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En septiembre de 2018, la periodista Lisandra Aguilar Wong (24 años) salió de Cuba para empezar una nueva vida en Salvador de Bahía, Brasil, con su familia, ya que en esta ciudad su padre cumplía una misión médica internacionalista. Pero en noviembre de ese año, sus planes cambiaron y tuvieron que mudarse a Paraguay. En esta historia se reflejan los vaivenes de la migración y la búsqueda de mejores oportunidades fuera del país donde uno creció para hacer periodismo.


 

Lisandra Aguilar Wong (Pinar del Río, 1995) llevaba una semana viviendo en Paraguay. Había conseguido un puesto de trabajo como vendedora en una tienda del Paseo La Galería, un centro comercial de Asunción que comparte ubicación con dos edificios corporativos exclusivos. Un día, una compañera le pidió que llevara un regalo de la tienda a 5 días, un diario económico paraguayo que tenía sus oficinas en una de las torres.

“¿Esto es una redacción?”, se preguntó apenas llegó al piso para hacer la entrega. Como quien cree en el amor a primera vista, sintió que por algo este lugar había aparecido en su camino. “¿Dónde puedo dejar mi curriculum?”, consultó minutos después. Lo que sucedería desde entonces la acercaría de a poco al motivo por el cual había decidido salir de su Cuba natal a fines de setiembre de 2018.

En enero de 2019, Lisandra, su mamá y su papá aterrizaron en Paraguay luego de una breve residencia en Salvador de Bahía, Brasil. Y es que en esta ciudad de la cultura afrobrasileña tan viva, su padre, de profesión médico, venía cumpliendo desde el 2017 su misión internacionalista, el acuerdo con el que el gobierno cubano ha enviado desde 1963 a más de 400 mil profesionales de la salud a los sistemas sanitarios de otros países del mundo.

Aquel septiembre de 2018, Lisandra y su mamá dejaron atrás su vida en la isla caribeña y tomaron un avión con destino a Brasil. “Fue una decisión familiar. La idea era ir a acompañar a papá, pero también buscar mejores oportunidades laborales para ambas. La cuestión fundamental era ya no estar separados como familia”, cuenta a través de una videollamada de WhatsApp.

Desde su habitación, un sábado de tarde en cuarentena por la pandemia de la covid-19, recuerda que tenía 5 años cuando su padre fue a Gambia, África, por una misión médica. Y 10 u 11 años cuando su madre viajó a Venezuela para servir como odontóloga. “A mis 16 años, ambos decidieron ir juntos a Venezuela y yo me quedé en casa con mi abuela”, recuerda.

Hoy, con 24 años, frente a la pantalla de su celular confiesa que durante esa época nunca le faltó una llamada o un correo electrónico de sus padres y que era consciente del sacrificio que ellos hacían para darle lo mejor. “Fue difícil porque los extrañaba, pero les hacía cartas todo el tiempo. Por más de que estuvieran lejos, siempre los sentía conmigo”, expresa.

Lisandra y su mamá migraron al país de la samba, el portugués y la feijoada porque éste, a diferencia de Venezuela, permitía la visita de las familias de los médicos que estaban en misión. Salir de Cuba implicaba para ellas poner el cronómetro en cero y empezar a contar el tiempo, esta vez, los tres juntos.

Pero, en noviembre de 2018, Cuba se retiró del programa “Más médicos” en Brasil, a raíz de las nuevas condiciones que quería imponer el presidente electo Jair Bolsonaro. Más de 8 mil profesionales salieron de sus misiones en el país sudamericano, el cual llevaba adelante este acuerdo desde el 2013 por iniciativa de la entonces presidenta brasileña Dilma Rousseff. 

“Tuvimos que armar un plan B. Volver a Cuba para pensar las cosas con más calma fue una opción en nuestra conversación, pero yo pensaba que si ya habíamos salido de nuestro país, dejando todo atrás, teníamos que seguir adelante e intentar construir una vida en otra parte”, relata.

