El 11J dejó claras dos cosas. Primero: que, como en todas partes, en Cuba hay todo tipo de razones políticas, económicas y sociales para que la ciudadanía salga a protestar y exigir cambios. Y segundo: que si normalmente no lo hace es debido, entre otras cosas, al elevado nivel de represión política que existe en el país.
Seguramente recuerdes que el pasado 11 de julio miles de personas salieron a manifestarse contra el gobierno de Miguel Díaz-Canel en distintas provincias de Cuba. La noticia ocupó titulares internacionales durante varios días debido a la magnitud de las protestas, pero quizás también a lo inusual de estas.
No obstante, el 11J dejó claras dos cosas. Primero: que, como en todas partes, en Cuba hay todo tipo de razones políticas, económicas y sociales para que la ciudadanía salga a protestar y exigir cambios. Y segundo: que si normalmente no lo hace es debido, entre otras cosas, al elevado nivel de represión política que existe en el país.
Las cientos de personas que han sido condenadas a largos años de prisión por manifestarse el 11J son la mayor prueba de esto. Pero ni siquiera la única. En este explicador vamos a resumirte qué ha pasado en la isla después de las mayores manifestaciones antigubernamentales que se hayan visto nunca allá.
Lo primero: ¿cuántas personas han sido sentenciadas o permanecen presas por protestar el 11J, y bajo qué cargos?
Aunque las protestas fueron mayormente pacíficas, a finales de enero pasado la Fiscalía General de la República anunció procesos penales contra 790 manifestantes, incluidos menores de edad, mujeres, personas mayores y miembros de la comunidad LGBTIQ+.
La mayoría han sido acusados de desorden público, desacato, atentado y sedición, fundamentalmente, casi todos cargos con un fuerte componente político. Y aunque el régimen asegura que ha respetado y seguirá respetando el debido proceso en cada uno de los casos, decenas de familiares tienen otra versión de los hechos.
Y es que muchos han denunciado irregularidades de todo tipo durante los juicios contra los manifestantes: desde falta de pruebas acusatorias e inconsistencias en las declaraciones de los “testigos”, hasta amenazas para que los acusados declaren haber recibido pagos incriminatorios desde los Estados Unidos.
Sin embargo, ninguna de estas denuncias ha importado. Al día de hoy, al menos 759 personas permanecen en prisión por participar en las protestas, según datos recopilados por la iniciativa independiente Justicia 11J. De ellas, 533 han recibido ya condenas que van de dos a 30 años de privación de libertad.
Otros cerca de 240, casi todos encarcelados desde julio, esperan aún la sentencia de los jueces. No obstante, las expectativas respecto a su suerte son bajas. A fin de cuentas, solo cuatro personas han sido absueltas hasta el momento y unas pocas sancionadas con trabajo correccional sin internamiento.
¿Es cierto que hay niños y adolescentes sentenciados? ¿Cuántos están presos y cuáles son sus condenas?
Según la Fiscalía, hubo 82 menores de edad involucrados en las protestas del 11J.
27 de ellos tienen menos de 16 años, lo que significa que no están sujetos al derecho penal de la isla. No obstante, esto no quiere decir que se hayan salvado. Lejos de eso, cada uno de ellos fue sancionado con “atención individualizada” en sus escuelas o internamiento en centros de reeducación pertenecientes al Ministerio del Interior.
Otros 55 adolescentes de entre 16 y 18 años sí han tenido que enfrentar procesos legales y cargos que van del desacato a la sedición. Según Justicia 11J, al menos 22 ya han sido juzgados y 14 permanecen en prisión, siete ya con condenas confirmadas de hasta 19 años de privación de libertad.
Su situación es preocupante no solo por la falta de información y el hecho de que estén recluidos en prisiones de adultos, sino también porque al menos tres de ellos han denunciado abusos y torturas en su contra, de acuerdo con la ONG Cuban Prisoners Defenders.
¿Cuál es la situación general de los presos del 11J?
Ciertamente no la mejor.
