Karina Bossa es una bailarina colombiana de ritmos folclóricos que emigró a Barcelona junto a su esposo. Aunque inicialmente quiso enseñar salsa, fue en la champeta, un género del Caribe afrocolombiano con raíces africanas y bullerengues tradicionales, donde encontró la estabilidad y una causa de resistencia.
Karina Bossa es una bailarina colombiana de ritmos folclóricos que emigró a Barcelona junto a su esposo, Elvis, también bailarín. Con sonrisa decidida y expresiones cálidas, cuenta que lo hizo para encontrar mejores oportunidades para su hija. Inicialmente quiso enseñar salsa pero se encontró con que la mayoría de las personas tenían más interés en la salsa cubana o la zumba. Hasta que encontró en la champeta, que bailaba desde los 15 años, un género que pagaba las cuentas y le apasionaba cada vez más.
La champeta es un género del Caribe afrocolombiano con raíces africanas y bullerengues tradicionales. Aunque empezó a enseñarlo solo como un trabajo, ahora Karina está comprometida con el ritmo, su historia y todo lo que ello conlleva. Ella y Elvis, nacidos los dos en Cartagena, sueñan con consolidar una academia de ritmos afrocaribeños y concientizar sobre la diversidad de la comunidad colombiana y latinoamericana.
Se lo imaginan como un espacio colorido y alegre que se reconozca por tener un letrero champetúa y paredes que ilustren escenas de bailarines sudorosos bailando pegados y con sentimiento. Quieren una tarima sobre la cual se den charlas y se reciba a invitadosa. Un lugar, en fin, donde el género, rítmico y pegajoso, sea la armonía de fondo de tertulias de personas de todas partes.
Pero mientras siguen trabajando por ese sueño, ambos llevan adelante Afrocaribe Barcelona, un proyecto de champeta que apuesta por clases grupales y bioseguras. Estas suelen realizarse al aire libre, con los escenarios de Barcelona como telón de fondo.
Bailar y enseñar la champeta es también un acto de resistencia a las cargas negativas que históricamente se le han otorgado a este género popular. Como mujer migrante, afrocolombiana, caribeña y latina, Karina Bossa hace hincapié en el bagaje cultural detrás de la champeta mientras escribe una historia de éxito.
Karina Bossa es una bailarina colombiana de ritmos folclóricos que emigró a Barcelona junto a su esposo, Elvis, también bailarín. Foto: Cortesía de la entrevistada
¿Qué historias cuenta la champeta y cómo se va transformando esta?
Las historias de la champeta son cotidianas, de la gente común de los barrios humildes de Cartagena. La gente de a pie. Al principio eran historias muy vagas de cualquier esquina de una ciudad donde pasaba mucho, una ciudad con gran desempleo. Historias de “me engañaste, te engañé, etc”. Con el transcurso del tiempo se ha vuelto más comercial.
Yo crecí y viví con la champeta. He visto todo el proceso. Durante mis primeros diez años crecí escuchando música africana: soukous, jùjú, ndombolo, muchos ritmos. Luego viene la inclusión o aporte que hacen grandes artistas palenqueros que vivían en Cartagena, que querían hacer algo propio, nuestro, con esos ritmos y la lengua palenquera. Es ahí donde se va transformando la champeta.
¿Qué cargas ideológicas y estereotipos rodean a este género?
Cuando yo era joven había una prohibición social de la champeta, porque era mal vista. Mi papá y mi mamá no querían que su hija bailara champeta. Además, se bailaba pegado en pareja, y apretadito. Entonces la gente se inventaba cualquier historia, como: “te vas a ir con ese hombre y vas a salir embarazada”, cosas que eran falsas.
Gran cantidad de personas iba a bailar alrededor de los picós, que son parlantes característicos que se ponen en las casetas, espacios públicos que se cierran para acoger a los champetúos. Allí a veces se armaban conflictos o peleas. Entonces, a todo el que bailaba champeta lo relacionaban con esto.
En el pasado eran mucho más duros los estereotipos y yo tenía 20 años, no 38. Ya lo que diga la gente no me afecta. Pero hace muchos años si hubiese dicho: “me voy a Europa a enseñar champeta”, mis padres me habrían dicho: “Pero a ti qué te pasa”. Mucha gente se habría burlado.
¿Qué canción de champeta te trae recuerdos de tu infancia o juventud?
Me gustan mucho las canciones de Sayayín, una que se llama Paola. Para mí, [Sayayín] fue uno de los tres grandes exponentes, junto al Jhonky y el Afinaíto: tres grandes chicos humildes, de las barriadas de Cartagena, que lograron que la champeta saltara a Bogotá, al interior del país.
Lamentablemente, murieron en diferentes circunstancias, algunas no tan gratas. Uno escucha las canciones y ve el auge que tiene hoy en día la champeta y dice: “qué lástima que estos tres grandes íconos no estén viviendo esto”. Pero sus canciones son únicas.
La champeta es un género del caribe afrocolombiano con raíces africanas y bullerengues tradicionales. Foto: Cortesía de la entrevistada.
¿Cuál es el trasfondo de las palabras “champeta” o “champetúa” y por qué es importante resignificarlas?
