Esta es la historia de seis mujeres que abrazaron el cultivo y el fogón como símbolo de lucha, de independencia y de libertad. Después de largos episodios de violencia, ellas han logrado salir gracias a la fuerza de la red que tejieron y de los saberes heredados de sus ancestras. Se han compartido conocimientos, se han enseñado a trabajar, a autocuidarse y cuidarse entre ellas, a quitarse el miedo a romper barreras.
Por Perla Guadalupe Miranda López y Astrid Rivera Reynoso
Esta pieza audiovisual fue producida durante el programa de capacitación TechCamp MX 2021, una iniciativa de Chicas Poderosas México en alianza con la Embajada de Estados Unidos en México.
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El maíz y el fogón son símbolos de lucha y resistencia para la colectiva Mujeres de la Tierra, Mujeres de la Periferia, quienes encontraron en el conocimiento heredado de sus ancestras el medio para combatir la violencia que germinaba en sus hogares y, a su vez, alcanzar autonomía financiera.
Suiaiknimej, hermanas en la lucha y resistencia cuenta la historia de las integrantes de esta colectiva, que nació en Milpa Alta, Ciudad de México; narran cómo cambiaron en el último año, desde que forman parte de este grupo; comparten sus experiencias, el aprendizaje obtenido, pero también nos hacen partícipes de ese legado ancestral que ponen en práctica al cocinar los alimentos que venden.
Mujeres de la Tierra, Mujeres de la Periferia surgió en medio de la pandemia por Covid-19 como una respuesta para obtener un ingreso, pero sobre todo, como una vía para que quienes la integran, se demuestren a sí mismas que son capaces de soñar, de luchar para ser independientes y romper con la violencia que sus parejas ejercían contra ellas.
Más que una forma de subsistencia, esta colectiva ha transformado la perspectiva de las mujeres que la integran; ser parte de ella las ha motivado a vencer sus miedos, a ser más seguras y a darse cuenta de que no están solas, que otras mujeres las respaldan, las apoyan y acompañan en su proceso contra la violencia que por años ha sido parte de su cotidianidad.
Alma cuenta el miedo que le causaba salir de Milpa Alta y trasladarse en transporte público, temor que en el último año logró enfrentar. Ahora recorre la ciudad en el metro para entregar los productos que con esmero y amor elaboran; hoy simplemente se describe como una mujer libre.
Griselda camina a lado de su hija con la convicción de enseñarle que no debe depender de nadie, que los “príncipes no existen” y que cuenta con muchas mujeres a su alrededor para apoyarla y hacerla fuerte cada que lo necesite.
En el último año, Lety ha vencido las barreras que le impedían socializar, que la mantenían siempre en su casa, preocupándose por los demás y dejándose en último lugar, hoy sabe que priorizarse no es ser egoísta, sino una forma de amarse y dar amor a los suyos.
Para Rocío, tejer redes entre nosotras es la solución para combatir la violencia y construir un futuro mejor para las niñas y jóvenes, porque “habemos muchas mujeres que compartimos el mismo dolor, pero también tenemos la misma rabia y la misma fuerza para poder cambiar eso que tanto nos rompe”.