Lisandra se recibió de periodista en la Universidad de La Habana un par de meses antes de tomar ese vuelo a Brasil. Como toda recién egresada, quería ejercer la profesión. En Cuba había hecho algunos trabajos vinculados al periodismo: formó parte del equipo de prensa de un músico y colaboró para el ICRT, un instituto que controla todas las emisoras de radio y televisión.

La retirada de los médicos la convenció de que en Brasil no estaba su futuro periodístico más próximo. Pero no fue la única razón. “Sabía que en algún momento podíamos salir de ahí, sobre todo por mí, porque quería ejercer el periodismo en un país de habla hispana. Y es que por mucho que se me haya pegado el portugués, sabía que sería difícil”, recuerda.

Las videollamadas de WhatsApp hechas durante esta pandemia nos han sacado, en algunos casos, la posibilidad de ver a nuestro interlocutor más allá de su rostro. Las manos, en el afán de sostener el aparato electrónico, dejaron de moverse con libertad, escondiendo una parte importante de la esencia del ser humano: el lenguaje corporal.

El cuadro formado por la cámara frontal de su celular mostraba a Lisandra recostada en el respaldo de su cama, cómoda pero llena de una energía contagiosa que se hacía sentir en su voz. Tiene la facilidad de hablar sin parar y esto comprueba cómo la palabra ha sido su herramienta principal desde antes de decidirse por el periodismo.

Lisandra Aguilar.

Una forma de hacer arte

Los primeros 18 años de su vida, Lisandra los pasó en Pinar del Río, una ciudad que se encuentra en el polo occidental de Cuba y que —según lo explica— está a una hora de La Habana, la capital del país. Allí pasó su infancia y adolescencia, sus años de primaria, secundaria y preuniversitario. Allí también descubrió que quería ser actriz. Aunque, finalmente, a los 15 años, ese sueño cambió.

“Para estudiar actuación en Cuba hay que pasar las pruebas de la Escuela Nacional de Arte (ENA). Es decir, una vez que terminas la secundaria —el noveno grado— debes elegir una carrera técnica o el preuniversitario. Me había preparado mucho con un profesor de actuación, pero ese año no vinieron a hacer las pruebas a mi ciudad”, relata.

Y continúa: “Desde entonces, no quise saber más nada. Al terminar mi preuniversitario tenía la oportunidad de probar en el Instituto Superior de Arte (ISA), que es como la universidad de los actores. Pero ya no quería porque me había dejado de preparar y sentía que ese ya no era mi camino, que si no se dio aquella vez era por algo. Incluso, podía ser más difícil porque los chicos que llegaban al ISA eran alumnos que venían de una formación plena en arte”.

“Si no es actuación, va a ser periodismo”, pensó luego de la no-prueba del ENA. “Encuentro en el periodismo una manera de hacer arte también”, reflexiona y comenta que desde esa vez está encantada con la carrera. “Si no es periodismo, no va a ser nada más”, se dijo en ese entonces.

Cuando finalizó el colegio pasó por todas las etapas de admisión para ingresar a la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, una de las dos instituciones que ofrece la carrera en toda Cuba. El promedio exigido para acceder a las pruebas de periodismo es de 99.7% o más. “Debes hacer una lista de 10 posibles carreras y te asignan una según tu promedio. Luego, las pruebas de ingreso son super estresantes”, confiesa.

Lisandra estalló de felicidad cuando se enteró que ingresó a la Universidad de La Habana. A los cinco años posteriores, los que duró la carrera, los describe con esa misma emoción porque, además de seguir lo que le gustaba, tenía mucha independencia. “A todos los estudiantes nos hospedaban en edificios exclusivos para universitarios. Yo vivía en el piso 15 y todas las mañanas me asomaba a ver el mar”, relata nostálgica de aquella época.