Siempre he pensado que en Colombia nos parece más chévere lo que viene de afuera. En Cartagena todo aquel que escuchaba champeta era mal visto. La palabra champetúo data de los años 30, yo crecí escuchándola. El champetúo era el que vestía “mal”, el pobre, el que vivía en los barrios humildes de Cartagena, el de piel negra, el que tenía el pelo afro, el que vestía con colores fuertes, el que hablaba mucho, el que caminaba de tal manera. Muchas cosas eran “champetúas”.
Así crecimos y nos fuimos creyendo eso. Fuimos pasando durante generaciones una mentalidad esclavista que data de los años 1600, donde todo lo blanco era bonito y lo negro no tan chévere. Si tu pareja era negra le decían a uno: “te van a salir los niños negros”, pero si era alguien blanco te decían: “ay, te van a salir los niños lavaditos”, una palabra que odio.
Las mujeres se alisaban el cabello, porque el pelo afro “no era tan bonito”. Había que hacerlo con un alisante. Yo me resentí porque a los 15 años me lo aplicaron y me quemaba. Hasta que le dije a mi mamá que a mí no me iban a alisar más el pelo. Ahora hay este movimiento de dejarnos el pelo afro y hay mujeres a las que se les dificulta, porque llevan toda la vida alisando su pelo para no verse “champetúas”.
También nos lo decían por hablar “golpeado”. “Ah, pero es que tú hablas como cartagenera, hablas champetúo”. Esta es mi manera de hablar. Había gente que salía de ahí y cambiaba automáticamente el acento porque se sentían señalados y amenazados. Como si todo lo que viniera de nosotros fuera “champetúo”, es decir, malo o feo.
Lo que se busca hoy en día es romper ese estigma. Lo que queremos es decir: “sí, soy champetúa, ¿y qué? Esta es mi esencia”. Queremos reivindicar eso, y si hoy me dicen que soy champetúa, yo digo: “pues a mucho honor”.
¿Qué más se debe reivindicar en Cartagena en torno a los temas de raza?
No es solamente la palabra champetúa. En Cartagena se tienen que reivindicar muchas cosas, como la mentalidad que viene de las generaciones anteriores, de mis abuelos, de mi mamá.
Rastreando los antepasados de la familia de mi mamá descubrimos que el abuelo de mi abuelo llegó a América esclavizado hacia el año 1700. Luego, mi bisabuelo, que era un hombre negro, tuvo de pareja una mujer blanca. De allí salieron mi abuelo y dos hermanas que salieron más blancas que él.
Mi abuelo era un hombre incómodo por ser negro, porque decía que cuando era niño los blancos lo humillaban. Él esperó hasta los 50 años para casarse, asumo yo que para encontrar una mujer blanca. A mi abuelo lo criticaban porque decían que la mujer con la que quería casarse pasaba los 25 años y era extraño que aún no se hubiera casado. Que quizá ni fuera “señorita”. Decían que había estado con otro hombre que la había dejado y era una solterona.
A mi abuelo no le importó. De esa unión nacieron mi mamá y dos hermanos. A su vez, mi mamá venía con su idea de que a ella le gustaban los hombres blancos y se casó con mi papá, que es blanco. Así nacimos mi hermano y yo. A lo que voy es que, aunque a mí me impresione, a mi mamá no le voy a cambiar ese pensamiento que viene desde hace muchos años.
Eso, exactamente, es lo que hay que cortar y reivindicar. Cartagena es un pueblo negro, donde estuvo el mayor asentamiento de esclavos en Colombia. Es tan grave el asunto que a mucha de la gente negra de Cartagena le da miedo sentarse en una terraza del centro histórico a tomarse un café. La misma gente de Cartagena te discrimina con pensamientos como: “este viene de aquí, seguramente ni dinero tendrá”.
Es racismo, es elitismo, es un conjunto de todo lo que la champeta carga. Por eso decimos que la champeta es una identidad: es que soy caribeña, soy de nariz ancha, de boca ancha, de pelo afro. Mi hermano salió de pelo liso y yo de pelo rizado y mi mamá nos decía: “tú, que eres la mujer, tenías que sacar el pelo del hombre, porque él se la pasa cortándoselo”.
A pesar de eso, muy adentro yo pensaba: mi cabello es bonito y mi mamá me decía “alísatelo”. Aún hoy en día, en las fechas especiales, mi mamá me pregunta si me voy a arreglar el pelo, a alisármelo. Yo a mis hijas las voy a dejar que sean ellas.
¿Qué actitudes afectaban de forma desproporcionada o machista a las mujeres que bailaban champeta? Cuéntanos tu caso personal.
Había mucha diferencia entre mis amigos hombres y yo a la hora de salir a bailar. En mi experiencia, el caribe colombiano es muy machista. Entonces, había actitudes como que una mujer no podía sacar a bailar a un hombre, o como que a los hombres se les permitía ir a esos picós y, si bien les decían champetúos, no era como a las mujeres, que las señalaban de ser mujeres “fáciles”.
