sientes cómodo al escribir?

Durante un tiempo auténticamente decía: “vivo con muchísimas ganas de matarme todo el tiempo”, quizás por eso me vale madres lo que pienso, lo que soy.

Pero con esta novela no veo eso. Si bien me expongo, en la novela me expongo con mucha dignidad, nunca me traiciono. Es una línea muy delgada.

¿Por qué crees que todavía se estigmatiza la salud mental?

Conozco al amigo de un amigo que estudia psicología y que no quiere ir al psicólogo porque piensa que los psicólogos son para locos.

Me he preguntado eso muchas veces, qué falta concientizar o si hace falta concientizar. He perdido la paciencia, nada más digo que es gente sin empatía y muchos “normaloides”, así le decíamos en rehab y en AA. 

Mi terapeuta me dijo que hay una patología acerca de los “normaloides”, que parece que no tiene ningún problema y son los más enfermos, que el estrés los devora, tienen vidas miserables.

Eso me ha tranquilizado mucho: darme cuenta lo miserable que puede ser un normaloide, esa presión por ser normal es tóxico.

¿Qué define a un normaloide? ¿Cómo no serlo?

Un normaloide es alguien que no se cuestiona. Ni siquiera qué vino a hacer este mundo, no disfruta lo que hace, no se detiene a angustiarse y a pensar por qué está haciendo esto, y actúa en automático.

Se me hace más siniestro alguien que actúa en automático, que un esquizofrénico.

Como persona con ansiedad en pandemia, ¿qué ha sido lo más difícil, pero también lo más sencillo de este año?

El timing estuvo feo. Hace un par de años empecé a independizarme, lo llevaba bien, vivía en mi departamento y salía a un café a trabajar, a ver a los amigos. Me mudé a un departamento, son prisiones de primer mundo, porque es bonito pero chiquitito chiquitito chiquitito. Me sorprende la cantidad de meses que pasé ahí con mi gato, Yogui, a quien me encontré días antes de que iniciara esto.

Me deprimió mucho estar tanto tiempo encerrado en ese cuarto.

Algo que me ayudó mucho a lidiar con la pandemia fue la novela. Terminaba más ansioso escribiéndola que no escribiéndola, pero tenía algo que hacer. Una novela es como un proyecto lo suficientemente importante para mantenerte activo y echarle ganas, pero también lo suficientemente irrelevante que si lo dejas de escribir un día o te mueres no pasa nada.

¿Cuál es tu rutina?

Me encanta procrastinar y no hacer nada. Siempre voy a defender estar cinco horas viendo Tik Tok, que ahora se ha convertido en mis nuevos sedantes, genera adicción, me desconecta el cerebro.

Trabajo con mis deadlines. Con una app que se llama Forest en la que siembro árboles.

¿Qué le dirías al Ricardo de 2010?

Parecía lo más viable matarse, porque en el 2010 lo parecía. Es triste, por el tipo de violencia familiar que estaba viviendo Ricardo en el 2010, no le puedo decir “rebélate, ten voz”, porque le habría ido peor.

No le diría nada. Tener fe en esperar.

Le diría eso: espera. Vienen cosas mejores y sé paciente, aguanta.

¿Y al Ricardo del 1 de enero de 2020?

No le diría que sí va a terminar la novela, porque le va a echar muchísima hueva y será una novela bien mediocre.

Le diría: deja de lavar con tantas ganas y tanto cloro el super que recibes porque tus manos se van a descarapelar y ya está comprobado que el virus no se contagia tanto por medio de las compras.

¿Sientes que te estoy preguntando como si fuera tu psicóloga?

No, tiene mejores preguntas mi terapeuta.

 

Ilustración de portada: Alma Ríos (México).
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Periodista del sur de México. En 2019 viajó por una decena de ciudades en Estados Unidos y Cuba en 40 días.Verificador para la Agence France Press (AFP) en pandemia. Egresado del programa Prensa y Democracia (Prende) en la Ibero y alumni del programa Edward R. Murrow de periodismo del Departamento de Estado de EEUU. Cursa el Diplomado de Periodismo Narrativo Latinoamericano en Universidad Portátil y ha tomado talleres en el Centro Knight, Casa Tomada, revista Anfibia, entre otros. Cofundador del Festival Periodismo del Caribe. Le apasiona el periodismo narrativo: crónica, perfiles, viajes. A primera vista parece serio, pero es ocurrente.

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