Desde su habitación de un país mediterráneo como Paraguay, revela que no pensaba que extrañaría tanto ese azul infinito. “Haber vivido en La Habana fue de lo mejor que me pasó en la vida”, declara y cuenta que frente a su edificio estaba parte del Malecón de la Habana, un muro de ocho kilómetros de largo que fue construido para evitar que el mar vuelque hacia la capital cubana, el cual es adoptado actualmente por parejas y grupos de amigos como un lugar de encuentro para pasar el tiempo.

Lisandra iba a clases de mañana, por lo que las horas libres acumuladas de la tarde la hicieron decidirse por buscar un trabajo. Muchos de los empleos que había conseguido dentro del rubro periodístico no habían sido pagos, los había hecho por amor a la profesión, pero esta búsqueda tenía otro objetivo: tener ingresos para cubrir sus propios gastos. Consiguió un puesto de mesera en una hamburguesería y lo mantuvo hasta los meses previos a su salida de Cuba.

Ser periodista migrante

Con la misión médica interrumpida, la familia debía resolver adónde ir. Fue ahí que Paraguay apareció entre las opciones. El amigo de su papá, que vivía aquí, les había dicho que éste era un país con muchas oportunidades. “No sabíamos mucho de Paraguay, solo que la capital era Asunción; que su segundo idioma era el guaraní; que se tomaba tereré y que compartía frontera con Brasil”, señala Lisandra.

Dijeron que sí a hacer una nueva vida en Paraguay, sobre todo para que ella pudiera buscar trabajo como periodista. “A diferencia de Paraguay, en Cuba si trabajas para el Estado ganas poco, pero si tienes empleo en una empresa privada ganas más. Allá, la mayoría de los medios de comunicación pertenecen al gobierno cubano y pagan muy mal. El salario de un periodista es 16 dólares, lo que equivale a 400 pesos cubanos y a 96 mil guaraníes”, explica. 

Por eso, volver a Cuba no fue una alternativa. El contexto salarial del periodismo en su país no se ajustaba a la intención que tenía con su familia: mejorar su calidad de vida. 

Salir de Cuba también significaba buscar oportunidades laborales en otras formas de gobierno; es decir, más allá del sistema socialista al cual estaba acostumbrada. “Amo mi país con todas mis fuerzas, pero quería conocer y hacer otro tipo de periodismo; que mis papás pudieran abrir sus consultorios privados, y que ya no estemos separados como familia”, comenta.

El acto de migrar, de mudarse de un país a otro, es como ese nudo que se forma en la garganta antes de echarse a llorar y, en paralelo, es como esa sensación que sentimos en año nuevo, aquella que nos dice que lo mejor está por venir. En otras palabras, es tener sentimientos encontrados. Lisandra tenía en claro lo que quería al salir de Cuba, pero las experiencias de otros colegas la habían hecho tocar tierra.

“Creía que mis papás sí iban a poder montar su propia clínica, pero me costaba imaginarme como periodista en otro país. Porque la realidad nos muestra que muchos de los migrantes cubanos, no ejercen la carrera que estudiaron”, comenta.

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Desde Madrid, España, su colega y amigo Mario Luis Reyes dice no tener una respuesta exacta sobre el porqué de su  partida de Cuba. En sus últimos años en la isla, había hecho periodismo para El Estornudo, un medio independiente cubano, y estaba a gusto trabajando con ellos. No tenía ganas de irse, pero a la vez sentía el deseo de buscar otras formas de vida y tener otras experiencias.

Madrid era una ciudad que siempre le había fascinado. De hecho, Mario tenía la nacionalidad española, entonces conseguir la visa no era un problema. En los últimos seis meses que estuvo en Cuba, la represión policial había aumentado y las amenazas a los periodistas independientes se hacían constantes.

“De pronto, ya no me dolía tanto irme porque me sentía molesto con lo que estaba pasando en Cuba. Necesitaba alejarme un poco de eso. Vine con la ilusión de insertarme en el periodismo español, pero ni siquiera sé por qué puerta hacerlo. Igual, no me obsesioné con eso. Empecé a trabajar de lo que podía y finalmente me quedé vendiendo periódicos en un kiosco de la Plaza del Callao, hasta que por la pandemia tuvimos que cerrar”, señala Mario Luis en una nota de voz por WhatsApp. 