Otra cosa es que yo siempre fui alta. Entonces, el tema de bailar a mí se me complicaba mucho porque me sacaban menos, porque la misma sociedad te dice que tú tienes que ser más bajita que el hombre. Eso te lo imponen y no tiene por qué ser así. Por más que yo cuestionara esto me lo venían inculcando a mí.
Aunque enseñar champeta empezó solo como un trabajo, ahora Karina se siente comprometida con el ritmo y su historia. Foto: Cortesía de la entrevistada.
¿En tu vida has sentido que alguien quiere cancelar tu identidad afro?
Creo que eso va mucho en el carácter. Si viviera en Cartagena, todavía hay mucha gente que te dice: “alísate el pelo”. Muchas chicas que están allá aún lo viven, a pesar de que ha ido cambiando. También el tema de que consigas una pareja de piel más clara para que tus hijos te salgan más “claritos” se vive mucho.
Me hicieron muchos de estos comentarios como: “tú, que viajas tanto, deberías casarte con un extranjero, para que tus hijos te salgan rubios”. El pensamiento de que es bonito lo rubio pero no lo afro. Luego esta misma gente me decía: “pero yo no soy racista”.
El problema es que normalizamos estos comentarios que son racistas. A mí me decían que yo era muy blanca para ser de Cartagena y luego yo iba a Bogotá y me decían: “Hola, negra”. Eso me creó una crisis de identidad.
¿Detrás del proyecto Afrocaribe Barcelona hay algún objetivo político, social o educativo, más allá del baile?
Inicialmente no, pero luego pensé que debíamos hacer algo diferente, y pensé en la sensación, al salir del país, de añorar cosas que siempre habías tenido pero que no te llamaban la atención. Entonces me di cuenta de que había muchas personas a las que les interesaba la historia detrás de la champeta.
Por eso decidí crear un complemento entre enseñar a bailar y que la gente conecte con la historia, para que así se enamoren de la champeta y se queden en las clases. Cuando yo empiezo a contar cómo era vivir en una ciudad racista y elitista como Cartagena, la gente empieza a indagar por su cuenta.
Siempre voy contando historias, tanto la mía como las que van contando el baile y la música. Quiero que la gente sepa que existe una región en el norte de Colombia, que es la región Caribe, y que aquí estamos. Normalmente, cuando me preguntan de dónde soy, asumen que no soy colombiana sino dominicana, cubana o venezolana. Me dicen que no soy colombiana o que no parezco colombiana porque no soy blanquita de pelo liso como la gente del interior. Nos pasa a muchas.
Así fue como me di cuenta de que el Caribe colombiano no es visualizado en el exterior. Lo que quiero mostrar es eso: que hay un Caribe donde se baila champeta. Que somos de Colombia y que aquí estamos.
¿Quiénes conforman Afrocaribe Barcelona y cómo afrontas el reto creativo de enseñar un solo ritmo y mantener el interés de las y los asistentes?
Elvis y yo comenzamos con un grupo pequeño de personas de Bogotá y estas mismas chicas iban jalando más personas. Era el boom de la zumba y la salsa, pero por algo tenía que pasar la presentación de champeta de Shakira en el Super Bowl, que fue un empujón. Quizá si eso no hubiese pasado nos habría costado el doble, pero pasó y hay que aprovecharlo.
Me alegra que hoy en día tengamos en las clases gente de Alemania, Filipinas, Etiopía, Argentina, España, Francia, Inglaterra y Colombia. Es muy difícil enseñar un solo ritmo. La verdad, no sé cómo lo hemos hecho. Siempre nos toca crear cosas nuevas para que las chicas conecten.
Por ejemplo: en la última clase me di cuenta de que ellas pueden seguir la coreografía pero a la hora de decirles que improvisen no lo pueden hacer. Por eso las últimas clases las hemos puesto en una media luna a improvisar. Pero es muy duro, porque la gente está acostumbrada a ir a una clase de baile y que le pongan una salsa, un merengue, una bachata. Nosotros no hacemos eso.
Como mujer migrante, caribeña y latinoamericana, ¿te has sentido bienvenida en Barcelona?
Entre la comunidad colombiana, sí, porque vine a una ciudad en la que es difícil tener contacto con los locales. Yo he hecho cercanía con una o dos personas catalanas porque son madres de niños del colegio de mis hijas.
Desde el principio me di cuenta de que sería difícil. En el colegio escasamente me saludaban, pero al lograr hacer un par de amistades ya la puerta se abre. Fuera del colegio de mis hijas no he tenido posibilidad de hacer amistades, más allá de mis alumnas. No ha sido como otros sitios, en los que te integras automáticamente.
Barcelona ha sido difícil en eso, a pesar de que no me he sentido discriminada.
Si pudieras hacer que el planeta entero escuche una canción de champeta, ¿cuál sería?
Me gusta Cipriano Armenteros, una salsa escrita por Rubén Blades en 1975 y que Mister Black adaptó a champeta en 2002. Cuenta la historia de un joven que muere asesinado. Se dice que retrata la cruda historia de un líder social indígena. Esa versión en champeta que hizo Mr. Black es excelente y me gusta mucho. Tanto el ritmo como el mensaje me parecen importantes.
Diseño de portada: Rocío Rojas