Al igual que los tres menores mencionados anteriormente, varios de los condenados -e incluso de quienes fueron detenidos y liberados sin proceso- han denunciado torturas durante su tiempo en prisión. Golpizas, pases de electricidad, interrupción del sueño, aislamiento en celdas oscuras y amenazas de abuso sexual son algunos de los ejemplos recopilados por organizaciones cubanas e internacionales de derechos humanos.
Algunos de ellos han sido ubicados en pabellones de presos comunes, o bien en prisiones fuera de sus provincias, lo que dificulta las visitas familiares, que en no pocas ocasiones han sido negadas a última hora. Otros, como el activista y líder del Movimiento San Isidro, Luis Manuel Otero Alcántara, han denunciado la falta de acceso a servicios de salud, así como a una alimentación y condiciones de reclusión aceptables.
Estas razones, sumadas a todas las irregularidades cometidas en su contra durante los procesos judiciales, han ocasionado que varios de ellos se hayan declarado “plantados” (en desobediencia) o en huelga de hambre y/o sed, algo que suele venir acompañado de más y más represión por parte de las autoridades carcelarias.
¿Y con los familiares de los detenidos qué ha pasado?
Algunos han sido muy activos denunciando la situación de los presos en redes sociales, medios independientes y extranjeros. Otros han impulsado iniciativas de diversa índole: desde misas, ayunos y cacerolazos para visibilizar las violaciones de derechos humanos en Cuba, hasta la recogida de bolsas de comida y aseo para los presos políticos.
Sin embargo, cada una de estas acciones ha venido acompañada de un alto precio para sus vidas. Durante todos estos meses, varios de los familiares más visibles han sufrido detenciones, asedios, maltratos, actos de repudio, cortes de Internet y amenazas de prisión o destierro, entre otros. El objetivo: acallar sus voces.
En no pocos casos, además, les han negado las visitas a prisión o el poder acompañar a los suyos durante los días de juicio. El 31 de enero pasado, por ejemplo, más de una decena fueron expulsados de un tribunal de La Habana y más tarde detenidos por protestar a las afueras del lugar contra lo que consideran que fue un juicio amañado.
El temor generado por este tipo de represalias ha hecho imposible que los familiares unan sus voces en un movimiento social de mayor envergadura. Todo lo contrario. Temiendo que estas acciones alarguen las condenas de los suyos, no pocos han optado por mantener un perfil bajo o pedir disculpas públicas en medios oficiales.
¿Puede decirse que ha cambiado algo en el país desde el 11J?
No y sí.
Por un lado, muchos de los problemas inmediatos que llevaron a los cubanos a salir a las calles el 11 de julio siguen ahí: la falta de medicamentos, el desabastecimiento generalizado, la largas filas para comprar alimentos, los apagones, las tiendas en monedas extranjeras, la inflación…
Lo más preocupante: nada indica que el régimen sepa o pueda hacer algo en el corto plazo para paliar esta situación. En los últimos meses ha aprobado algunas medidas de control de daños como la legalización de las mini, pequeñas y medianas empresas (mipymes) u otras encaminadas a revivir la agricultura, pero su impacto en la economía, sobre todo en la familiar, es todavía minúsculo, si no imperceptible.
Mientras tanto, el régimen se ha cerrado aún más en términos políticos. No solo ha encarcelado a cientos de personas y amenazado a los familiares que denuncian su situación. También ha intensificado las campañas de difamación y persecución contra artistas, activistas, periodistas independientes y ciudadanos críticos en redes sociales.
Esto ha generado un clima de mayor miedo y desesperanza, lo que a su vez se ha traducido en una nueva crisis migratoria de proporciones históricas. Para que tengan una idea: casi 80 mil cubanos entraron a Estados Unidos por la frontera sur solo entre octubre y marzo últimos, según cifras del Departamento de Aduanas y Protección de Fronteras de ese país. Otros cientos, si no miles, han hecho sus maletas rumbo a España y otros países.
¿El resultado de todo esto? Lo que se ve aun desde la distancia: un país cada vez más vacío, gris y sin perspectiva de futuro, aunque nadie sepa bien adónde lleva eso.
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Diseño: Rocío Rojas