Ahora, confiesa que cuando vuelva la normalidad no regresará al kiosco, ya que durante el confinamiento unos amigos periodistas le han pedido que colabore para una revista cubana. “Me convertí de nuevo en periodista freelance, pero desde otro lugar del mundo. De alguna manera vivo en España, pero la cabeza la tengo en Cuba todo el tiempo. Después de que me fui, la represión ha crecido bastante y eso uno lo sufre desde lejos”, expresa.

Mario Luis Reyes.

Para Lisandra, migrar es también cargar con la incertidumbre de si se podrá o no conseguir trabajo en el nuevo país; de si alguien te dará o no una mano al llegar. No fue el caso de la periodista cubana Darcy Borrero, quien viajó a Austin, Texas, Estados Unidos, para participar de un taller de periodismo de datos, y luego de recorrer un par de ciudades, se instaló en Miami para seguir conectada a su profesión.

“Gracias a que del Diario de las Américas me habían entrevistado cuando estaba en Cuba, pude hacer una visita al periódico. Ahí conversé con algunos colegas que me abrieron un espacio para colaborar, y aunque estoy trabajando sin remuneración ahora mismo, ya he publicado cuatro o cinco trabajos. Asimismo, sigo escribiendo para el medio cubano Tremenda Nota”, cuenta.

Darcy no había planificado mudarse a Estados Unidos, sobre todo porque en Cuba tenía una estabilidad como periodista. “Tenía a mis lectores habituales, a mi red de fuentes, etc. Cuando decides migrar, de alguna forma pierdes eso y debes armarlo de nuevo. Yo creo que lo que hace que uno se cuestione el regreso, cuando sales de Cuba, es el temor a que te hostiguen o estén encima de tu familia solo por ejercer el periodismo. Eso cansa realmente”, manifiesta.

Darcy Borrero.

La periodista cubana Silvia Oramas se mudó a Chile al egresar de la universidad. El algún punto, desde antes de empezar la carrera, sabía que quería ejercer el periodismo fuera de Cuba. Cuando terminó sus estudios en el año 2016, el periodismo independiente aún no estaba muy desarrollado en la isla. “Quería explorar otras cosas, trabajar en un medio que proponga pluralidad en su agenda”, menciona.

Desde diciembre de 2018 trabaja como investigadora y productora de CNN Chile. Silvia considera que pudo conseguir este empleo en gran parte por la especialización en periodismo de datos que había hecho en España gracias a una beca de la Fundación Carolina. “Es que entrar a trabajar en los medios es complicado hasta para los nacionales de Chile”, asegura.

“Una venezolana y yo somos las únicas extranjeras en el canal. Por eso, de alguna forma, tuve que abrirme camino y demostrar que manejo la realidad del país, ya que muchos asumían que no sabía. Cuando recién llegué a Chile, trabajé en una empresa en la que debía mirar todos los periódicos, principalmente por las noticias empresariales, y fue ahí que me empape con el contexto chileno”, revela.

Uno de los obstáculos que ha tenido en la televisión es el no poder hacer la voz en off de sus propias notas y, aunque ha tomado clases de locución, piensa que la audiencia aún no está preparada para escuchar un acento extranjero. Además, señala que regresar a Cuba para hacer periodismo no es una posibilidad para ella, pero que desde el lugar que ocupa sí le interesa abordar la realidad cubana y todavía más la de los migrantes. “Intento romper con los estereotipos con los que se cubre la migración en los medios y trato de insertar siempre en la televisión temas sobre migración”, agrega.

Silvia Oramas.

En 2014, el periodista cubano Alexei Padilla fue a Brasil a cursar una maestría en la Universidad Federal de Minas Gerais. Y aunque tenía la ilusión de ejercer el periodismo una vez que terminara su curso, se encontró con algunas trabas: pocas ofertas laborales en el mercado periodístico de Belo Horizonte, la inexistencia de medios en español en la ciudad y, así como lo había expuesto Lisandra, el idioma portugués. “Aunque lo hablo y lo escribo con fluidez, el no tener el acento nativo puede ser motivo de exclusión”, resalta.

Alexei no se quedó de brazos cruzados y, antes de empezar el doctorado que sigue actualmente, impartió clases de español para brasileños. En estos años de estadía por Brasil, siguió colaborando para algunos medios cubanos y en una ocasión para un canal de tevé de Minas Gerais, donde analizó el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba. También presentó un programa radial que promovía la música afro, latino y caribeña, y defendía el son, la salsa, la cumbia y otros ritmos latinos en un país donde apenas se habla español.

En sus planes no está volver a la isla, porque las razones que lo llevaron a salir de Cuba siguen intactas. “Me desmotiva trabajar en un contexto caracterizado por la censura en los medios estatales, la subordinación de estos a la agenda política del partido único, y el asedio y la represión hacia los colegas que hoy hacen periodismo independiente en Cuba”, reflexiona.

“Creo que el dinero no es la razón principal que lleva a muchos comunicadores a migrar hacia los medios alternativos, hacia otros países o al ejercicio de otros oficios. Porque cuando el trabajo que realizas comienza a aburrirte, sientes que te estancas en lo profesional y en lo personal, que no es lo que deseas seguir haciendo y encima te pagan muy poco, pues buscas otros caminos”, sentencia.

Alexei Padilla.

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El camino en el que Lisandra había empezado a andar no incluía a Paraguay como destino. Sin embargo, desde que llegó a Asunción, este desvío inesperado en su viaje ha sido una oportunidad para mostrar lo mejor de ella. “Como profesional estoy aportando mucho más de lo que aportaría allá en Cuba. El tema de los derechos humanos acá en Paraguay me pone muy mal, porque veo niños en la calle, pidiendo plata o limpiando parabrisas, y no puedo entender cómo el sistema no hace nada por ellos”, declara.

Lisandra y sus padres llevan más de un año viviendo en Paraguay. Ellos consiguieron trabajo en una clínica privada, y a ella, luego de aquella visita a 5 días, la llamaron para cubrir la sección cultural del diario. Hasta hoy día sus amigos le dicen que tuvo mucha suerte al obtener tan rápido este puesto. Recuerda que en uno de sus primeros días en la redacción, dos periodistas la miraban a cada tanto como queriendo sacarle tema de conversación. Cuando por fin se animaron, una historia de amistad empezó: ¿sos cubana?, ¿sabés bailar salsa?, ¿nos podés enseñar?

“Me encontré con las paraguayas más inquietas, con ellas tuve química de una. Hasta ahora no fuimos a bailar salsa. Pero cuando todo esto se acabe, de seguro lo haremos”, comenta y dice que aquí, aún, le quedan muchas cosas por hacer.

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El Caribe, aquí, ahora. Una serie de historias elaboradas por la Cuarta generación de la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas para generar conversación con la región insular usualmente olvidada en los grandes temas latinoamericanos a través de personajes y situaciones que permitan delinear una vinculación más profunda.


Ilustraciones: Alma Ríos. 

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Periodista independiente especializada en cultura. Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional de Asunción. Inició su carrera periodística como productora en la televisión pública paraguaya, donde ha tenido la oportunidad de escribir textos para voz en off de documentales y además colaborar para el programa Claves de Deutsche Welle, del periodista chileno Gonzalo E. Cáceres. Trabajó durante más de seis años como redactora de la revista VOS del Diario La Nación Paraguay, donde descubrió su interés por el periodismo narrativo, las crónicas de viaje, las reseñas musicales y los reportajes culturales y sociales, especialmente sobre feminismo e indigenismo. Ha colaborado también para la revista Liberoamérica. Actualmente, está trabajando en la creación de un nuevo enfoque dentro del periodismo cultural.

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